miércoles, 22 de agosto de 2012

Santa María, Reina


Reproduzco unos párrafos del último capítulo de "El belén que puso Dios" en el que comienzo a imaginar la coronación de María Santísima. Como veis, los narradores son Zabulón, el pastorcillo tonto, y Salomé, la lavandera. La historia continúa con las doce estrellas, los magos, San José... Pero sería demasiada largo para un post en el globo.
El caso es que hoy celebramos la fiesta de Santa María Reina y no me he atrevido a escribir otra versión de la llegada de la Señora al Cielo. 

...Os voy a contar cómo fue. No sé si me conocéis: me llamo Zabulón, y creo que ya he salido antes en esta historia.
Estaba yo en el Cielo tan tranquilo, jugando con el Niño y con María, como siempre, porque es lo que más me gusta... (Ahora tendría que explicaros —o a lo mejor ya lo sabéis— que en el Cielo también hay un belén, como en Belén y como en vuestra casa). Bueno, pues allí estaba yo y también mi perro, cuando aparecieron dos ángeles y me vistieron de catedrático, con birrete, muceta, toga y todo lo demás. A ellos les gusta hacer estas cosas, así que no le di demasiada importancia. Pero entonces me dijeron que les acompañara, y yo naturalmente me fui volando.
De camino coincidimos con Salomé, que, desde que está en el Cielo, va siempre vestida con delantal y cofia. A ella le gusta ir así; dice que es el uniforme de su oficio, y a todos nos parece estupendo, entre otras cosas porque está guapísima. Sin embargo esta vez resplandecía de forma  particular: la cofia, sin dejar de serlo, se había convertido en una diadema de piedras preciosas, y, como Yahvé siempre dice que Salomé es su Ángel Custodio, se le va poniendo un aire de arcángel, que ya lo veréis cuando os toque venir por esta zona del Paraíso.

Nos asomamos al Cosmos: la noche estaba preciosa. No sé si adivinaban las estrellas lo que iba a ocurrir. Es posible, porque incluso yo, que fui tonto mientras vivía en la tierra, me quedé con los ojos muy abiertos para que me entrara por ellos el firmamento entero. Toda la Creación esperaba en silencio. Hasta los pájaros (que aquí hay millones) parecían contener la respiración. Los bienaventurados —hombres, mujeres, niños y ángeles— venían desde todas las direcciones y ocupaban sus asientos en las tribunas.
—Tú espera aquí —me dijo San Rafael—, que tienes una tarea especial que cumplir.
Enseguida se encendieron las estrellas. No es que antes estuvieran apagadas, pero tampoco se me ocurre forma mejor de decirlo. Fue como una nueva explosión creadora, parecida, según cuentan, a la que hubo al comienzo del universo material.
La luz lo llenó todo y (no me preguntéis cómo) se convirtió en sonido, en acordes de una música imposible, llena de color, que no venía de ninguna parte, porque nacía en cada criatura, en cada uno de los cometas que surcaban el espacio, en cada galaxia y en cada mota de polvo.  De pronto me di cuenta de que toda la Creación cantaba: todos los seres vivos, desde los ángeles hasta los borricos, entonábamos la misma melodía. Era un himno que sólo Yahvé podía entender, porque Él lo ponía en nuestros labios.
Las estrellas comenzaron una danza frenética llena de belleza. Se diría que el orden del Cosmos saltaba en pedazos, pero era una fiesta y no el caos lo que  veíamos delante de nuestros ojos.
Y apareció en el Cielo una grandiosa señal: una mujer vestida del sol, y bajo sus pies, la luna, y ciñendo su frente una corona de doce estrellas.
 Así fue, como lo cuenta San Juan: la silueta adorable de María empezó a dibujarse en el firmamento. Yahvé la pintaba sobre el  muro trasparente que es el espacio donde se expanden y respiran las galaxias: retrataba a su Obra Maestra vestida de reina, y, al mirarla a los ojos, los que la contemplábamos habríamos renunciado con gusto a la Gloria con tal de quedarnos allí para siempre.
¿Cuándo comprendimos que el retrato había cobrado vida? Era, de verdad, la Reina del Cielo, en cuerpo y alma. Tenía la luna, y como un aleteo de ángeles recién nacidos, junto a sus pies descalzos. Su manto azul, tachonado de estrellas, parecía cubrir la tierra. Sólo le faltaba la corona.
Al ver la belleza de mi Madre me quedé tan absorto como aquella noche en Belén, cuando fui a la gruta cargado con la oca. A lo mejor hasta se me puso de nuevo la cara de tonto. Por eso no oí al Arcángel cuando me llamó por primera vez, y tuvo que repetírmelo:
—Vamos, Zabulón, que ahora te toca a ti.

*    *    *   

Yo, de verdad, no sé cómo pude verlo todo si no paraba de llorar como una tonta. Porque, vamos, una nunca ha sido llorona, pero aquí en el Cielo se te ponen unos lagrimones, que, hija, ganas te dan de morirte de gusto.
La Señora estaba divina. Y yo, ya te digo, escondidita, no de miedo, pero sí para llorar más a mis anchas. Y eso que, cuando vi a Zabulón con aquel gorro, que según me dijeron es de doctor o de catedrático, me dio una risa muy recia que no podía parar, y hasta  tuvieron que llamarme la atención. ¡Qué vergüenza, pero qué bien que me lo estaba pasando! ¡Lo que no podía suponer es que me sacarían a mí también a escena! Pues eso es lo que pasó: que se me acercó el Ángel por detrás y me dijo:
—Salomé, la Señora te llama.
Y yo fui.

8 comentarios:

Jimena Escudero dijo...

Hermoso.. Renovó mis anhelos de estar en cielo, a lado de mi madre. Que bien se ve el cielo..

Vila dijo...

Desde que leí el Belén que puso Dios, cuando rezo el rosario y llego al quinto misterio glorioso, siempre me deleito contemplando esta escena de una manera parecida.

Gracias mil

Anónimo dijo...

Yo también quiero estar allí....

Alguien dijo...

Me encanta!!!!!!!!!!!!!!!
Me gusta incluso más que el otro que puso usted antes.
Sobre todo me encanta Salomé que es tan simple y tan divertida...
Yo me he leído el libro pero no me acordaba de esta parte, creo que me lo tendré que volver a leer.
Un abrazo

Antuán dijo...

Yo lo he vivido a mi manera aunque el lunes hice con mi hermana una romeria a la virgen de Gracia hoy la hice por mi cuenta yendo y viniendo a un sitio que me gusta mucho. alli os tuve presentes a todos. Adiosle

Vila dijo...

Gracias mil Antuán.

Alguien dijo...

No sé si a mí también me tuviste presente, pero si así fue, gracias. Yo también rezo por todos los "globeros" de pensar por libre.
Un abrazo

Miriam dijo...

PRecioso