El sábado ha resultado muy variado: un entierro, un bautizo y una entrevista para preparar la boda de una pareja que se casará la próxima semana. He salido de casa con tres rituales, —el del bautismo de niños, el de exequias y el del matrimonio—y con el poemario de Mario Quintana que me envió Enrique.
A mitad de la tarde, en la iglesia del bautismo, tuve que esperar un rato. Fui a la capilla del Santísimo e hice unos minutos de oración con este poema:
Nació mi muerte cuando yo nací.
Despertó, balbució, creció conmigo…
Y jugamos de noche al corro amigo
en la pequeña calle en que viví.
Perdió aquel gesto suyo —fui testigo—
de sonreír, que yo también perdí.
Pero ella todavía sigue aquí
seriamente escuchando lo que digo.
“¡Tú sí que eres mi dulce prometida!:
no sé cuándo tendremos nuestras bodas,
si hoy mismo o… no, después de mucha vida”.
Mientras, se van las horas, locas, tristes…
¡Pero es tan bueno, entre las horas todas,
acordarme de ti, saber que existes!
El bautizo fue como siempre: alboroto de niños que querían seguir la ceremonia metiéndose de cabeza en la pila y toqueteándolo todo y jolgorio incontrolado durante y después de la ceremonia.
4 comentarios:
Encontré esto en la "bitácora libre de un tema sin nombre". Es sobre la muerte, pero de alguien que "permanece" vivo...
“Carta de un difunto en vida”
Hoy firmo mi testamento. No tengo nada que darte porque simplemente no tengo nada. Ni un ideal, ni una sonrisa, ni una caricia: nada. Amargura de un alma que fue feliz -tal vez-, y nada más. Hoy he muerto para ti.
Y me quedé pensando en lo relativo que puede ser vivir o morir... Al morir puedo vivir, pero viviendo puedo estar muerta... ¿Cómo es posible eso?
qué grande hacer oración con un poema. Pero, la verdad, el que poetiza sobre la muerte, es que no le duele nada o está libre de hipocondria. La muerte, incluso para un activo católico, da "miedito"... será que soy joven...
Sí Rocío ,eso se pasa con la edad y sobre todo si estas bien preparada.
Iba de excursión con unas amigas y nos encontramos con las puertas del vetusto cementerio de un pueblecito solitario por el que callejeábamos. En la piedra de la entrada, una inscripción grabada y medio borrada por el paso del tiempo. Pero todavía se podía leer: "HOY YO, MAÑANA TÚ" (Glub)
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