sábado, 1 de marzo de 2008

Sufrir, ¿para qué? (I)



“No había pensado en concebir la enfermedad como un don de Dios; lo había visto más bien como una prueba. Explíquelo mejor, don Enrique, por favor”
Laurita (comentario a “La sonrisa de Sole”)


Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos:
—Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús:
—Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.

San Juan, cap. 9, 1-2 (del Evangelio de mañana, domingo)


Hace muchos años di varias clases a las alumnas mayores de Aldeafuente sobre el sentido del placer y del dolor. Por la noche, al llegar a casa, solía poner por escrito lo que habíamos hablado en el aula. Un tiempo más tarde incorporé mis explicaciones a un libro que titulé, por supuesto, “Pensar por libre”.

Lo que viene a continuación es sólo un guión de algunas de esas clases. No quisiera en esta ocasión iniciar un debate ni un coloquio sobre el tema, que es demasiado amplio. Dejo aquí estas consideraciones por si nos ayudan a reflexionar un poco sobre el misterio del dolor.

Para no cansar demasiado, le divido en dos días.


I. El dolor


No vale la pena intentar siquiera una definición.

El dolor encarcela al hombre dentro de su cuerpo; bloquea las compuertas del alma y le impide mirar hacia afuera; empequeñece el espíritu y repliega a la persona sobre sí misma.

El dolor, como el aire, tiende a ocupar todo el espacio disponible. Penetra en cada célula, en cada rincón: impide el trabajo y el descanso; agría el carácter, y amenaza con destruir cuanto de bueno hay en nosotros.

También los animales sienten el dolor; pero sólo el hombre, que es espíritu, sabe que lo siente, aunque no lo entienda; reflexiona sobre su dolor, y se angustia. Es el espíritu, no la carne, quien de veras sufre y se rebela.

El dolor pone ante los ojos del alma la evidencia de su corporeidad: nos hace entender que somos corruptibles y, por tanto, mortales. Todo dolor es un anuncio de la muerte. Por eso el alma, que es inmortal, se desconcierta, se descubre caída en una trampa, prisionera más que nunca de la carne.

El dolor angustia aun antes de padecerlo: cuando sólo se presiente. Peor que el sufrimiento actual es el miedo al dolor futuro, que llena el alma de sombras e impele a una huida imposible.

Por evitarlo, hay quien traiciona a los amigos, a las propias ideas, a Dios. Muchas veces es más te-mido que la propia muerte. Por eso algunos eligen el suicidio con tal de no pagar el necesario peaje del dolor.

Sabéis que no hago literatura. También a los quince o a los veinte años es posible haber tenido la experiencia del sufrimiento. Y, en todo caso, tarde o temprano llega para todos, y hay que estar preparados para recibirlo, como el soldado aguarda en la trinchera el ataque del enemigo, sin volverle la cara, mirándolo de frente.


II. El dolor es un mal

Ya sé que es una perogrullada, pero es bueno recordarlo, porque, igual que existen fanáticos espiritualistas, alérgicos a cualquier satisfacción del cuerpo, también hay "doloristas" —así los llama Thibon—, que ven en el dolor una especie de valor supremo que conviene fomentar y conservar artificialmente. Semejante doctrina, desde luego, no es cristiana. Jesús tuvo pánico al dolor en la noche triste de Getsemaní. Le costó sangre aceptarlo. Y no lo amó por sí mismo, sino por lo que había más allá, por su sentido.

—Pero algo bueno sí que tiene…

Al parecer María temía que cargase demasiado las tintas. Por eso me interrumpió para hacer notar que, gracias al dolor, estamos vivos. Lo dijo así, rotundamente, y tenía razón: cuando en nuestro organismo aparece una enfermedad, una herida o una infección, se dispara el dolor como un mecanismo de alarma tan molesto y estridente como los que avisan en caso de incendio. Ahí radica su eficacia. El dolor nos grita que algo va mal y que hay que arreglarlo. En este sentido, podemos dar gracias a Dios por habérnoslo enviado: un buen ataque de apendicitis puede salvarnos la vida.


III. Un mal…, útil

Creo, pues, que coincidimos en que algunos dolores pueden servirnos, y mucho: hasta el punto de sernos imprescindibles. Siguen siendo males, pero vale la pena sufrirlos si no hay otra forma de alcanzar un bien mayor o de evitar un daño más grave.

Así, quien permite que le rajen con un bisturí para quitarse un apéndice averiado, no sólo quiere ese dolor, sino que encima lo paga.

La oronda señora que se somete a un planchado de arrugas, con estiramientos incluidos, y se deja chupar la grasa con sofisticados aparatos de tortura, ama ese sacrificio con la misma lógica que el mártir, aunque sus razones sean sensiblemente menos ambiciosas: el mártir trata de conquistar el Cielo, y, para lograrlo, resiste los mayores tormentos. Ella sólo pretende recuperar el Paraíso perdido de la esbeltez. Y lo mismo cabe decir del paciente que, en pleno uso de sus facultades mentales, tiembla en la consulta del dentista; del que se deja el pellejo por ganar un maratón, o por quedar el último..., y así sucesivamente.

En resumen, que el dolor es menor cuando es útil, cuando tiene un sentido.

continúa...

11 comentarios:

Luis y Mª Jesús dijo...

y...?

La Dama Zahorí dijo...

En primer lugar, gracias, don Enrique por atender mi petición.

En 2º lugar...quisiera sentirme honrada por el hecho de que Dios me haya elegido para manifestar su grandeza pero...no sé, no termino de verlo, quisiera comparar su gesto como el de un padre que se lleva a su hijo a trabajar al campo para que conozca lo duro que es ganarse el sustento y así sepa valorar más y mejor los bienes que posee; quiero ver a Dios como ese padre que me dice, "ven hija, te voy a enseñar qué es el sufrimiento para que sepas valorar mejor la felicidad", ¿es esto así?. Mi abuela siempre decía que Dios no les manda las cosas a quien se las merece, sino a quien puede soportarlas, ¿debo seguir creyendo esto?

Muchas gracias, buen día

Anónimo dijo...

María , tengo que decirte que tu abuela , era por lo menos sabia, creo que debes seguir creyendo eso.
Te lo digo yo , que a veces me cuesta aceptar ciertas limitaciones y llevarlo bien , viendo un poco más allá y transcendiendo.

c3po dijo...

A mí, personalmente, me ayuda mucho contemplar un crucifijo y pensar que estoy en el Gólgota, o en la Vía Crucis de Jerusalen, arrimando el hombro, acompañando al Señor. En definitiva, se trata de tener fe y de aprender lo que San Josemaría llamó la ciencia de la cruz.

Contemplando su cruz, la mía me parece cómoda o, por decirlo a lo modelno incluso ergonómica y aerodinámica.

Ayer mismo lo pensaba, a las puertas del hospital al que acudo cada dos días. En el fondo, me dije, eres un afortunado por trabajar con tan buen Jefe.

Por eso creo firmemente que la abuela de laurita y D. Enrique tienen toda la razón del mundo.

Anónimo dijo...

Gracias, D. Enrique. Todo el "material" sobre el misterio del dolor y su sentido es un tesoro, para aprovechar personalmente en los "malos momentos" y para ayudar a tantas personas. ¡Cuántas veces uno se siente tan impotente!

Jovenes con Ideales dijo...

Interesante, gracias.

Espero que el nuestro también le haya gustado, e invito a quienes frecuntan su blog a visitar el nuestro.

Un abrazo en Xto.

jovenesconideales.blogspot.com

Enrique Monasterio dijo...

Mañana seguiremos.

Anónimo dijo...

A veces pienso que el dolor es un regalo que Dios da a los que estan preparados para tenerlo. Y, en plan egoista, en el fondo, no quiero estar "preparada", no vaya a ser que me llegue el regalo. Por otro lado, el dia que llegue, porque ha de llegar, espero tener la suficiente lucidez para saber dar gracias, y no rebelarme....tendré que empezar a prepararme.

Hadasita dijo...

Yo no lo entiendo. La teoría la conozco, pero la vivencia del dolor es otra historia. Me explico con otro ejemplo. No es lo mismo saber definir el amor que enamorarse de verdad.

Yo entiendo conceptualmente todo eso del sufrimiento, y de la Cruz, y de la bara y el cayado del Pastor... Lo que no sé es por qué Dios , que es mejor que el mejor de los padres de la tierra, no hace lo imposible por que sus hijos seamos felices ya aquí, aunque no sea en plenitud (el famoso ya, pero todavía no).

A veces uno no tiene un dolor físico, no hay un cáncer o algo grave. Pero se sufre, de pura insatisfacción; se sufre, de ausencia de felicidad. Y la vida misma se convierte en cruz.

A veces me pregunto si le será para algo útil a Dios esos sufrimientos, o si símplemente los mantendrá hasta que la persona se rompa... (nota: vuelvo a lo dicho; sé la respuesta, conozco la teoría... ¡quiero la vivencia!).

Enrique Monasterio dijo...

Mañana seguimos... Esperad un poco, porfa..

Anónimo dijo...

hadasita, creo que ante el dolor se puede ir de víctima o se puede pasar de él: Está bien, sufro, si y mucho, a otra cosa. Víctima víctima sólo fué Jesucristo, lo nuestro se queda más pequeño.En ocasiones el sufrimiento te coloca en una espiral en la que solo puedes salir tu. Darlo vueltas, recomcomerte... hasta que dices Basta. A otra cosa. ¿como? Pues viviendo al día y procurando pensar menos. Trabajar ayuda, arreglarte también, sonreir por fuera al principio...
Es una opinión. a mi me ayuda a salir de él. Y sino me ayuda me aguanto... que fácil es hablar...