martes, 21 de agosto de 2007

Ser cura XVI



—Perdone, padre, hay una frase que me da vueltas en la cabeza, y no la recuerdo muy bien…

De nuevo me “asaltaron” por la calle. Esto es normal, y es una de las grandes ventajas de ser cura: Cuando sales de casa es imposible sentir esa tópica soledad de las grandes ciudades. La gente te habla, te pregunta, te interpela. A veces incluso te insulta, pero sólo de tarde en tarde. En aquella ocasión era un anciano que llevaba una bolsa de plástico verde en la mano izquierda y un bastón en la derecha.

—A ver, dígame…

—La leí no sé donde, en la Biblia creo. Es algo así como “no quiero sacrificio sino…”

—¿Misericordia?

—¡Eso es! ¿Es de la Biblia, verdad?

—Sí. La dice Jesús citando a un profeta.

—¿Y qué significa?

—Bueno, Jesús se la recuerda a aquellos fariseos que le reprochaban su trato con los publicanos. Acababa de elegir a Mateo, que era un publicano, y éste organizó un banquete con sus amigos, en el que participó Jesús, para celebrarlo. Los fariseos se pusieron furiosos, y Jesús les recordó que más importante que todas sus prácticas rituales es la misericordia con los pecadores. También dijo entonces aquello de que “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

El anciano había dejado la bolsa en el suelo y sacó del bolsillo una especie de cuaderno de notas y un bolígrafo.

—A ver, padre, puede repetirme eso otra vez…

—Si quiere nos sentamos un momento.

—Pero usted tendrá prisa…

* * *

La conversación duró pocos minutos, pero me sirvió a mí más que a él. Yo iba camino de la iglesia a meterme en un confesonario. Madrid estaba vacío, hacía calor, y el confesonario no es precisamente un lugar fresco y confortable. En estos casos me siento como uno de esos centinelas que parecen de adorno y que están siempre firmes, inmóviles, con uniforme de gala junto a una garita perfectamente inútil.

Pero la frase de Jesús empezó a rondar también mi cabeza: “misericordia quiero y no sacrificio…” Lo importante, me dije, es tener el corazón dispuesto para acoger a quien venga, y escuchar, comprender, perdonar…

Tuve suerte. Al cabo de hora y media vino una penitente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El otro día me llevó un amigo a confesarme a la parroquia de La Moraleja, Madrid. Los confesonarios son corrientes pero están rodeados de cristales y tienen aire acondicionado dentro. Desde fuere la gente no me ve ni me oye. Me confesé muy a gusto y sin prisas. Y me alegré por el cura que se pasa horas allí.

Anónimo dijo...

Gracias y mil veces gracias, D. Enrique!
Gracias a un sacerdote me cambió la vida, gracias a muchos sacerdotes recibo el perdón muchas veces, gracias a muchos sacerdotes encontré palabras de consuelo, luz para las dudas, reflexión para tomar opciones decisivas, y aliento para el camino,... Aunque siempre procuro darles las gracias personalmente, aprovecho este espacio para hacerlo una vez más y mil veces,...
Quizá puede hacer una recopilación de todos los artículos de "ser cura" y de los comentarios y publicarlos y a mucha gente le harán mucho bien.