Hoy tengo que hablar de Pablo, el mendigo más tímido y discreto que ronda el mercado de La Paz. Lleva unos días ausente y le he preguntado a su colega si sabe algo:
—Se ha ido de vacaciones a Canarias —contesta riéndose—.
Luego, ya en serio, me explica que Pablo tiene familia allí y ha conseguido que le paguen el viaje por lo del incendio:
—Cree que habrá ardido todo lo suyo…
Pablo suele colocarse en pie junto a la relojería. Lleva en las manos una especie de cestillo cubierto por un pañuelo. Es alto y fuerte. Tiene los brazos completamente tatuados de colores y no levanta la vista. Parece como avergonzado de pedir limosna. Sin embargo espía de reojo a los que pasan por la acera. No pide nada, simplemente saluda:
—Buenas tardes, padre.
Cuando le vi la primera vez dejé un euro en el cestillo, pero no le dije nada. Al día siguiente me decidí a abordarlo:
—¿Cómo te llamas?
Me dijo su nombre —Pablo— y sus dos apellidos.
—Pero tú no tienes edad para pedir en la calle… ¿No tienes trabajo?
—Es que padezco del hígado.
Levantó la vista. Tenía los ojos amarillos y húmedos. Quiso enseñarme las recetas de los medicamentos que tomaba, pero se lo impedí.
—¿Y esos tatuajes tan bonitos…?
—No son de la cárcel, padre, se lo juro. Es que yo trabajé en la pesca, en Arguineguin.
—¿Eres canario?
—Soy extremeño, pero he dado muchas vueltas.
Hablé con él un par de veces más. La última, le animé a que regresara a Canarias, donde está su mujer, que vive sola desde hace años , y su hija, que trabaja de camarera en un bar de la playa.
—No puedo volver, padre. No es por el dinero. Tengo amigos que me sacarían el billete; pero es que dejé a mi señora por otra mujer… Ahora, con la enfermedad y todo…, es imposible.
La conversación fue larga y fructuosa. Nos sentamos en un banco de la calle y hablamos de Dios, que siempre nos espera y lo perdona todo.
Pablo no volverá a Madrid. No sé lo cómo lo recibirán en aquella isla. Su enfermedad progresa por días. En el informe médico que me enseñó se hablaba de “carcinoma hepatocelular”. En todo caso, ahora doy gracias a Dios por haberme puesto en condiciones de ayudarle un poco, y le pido que salga a su encuentro con los brazos abiertos.
3 comentarios:
Bravo por Pablo y por vd. que se paró con él.
Estos encuentros con gente como Pablo, y los refritos, son sabrosísimos. Que Dios se lo pague.
D. Enrique, con su permiso, reproduzco la historia de Pablo en el blog de Rebeldes. Pienso que ayudará a mucha gente.
Por cierto, tiene una errata en el último párrafo.
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