sábado, 27 de febrero de 2010

La tormenta perfecta


Según la Real Academia de la Lengua, se dice que algo es perfecto cuando “tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea”. Como segunda acepción, y un poco a regañadientes, el diccionario admite que el mismo adjetivo sirve para “quien posee el grado máximo de una determinada cualidad o defecto”. Según eso, tan perfecto puede ser el amor como el odio, el beso como el asesinato, un día primaveral y soleado como un huracán devastador.

Siempre he sido fervoroso partidario de nuestros académicos y no osaré llevarles la contraria ahora —aún recuerdo un par de pelis antiguas tituladas respectivamente “asesinato perfecto” y “crimen perfecto”—, pero atribuir perfección al mal es filosóficamente erróneo, teológicamente herético y lingüísticamente inapropiado. Seguro que la culpa es de los británicos y los americanos, que han contaminado nuestra lengua con anglicismos poco razonables.

Ellos inventaron, en efecto, la perfect storm, la “tormenta perfecta” como la que se está formando en el Atlántico y que, según los augures, hoy al mediodía entrará en la Península Ibérica para barrerla de Oeste a Este. De perfecta, nada, monada: vienen vientos de más de ciento sesenta quilómetros por hora que derribarán árboles, harán volar sombreros y cornisas, derribarán a los motoristas y lanzará por los aires las chabolas de los pobres.

A nosotros, que, mal que nos pese, somos ricos, no nos afectará demasiado. A lo mejor se va la luz unos minutos o se nos escapa la antena de la televisión, pero poco más. Nos han dicho que retiremos de las terrazas los muebles y demás objetos que podrían salir volando. Yo aprovecharé la coyuntura para dejar a merced del viento algunas otras cosas: los malos pensamientos de la jornada, las intenciones perversas, los deseos inconfesables. Y pediré a Dios, nuestro Señor, que la tormenta se lleve también las frases vaporosas, aflautadas y huecas de nuestros líderes políticos, los adjetivos adormecedores de nuestros parlamentarios, la corrupción de unos y de otros, las mentiras cotidianas, las leyes inicuas recién aprobadas…, y, sobre todo, que los rayos y truenos despierten a los cristianos y a los hombres y mujeres de buena voluntad. A ver si nos animamos a dejarnos arrastrar por el huracán perfecto, por aquel viento impetuoso que anunció la llegada del Espíritu Santo el día de Pentecostés.

Sí, Necesitamos una tormenta aún más perfecta para limpiar esta atmósfera pestilente.

—Que así sea, colega, responde Kloster. Y de paso, que vuelen también los perfectos imbéciles..., ¿o no?

—No, Kloster, no. Que vuele su imbecilidad solamente. Y, por el mismo precio, la nuestra.





8 comentarios:

Isa dijo...

Me ha encantado su entrada, don Enrique. Pues sí, ahora tengo cosas en la cabeza que deberían salir volando y se resisten; a lo mejor los vientos venideros lo consiguen.

Papathoma dijo...

Amén.

cristina v dijo...

Tiene usted toda la razón.

María dijo...

Qué buena entrada para que la hubiera escrito su tocayo.
A mi me viene igual de bien que la escriba usted. Trataré de imitarle y pondré al aire muchas cosas que el viento se pueda llevar.
Después de una tormenta queda todo tan limpito...

Andrés dijo...

De vez en cuando viene bien una tormenta; pero no cualquiera, una de esas que mientras sopla el viento fresco, la lluvia te empapa y refresca a la vez, todo ello mientras vas como un rayo en la bicicleta y te salpica el barro del campo, que por cierto, está precioso.

Lo siento por quien no sepa que es esta sensación.

D.Enrique, yo disfrutaré de la tormenta mientras se marchan todas esas cosas que no nos gustan.

Saluds.

Guadalupe dijo...

Por otro lado, en chile volaron cornizas, edificios, muebles, adornos, etc. con un fuerte terremoto que sacudió la mitad del país con grado 8.8
Todo quedó patas arriba y nos tiene a todos medio atontados.
Rece, por favor, por los chilenos sacudidos.

Yomisma dijo...

Guadalupe, rezamos en casa por todos los chilenos. Ahora con nombre propio. Tenemos amigos chilenos en USA y nuestro corazón esta con ellos. Animo!

Anónimo dijo...

Lo bueno agarradlo bien, no vaya a ser que la tormenta, mala pero perfecta, se las lleve, y os traiga cosas no deseadas...Andrés, estoy totalmente de acuerdo con usted.Don Enrique, usted predica con el ejemplo y esa es la mejor manera de dar consejos y convencer a los demás de lo que pueden y deben hacer.