Nada más poner en marcha el coche, me alegro de ir sobrado de tiempo: el depósito de gasolina está en la reserva.
La gasolinera parece desierta. Toco el claxon y sale un empleado soñoliento, que enchufa la manguera y me cobra entre bostezos. Corro hacia la M30, la autovía que rodea Madrid y que es casi siempre la mejor alternativa para los trayectos largos. Vivir junto a la M30 es como tener salida al mar.
Para llegar a mi destino debo recorrer casi nueve kilómetros sin salir de la Ciudad, pero no encuentro ni un solo vehículo en movimiento hasta la calle Alcalá. Dos furgonetas de reparto y una moto me confirman que Madrid aún respira.
¿Será verdad que todo el mundo está de vacaciones? Todo el mundo, no. Llego a Besana, que es un pequeño colegio, urbano, en un barrio populoso y humilde, donde debo predicar un Retiro espiritual a mujeres. Al salir del coche veo que ya han llegado las primeras.
Entro en la capilla. Esta completamente llena. Hay un aleteo de abanicos, como aves de colores a punto de echarse a volar. Empiezo la primera meditación, y tardo en centrarme en el tema porque, mientras hablo, no puedo dejar de mirar el vuelo de los abanicos ni consigo quitarme de la cabeza una pregunta: ¿qué hacen aquí 40 mujeres jóvenes de todas las profesiones, elegantes, alegres…? ¿Es razonable que dediquen una mañana espléndida de domingo a hablar con Dios, a hacer examen de conciencia y a escuchar a un cura?
Creo que durante el Retiro ha habido un terremoto. A esa hora estábamos en Misa y no me he enterado de nada. Al regresar a casa, oigo la noticia por la radio. Casi todos los entrevistados dicen que estaban en la cama y que se han despertado porque se movían los muebles, las lámparas… Ya será menos. Uno tiene la impresión de que a la gente le gusta sentirse protagonista y exagera un poco los hechos para darles un toque dramático.
Termino el día con dolor de cabeza y pocas ganas de escribir en el blog. Me pregunto sólo si habré sido capaz de mover, al menos un poco, los corazones de las personas que me escuchaban. No pido un terremoto espiritual, sólo un pequeño aleteo del Espíritu Santo, como el de los abanicos que se agitaban incansables mientras yo predicaba.
7 comentarios:
En la Aldea donde habito y en los pueblos aledaños no se ha notado el terremoto, a pesar de estar apenas a 100 km. del epicentro.
Como me ha dicho un feligrés: "Es que este pueblo está muy bien plantado".
Don Enrique: ¡Qué cosas tan bonitas y estimulantes nos cuenta! God bless you.
Yo tambien estaba en un retiro, en Murcia con 38 grados, y la escena era la misma, pero sin terremoto que despertara a nadie.
Supongo que en distintos sitios de España estarian en la misma situación.
Seguro que un ligero temblor han sentido...
Anda que comparar las m-30 con el mar...
¿La M30 es como el mar?
Cuando yo vivía en mi tierra, sabía que todos los puertos del Atlántico eran vecinos míos. Entre Londres y yo no había distancia, sólo la mar, siempre idéntica a sí misma. Amsterdan estaba al lado, y también Rabat, Huelva, Lisboa, Burdeos... La mar no nos aleja, nos acerca. Sin embargo, para llegar a Burgos había que subir puertos de montaña por carreteras imposibles, atravesar pueblos. Y no digamos nada, para ir a San Sebastián por tierra...
La M30 me produce la misma impresión. Atravesar Madrid es una aventura larga y tediosa, pero si salgo a la M30 ya estoy en los cuatro puntos cardinales de la ciudad y sólo tengo que elegir el puerto donde atracar.
La imagen, como ves, querida María, es bastante elemental y un poco tonta, pero a mí me ha venido al coco muchas veces.
perdón por quedarme en la superificoe, pero no puedo creer que usen abanicos en los retiros!!!
Y en las bodas, en los bautizos, en los funerales... Es casi un elemento litúrgico más. Ten en cuenta que estamos en España y hace un calor que pela.
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