La insoportable levedad del "ex"
La década de los 70 fue rica en sufijos y prefijos. Entre los primeros triunfaron los “ata”, y los “ota”, como el bocata, el ordenata o el pasota; entre los prefijos ganó de calle el “súper” que comenzó parasitando sustantivos (supermercado, superhombre) y terminó por incrustarse en los adjetivos (superbueno, superguapo, superpequeño) hasta crear una raza nueva de superlativos más fáciles de manejar que los tradicionales.
No me detendré en esta apasionante cuestión filológica. Hoy sólo me interesa el prefijo “ex”, que invadió el castellano hace treinta o cuarenta años.
Se había instaurado el divorcio en España. Los promotores de la ley afirmaron entonces que la nueva norma no atentaba contra el matrimonio; sólo pretendía resolver unos centenares de casos dramáticos de parejas de hecho que debían legalizar su situación. “El autentico matrimonio saldrá reforzado”, insistieron en el parlamento.
Lamentablemente no se cumplieron aquellos pronósticos. El divorcio-medicina pronto se convirtió en divorcio-epidemia, y, al fin, en divorcio-derecho. A la sombra de la ley, los nuevos matrimonios nacían tocados del ala, con una fragilidad estructural independiente de la buena voluntad de los cónyuges. A nadie le resulta fácil quemar las naves, lanzarse sin red a una aventura de por vida y llenarse de hijos cuando se sabe que la casa puede derrumbarse casi sin querer, con un simple puntapié, porque carece de cimientos sólidos.
Y llegó la irrupción de los “ex”. La primera vez que oí decir “mi ex mujer” pensé que se trataba de alguien que había cambiado de sexo; pero pronto la expresión se hizo común. El matrimonio se fue convirtiendo en un hecho trivial, poco comprometido y con fecha de caducidad. Muchas parejas procuraban no tener hijos durante los primeros años, quizá para no atarse demasiado, no fueran a salir mal las cosas. Y, como es natural, “las cosas” solían salir mal en parte por no tener hijos.
El divorcio ya no se veía como un fracaso, sino como un episodio más, que podía celebrarse con gran jolgorio en los mismos salones de la boda, incluso invitando a tu ex, para demostrar que somos gentes civilizadas y molonas.
―He estado con tu ex esta mañana. Está supercachas, chica, y tan simpático como siempre.
En efecto, el prefijo ya se paseaba solitario por la lengua, sin un sustantivo en quien apoyarse. El idioma se hizo leve, volátil y etéreo como la misma modernidad en que nacía. La banalización del matrimonio, las nuevas formas de convivencia marital y la proliferación de compañeros y compañeras presuntamente sentimentales, con sus correspondientes separaciones de ida y vuelta, generó un lenguaje surrealista no apto para gentes con demasiados principios.
―Mi exsuegro es un talibán, chica.
―¿Y por qué lo aguantas?
―¡Que remedio! Mi hija le saca una pasta. Es su abuelo.
―¿Y tu ex? ¿Sigue con la ex de Jacobo?
―Hija, yo qué sé…
Lo sorprendente es que la fidelidad sigue siendo un valor, incluso un valor en alza; pero ya no se considera virtud; no se percibe como una meta alcanzable, sino como un hecho insólito, incluso envidiable, una especie de lotería que toca “porque sí” a algunas parejas que tienen la fortuna de amarse hasta la muerte.
―Lo de Juani y Pepe es increíble chica. Han celebrado sus bodas de plata con una Misa superbonita.
Increíble o no, el sueño de la fidelidad sigue vigente en los más jóvenes. Cuando charlo en el colegio con chicos y chicas de 16 y 17 años, compruebo hasta qué punto abominan de la epidemia de los “ex”, tal vez porque la sufren en su propia carne. Ellos necesitan creer que es posible entregar la vida de golpe para siempre, y mi tarea consiste algunas veces en darles la razón y en vacunarlos contra la trivialidad de sus mayores. Debo hacerles entender que ese sueño no es cosa de la adolescencia, sino de Dios mismo, y que se hará realidad si pierden el miedo al compromiso, a la entrega, y sí, también al dolor, que cimenta los grandes amores y los consolida hasta la muerte.
12 comentarios:
Muchos efectos expeciales nos inundan confundiendo casi todo.
Muchos expontaneos y asi vamos.
Wow, no le sobra ni una coma. Increíble entrada la de hoy, y terriblemente cierta...una pena.
porque lo de la radioactividad es lo único que permanece despues de mil años como una gran ceremonia en la que todos somos solidarios y hay un compromiso de por vida..., humana...
Excelente, extraordinario, experto. Lo escribo porque estos ex a veces faltan
Las dos últimas frases son de aúpa. En dos palabras, im-prezionante
Su entrada me hace sacar algo que llevo dentro toda la semana, una semanita muy complicada.
Ahora tengo la certeza de que los cimientos son de sólida roca, y que los hemos reforzado juntos. Durante algunas horas no las tuve todas conmigo...
Y para comentar su artículo le comentaré que efectivamente la fidelidad no es una lotería, uno debe cuidarla día a día. El demostrarse el amor y la entrega mutua no es cosa de un día, el tirar de un mismo carro juntos y unidos tiene que estar basado en un planteamiento común de vida.
Y nadie dice que sea fácil, pero es muy gratificante cuando -juntos- vas superando las pruebas y salvando los obstáculos.
Y también le daré nuevamente la razón: el dolor, bien llevado y dándole sentido, une y mucho.
Bueno, dejaré de filosofar y no me enrollo más.
Gracias por acordarse de nosotros durante estos días.
Qué suerte escribir tan bien!.
Reconozco que me he emocionado.
"Que no ze vale hacé de llorá". ¿Pue ezo!
Anoche mi hermana me puso la boda de mi hermano alli en el patio ibamos apareciendo todos. mi padre guapisímo y mi madre de claro que se ha pasado 1/2 vida de luto, mis tios de Francia, las vecinas. Pablo un poco nervioso muy hablador y fumando sin parar bajo la musica de fondo. Luego la casa de la novia con su gente y los padrinos que fue su hermano. La Misa si que se oia claro y esas palabras mágicas y serias a la vez de algo que compromete: en la salud y en la enfermedad... dentro de poco ya serán los 25 de casados. A otros más cercanos no les ha ido tan bien y han decidido partir el bacalao con la guillotina como hacia el tio de una tienda donde iba hace mucho cogía la bacalá seca y la rajaba por la mitad. y a por otra que ya está bien. Moraleja, le decia a mi cuñá: cuidamelo que es muy bruto Adiosle
Me pregunto a veces si es hilar muy fino pedirle a la gente que sepa distinguir lo frecuente de lo normal.
Que algo sea frecuente, no lo convierte en normal.
Por eso los cristianos estamos llamados a provocar: porque estamos legitimados para cuestionar lo frecuente.
Bernardo, creo que si es hilar fino...
Normal es lo que se ajusta a la norma moral _no normativa- y claro...
Este post me ha recordado un fragmento de diálogo de "La importancia de llamarse Ernesto" de Oscar Wilde: Jack y Algernon son amigos, Jack está enamorado de Güendolin, la prima de Algernon.
Jack: Amo a Güendolin. He vendio hasta la ciudad expresamente para declararme.
Algernon: Creía que habías venido por placer... A eso yo lo llamo venir por negocios.
Jack: ¡No eres en absoluto romántico!
Algernon: Realmente no veo que declararse tenga nada de romántico. Es muy romántico estar enamorado. Pero no hay nada de romántico en una declaración definitiva. Porque... puede que lo acepten a uno. Usualmente lo hacen, creo. Entonces la excitación se termina. La verdadera esencia del romance es la incertidumbre. Si alguna vez me caso, intentaré, por cierto, olvidar ese hecho.
Jack: Sobre eso no tengo ninguna duda, querido Algy. Los tribunales de divorcios se inventaron especialmente para gente de memoria tan curiosamente constituida.
Algenon: ¡Oh!, no sirve de nada especular sobre ese tema. Los divorcios se hacen en el cielo...
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