miércoles, 29 de agosto de 2007

La taxista



Estaba en la Puerta del Sol cuando recibí la llamada en el móvil. Cristina me preguntaba si podría llevar la Comunión a su padre, que está enfermo. Tomé un taxi. Una voz femenina me saludó con insólita cortesía:

—Buenos días, caballero, ¿en qué puedo servirle?

Le di la dirección, y la taxista volvió a preguntar:

—¿Conoce usted el trayecto óptimo? Yo aún no he memorizado todas las calles…

Un poco redicha sí que parecía la chica, pero en todo caso siempre es mejor eso que un gruñido convencional.

Le dije que sí, que conocía todas las rutas y nos pusimos en marcha. Estábamos a 8 euros de la meta.

Me miró por el retrovisor. Ella no tendría aún los 30 años. A su lado había un cuaderno y dos o tres libros de economía. Era una chica pequeña, muy morena y con unos ojos negros, enormes, que una y otra vez se asomaban al espejo.

—No eres de aquí, ¿verdad?

Fue como si le hubiese dado cuerda. Me contó que es asturiana, que vino a Madrid a estudiar Empresariales y a quitarse de encima la bruma del Cantábrico; que tiene tres hermanos mayores y una pequeña; que estudia en la UNED, o sea a distancia; que por supuesto podría hacerlo desde su tierra, pero que ella pasa del pueblo; que le gusta vivir su vida, y que taxi está muy bien, aunque ya se sabe, hay mucho machismo, porque sólo hay mil chicas taxistas, mientras que los hombres son cuarenta mil; que tiene un novio que también está en el taxi, con el que cruza de vez en cuando por Madrid, pero no tocan el claxon, porque está prohibido…

A todo esto, el taxi no corría, volaba. Yo trataba de retener los datos que me iba lanzando, cuando me vi sorprendido por una pregunta:

—Y usted…, ¿qué, a la parroquia?

No tuve más remedio que corresponder a su confianza explicándole con todo detalle que me dirigía a un Colegio Mayor para retirar una Forma consagrada del Sagrario, ponerla en una teca, coger una estola y un ritual y dirigirme a pie a la casa de un enfermo para darle la Comunión.

—Eso está bien. ¿Y lleva usted a Jesús, o sea a la Hostia, sin procesión ni nada…? Porque en mi pueblo yo he visto al cura que iba con un monaguillo tocando la campana…

—En los pueblos pequeños aún es posible trasladar al Señor de forma solemne, pero en las ciudades…

—Claro. ¿Y alguna vez lo ha llevado usted en taxi?

—Sí, más de una vez, por supuesto…

La taxista se quedó en silencio, como rumiando la posibilidad de ser ella misma la conductora de un coche que transportara a Jesús. Yo aproveché la oportunidad para completar un poco la faena. Un trayecto de 8,90 euros da mucho de sí. Hablamos de la visita de la Virgen a su prima Santa Isabel: más de cien kilómetros en borrico, con el Señor en su vientre.

Al fin quedamos en que, cada vez que subiera un cliente, miraría la pequeña imagen de la Virgen de Covadonga que lleva en el salpicadero.

—Eso ya lo hago. Una nunca sabe…

—Es verdad, pero también puedes pensar que a lo mejor Jesús va detrás.

Coincidí con ella en que era “muy fuerte”.

Al bajar del taxi me despidió con otro insólito discurso que lamento no recordar. Y concluyo diciendo con una sonrisa:

—Cuando lleve a Jesús, vaya por la sombra, que hace mucho calor.

—Descuida.




6 comentarios:

El payaso triste dijo...

con los pelos de punta me ha dejado!

Anónimo dijo...

Desde luego, lo que le pase a usted, no le pasa a nadie. Qué gracia!

Juanan dijo...

¡Qué linda la taxista! Y es verdad, usted tiene las experiencias más curiosas.

Néstor dijo...

Pues además de ir por la sombra, acuérdese de todos nosotros y dígale algo bueno (en mi caso tendrá que echarle imaginación).

Anónimo dijo...

Me resulta muy grato leerle. Los sacerdotes con sotana que veo por la calle, ya sea por la mañana, por la tarde o por la noche, siempre van con prisa y sin mirar a nadie, no se paran a hablar con desconocidos. ¡Siga pensando "por libre!"

Altea dijo...

Qué pasada, ¿no? Como para no contárnoslo.
¡Qué buena idea fue la de abrir este blog!