domingo, 21 de octubre de 2007

Un árbol abatido por el viento



Ayer estuve en un pueblo de la Sierra de Madrid. Mi amigo Javier tiene una casa rural magníficamente acondicionada con un jardín que se convierte en huerto y luego en bosque a medida que se aleja hacia lo alto de la montaña.

Comimos allí mismo con su mujer y su hija mayor. Javier tenía interés en enseñarme la variedad de aves que llegan a su pequeño oasis, pero hablamos, sobre todo, de un árbol que cayó fulminado hace un par de día y estuvo a punto de alcanzar la fachada de la casa.

Es un gran pino como los de Valsaín, alto y esbelto como el mástil de un gran barco, aparentemente lleno de vida.

—¿Qué ocurrió?

—El suelo es muy poco profundo. Estamos sobre una roca, y los árboles no pueden echar raíces hacia abajo. Las raíces crecen casi en la superficie y destrozan el pavimento. Yo los quitaría todos, pero no me dejan. Fíjate que altura más enorme alcanzan. Ése es el peligro. En cuanto llegue un huracán serio aquí no queda ni uno en pie.

El pino derrumbado tenía, en efecto, buena parte de las raíces al aire. Era como un animal herido que nos enseñase sus entrañas esparcidas por el suelo.

“Los árboles mueren de pie”, escribió Casona. Éste no tuvo la oportunidad de morir así. Y Juan Ramón Jiménez habló de raíces y alas:

“¡Sí, cada vez más vivo/ —más profundo y más alto—,/ más enredadas las raíces/ y más sueltas las alas!/ ¡Libertad de lo bien arraigado!/ ¡Seguridad del infinito vuelo!”

No era la primera vez que contemplaba el espectáculo de los árboles derribados por el viento. Hace años, en una finca de Segovia se precipitaron más de un centenar de pinos enormes por no estar bien arraigados en la tierra. Nunca olvidaré aquel panorama desolador.

De regreso a Madrid hice la oración pensando en el pino caído.

¿Cuáles son mis raíces? ¿Estoy yo también anclado sólo en la superficie? ¿Me importa más crecer hacia arriba que profundizar en lo hondo de mi vida y de mis amores?

Hice el propósito de escribir estas líneas. Y de seguir mañana, o pasado… Ya veremos.

3 comentarios:

patzarella dijo...

Y yo me acordé de cuando monté con algunas amigas "Los árboles mueren de pie". ¡Qué divertido fue aquello!

Breo Tosar dijo...

Sin las raíces de la vida interior, ¡qué difícil resulta todo!

Feruli dijo...

Yo creo que a diferencia de ese árbol, Dios nos "planta" en un buen terreno. Si elegimos profundizar en nuestra vida interior o quedarnos a ras de superficie es cosa de cada uno.
Estoy de acuerdo en lo difícil que es vivir sin esas raíces.