
Me cuentas que te encontraste por casualidad con una antigua amiga. No os habíais visto desde muchos años antes, pero no necesitaste demasiados preámbulos para llegar hasta el fondo: al conocer su situación y su alejamiento de la Iglesia, le hablaste de Dios y de Esperanza.
Unos días más tarde te enteras de que tu amiga acaba de fallecer inesperadamente, y me dices muy conmovida:
-Ojalá mis palabra le hayan servido. Ahora estoy pidiendo al Señor que ninguna de mis amigas se muera sin que les haya hablado de Dios al menos una vez.
3 comentarios:
Cuánta responsabilidad tenemos, don Enrique; no nos damos cuenta a veces que mucha gente a lo mejor nunca conocerá a Jesús si no se lo presentamos nosotros. Me ha dado que pensar. Gracias.
ahhh...las omisiones mias...ufff.
Es verdad lo que dice el Padre José Kentenich: "Lo que hagamos o dejemos de hacer repercute en la santidad del otro"... lo llama solidaridad de destinos. Ojalá siempre estuviéramos conscientes de ello...
Publicar un comentario