jueves, 23 de agosto de 2007

Sobre la blasfemia y otros vómitos

Escribí esto hace quince años, y desde entonces el panorama ha cambiado, aunque no a mejor. Hoy, por ejemplo, no me habría asombrado tanto ante la blasfemia radiofónica que dio lugar a este artículo. Por entonces a nadie "se le escapaba" una blasfemia sin querer; hoy salen solas, en torrente: se han convertido en tópicos sucios del lenguaje más banal.

Anteayer oí blasfemar a un niño de diez o doce años. Por eso reproduzco este artículo


Aseguran que es un excelente parlamentario, seguramente porque discursea con aires doctorales, improvisa insultos sin descomponer la figura, convierte las agudas en sonoras esdrújulas, es hábil para descalificar a quien le contradice, miente hasta en las oraciones subordinadas, y posee esa pizca de cursilería barroca que con tanto éxito lucen algunos cronistas deportivos.

En esta ocasión intervenía en la radio en abierto pugilato dialéctico con otro hablador de su especie. El conductor del programa, lejos de moderar el debate, lo agitaba aún más, consciente de que en estos espectáculos radiofónicos, lo importante es que haya gresca.

Yo, que viajaba pacíficamente por carretera, decidí cambiar de música, y, a punto estaba de apretar el botón, cuando nuestro preclaro polemista escupió la primera blasfemia. Su contrincante y el director de escena la encajaron como adultos, es decir sin mover un músculo. También yo me quedé fósil, pero del asombro; dije una jaculatoria a la Virgen, tragué saliva, y me resigné a continuar escuchando tan sublime discusión, no porque el tema debatido me interesara, sino con la curiosidad del entomólogo que se dispone a estudiar una nueva e insólita especie de arañas venenosas.

Lo de "insólita" es, por supuesto, pura exageración. La blasfemia, de un tiempo a esta parte, es moda en los salones más ilustrados y en los tugurios más apestosos. De hecho, a partir de aquel instante, en apenas quince minutos de discusión, pude contar dos blasfemias más, tres irreverencias explícitas y una broma clerófoba. Y todo, para hablar de algo así como la financiación de los partidos políticos.

Aguanté como un héroe el hedor del programa, pensando ya en escribir este artículo y en sacar algunas conclusiones con mis alumnas. Éstas son:

El que blasfema reconoce que tiene fe. Sólo se insulta a seres reales. Nadie, que yo sepa, se desahoga ofendiendo a Mafalda, al Capitán Trueno o a don Juan Tenorio. Quizá por eso, la moda sea tan hispana. En países más tolerantes no se tolera la blasfemia, por tratarse de una agresión a las convicciones religiosas de los demás. Aquí no; aquí somos todos la mar de creyentes, y, por tanto, quien blasfema lo hace sabiendo que maldice a su Dios, o al menos, a sus convicciones más profundas, las que recibió de niño y ahora trata de apartar de su mente. De ahí que el blasfemo celtibérico ni se plantee que con sus palabras ofende también a los que le escuchan. Y es que aquí uno blasfema para sentirse libre, para demostrarse a sí mismo y proclamar a los cuatro vientos que ya es adulto y no se deja asustar por viejos fantasmas.

Hay chavales que a los trece o catorce años necesitan afirmar su personalidad escupiendo por el colmillo, diciendo tacos coram populo, fumando sus primeros cigarros y hablando de sus padres con despego e incluso con desprecio: es la edad del pavo, una etapa encantadora, trágica, cómica, apasionada, escéptica, romántica, eufórica, melancólica..., todo junto y mucho más. Y ser adolescente es una aventura envidiable, que, por desgracia, dura poco..., salvo excepciones.

El blasfemo de las ondas, por ejemplo, se conducía como un adolescente tardío, barbado y anacrónico, que se rebelaba contra su Padre vomitando horteradas, con la misma lógica —aunque con menos gracia— de la quinceañera que se rasga el pantalón vaquero a la altura de la popa para escandalizar a mamá.

¿No os parece que va siendo hora de acabar con esta fauna? Entendedme: sólo pido que los más jóvenes —sobre todo vosotros— os riáis de ellos a la cara y les pongáis en ridículo.

Cristina levanta la mano. Estábamos en clase de Moral.

—¿Y eso, cómo se hace?

—¿Tú que dirías a un amigo tuyo si le oyeras blasfemar?

—Yo le diría que deje a mi Padre en paz, y se acuerde sólo del suyo, si lo conoce.

Así sea..


Un poco duro quedó el final. Ahora lo terminaría de otra forma: por ejemplo animando a los lectores a desagraviar con una jaculatoria por cada blasfemia oída, y también, a alabar a Dios en público. Sí, por qué no. Hay que recuperar expresiones antiguas o crear otras nuevas que manifiesten nuestra fe y nuestro amor a Dios.

¿Que da un poco de vergüenza? ¿Que no está de moda? De acuerdo, pero resulta paradójico que la blasfemia vaya adquiriendo carta de ciudadanía, que incluso se presente como signo de modernidad, y nos dé reparo honrar a Dios con las mismas armas.

¿Recordáis aquello que dijo Jesús?: "a todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos."

6 comentarios:

Rosie and the Lilies dijo...

Vuelta del cambio estival de residencia, siento discrepar con Ud. No creo que todo el que suelta blasfemias por la boca sea creyente. Algunos lo son,otros lo hacen para provocar a los creyentes y otros, simplemente, son pobres borreguitos. Me apunto a las jaculatorias para reparar.

Anónimo dijo...

Ha gente que dice que lo hace para desahogarse, que no quiere ofender, que son modos de habalar; que somomos unos exagerados. ¡Siempre con la misma historia!, por tanto yo tambien me apunto a desagraviar y a nombrar mas a Dios en el lenguaje cotidiano.
Asi que hasta la próxima si Dios quiere.

Enrique Monasterio dijo...

Sigo pensando que es un error quitar importancia a la blasfemia. ¿De dónde ha nacido este hábito? ¿Por qué no hemos reaccionado con más energía los cristianos? ¿A qué tenemos miedo? Hay que ser comprensivo con todas las debilidades humanas, pero esto no es una debilidad: el lenguaje es espejo del alma, y si alguien no quiere ofender, que no ofenda. No se adquiere un hábito de la noche a la mañana. Hace falta muchos actos libres y voluntarios para llegar a convertirse en un blasfemo inconsciente.
Creo sinceramente que la falta de sensibilidad de los cristianos sobre esta cuestión es uno de los síntomas más vistosos y preocupantes de tibieza espiritual .

Anónimo dijo...

Muy bueno este refrito y, con la salsa reciente con que lo sirve, sabe aún más rico.

Anónimo dijo...

La Real Academia dice que frivolidad viene de frivolo (con acento en la i: lo siento pero no lo encuentro)y frivolo es, entre otras cosas, "Ligero, veleidoso, insustancial..." No creo que Monica quiera quitar importancia a la blasfemia... De todos modos yo diria que muchas veces van por aqui los tiros, no?

Rosie and the Lilies dijo...

En ningún caso he querido quitar importancia a la blasfemia, porque la gravedad no viene del lado del que ofende sino del Ofendido.

Además a todos se les puede pedir que eviten blasfemar. ¿No pedimos en el autobús que cierren una ventana o pedimos a los conocidos que fuman que no nos echen el humo encima? Pues con infinitamente mayor motivo en el caso de la blasfemia.

Lo único que quería decir era que no creo que todo el que blasfema sea creyente.