(del diario de Judas Iscariote)
Fui débil con Caifás. El Sumo Pontífice me habría pagado mucho más que estas 30 miserables monedas. Habría vaciado las arcas del Templo con tal de detener discretamente al Maestro sin provocar altercados. Pero yo no soy avaricioso, tengo mi dignidad: soy un buen judío y cumplo escrupulosamente la ley de Moisés.
Juan ha insinuado hace días que retiro de la bolsa algunos denarios para mi propio beneficio. Más le valdría al niño ése meterse en sus asuntos. ¿Qué quiere, que vivamos como las aves del cielo y nos dejemos vestir por Yahvé como los lirios? Esas alegorías del Maestro conmueven a sus seguidores, pero a mí me irritan porque demuestran hasta qué punto se mueve al margen de la realidad.
Si no fuese por Judas, el grupo de los 12 viviría así, como los gorriones. ¡Qué fácil les resulta a todos poner los ojos en blanco, abandonarse a la providencia de Dios, y dejar que yo administre las pocas monedas que nos dan. Para colmo, pretenden que dé parte del dinero a los pobres. Pues bien, eso es lo que hago: nadie más pobre que el pobre Judas.
Con Caifás fui generoso. Naturalmente que exigí una retribución económica. Alguien tiene que compensarme estos tres años perdidos, corriendo detrás de una quimera, de un falso mesías que cuenta parábolas a la plebe, cura enfermos a escondidas y se niega a tomar el poder cuando lo tiene al alcance de la mano.
30 monedas. ¿Para qué necesito 30 monedas? ¿Para comprar un camello? ¿Para hacerme una casa en Cafarnaum? Las quiero sólo para recuperar mi dignidad, para librar a Jesús de su propia locura. Dentro de poco, cuando comparezca ante el Sanedrín, lo despojarán de todos sus trucos; le hablarán en nombre de Yahvé y tendrá que decir la verdad.
30 monedas es muy poco para el enorme favor que he hecho al pueblo de Israel. Muy pronto Jesús habrá desaparecido de la memoria de los hombres y Judas será considerado un benefactor de la humanidad.
30 monedas. ¡Cómo pesan! Es terrible llevarlas encima. Fui generoso, fui débil, pero estas monedas me aplastan como si fueran todo el oro de Satanás.
Fui débil con Caifás. El Sumo Pontífice me habría pagado mucho más que estas 30 miserables monedas. Habría vaciado las arcas del Templo con tal de detener discretamente al Maestro sin provocar altercados. Pero yo no soy avaricioso, tengo mi dignidad: soy un buen judío y cumplo escrupulosamente la ley de Moisés.
Juan ha insinuado hace días que retiro de la bolsa algunos denarios para mi propio beneficio. Más le valdría al niño ése meterse en sus asuntos. ¿Qué quiere, que vivamos como las aves del cielo y nos dejemos vestir por Yahvé como los lirios? Esas alegorías del Maestro conmueven a sus seguidores, pero a mí me irritan porque demuestran hasta qué punto se mueve al margen de la realidad.
Si no fuese por Judas, el grupo de los 12 viviría así, como los gorriones. ¡Qué fácil les resulta a todos poner los ojos en blanco, abandonarse a la providencia de Dios, y dejar que yo administre las pocas monedas que nos dan. Para colmo, pretenden que dé parte del dinero a los pobres. Pues bien, eso es lo que hago: nadie más pobre que el pobre Judas.
Con Caifás fui generoso. Naturalmente que exigí una retribución económica. Alguien tiene que compensarme estos tres años perdidos, corriendo detrás de una quimera, de un falso mesías que cuenta parábolas a la plebe, cura enfermos a escondidas y se niega a tomar el poder cuando lo tiene al alcance de la mano.
30 monedas. ¿Para qué necesito 30 monedas? ¿Para comprar un camello? ¿Para hacerme una casa en Cafarnaum? Las quiero sólo para recuperar mi dignidad, para librar a Jesús de su propia locura. Dentro de poco, cuando comparezca ante el Sanedrín, lo despojarán de todos sus trucos; le hablarán en nombre de Yahvé y tendrá que decir la verdad.
30 monedas es muy poco para el enorme favor que he hecho al pueblo de Israel. Muy pronto Jesús habrá desaparecido de la memoria de los hombres y Judas será considerado un benefactor de la humanidad.
30 monedas. ¡Cómo pesan! Es terrible llevarlas encima. Fui generoso, fui débil, pero estas monedas me aplastan como si fueran todo el oro de Satanás.
7 comentarios:
Decía C.S. Lewis que para escribir "cartas del diablo a su sobrino" tenía que retorcer su pensamiento de tal modo que le costaba volver en si. ¿Le pasa a Vd.?
Me suena a Ibañez Langlois.
¡Cómo me veo reflejada en algunos comentarios.! Podría haberlos hecho yo.
No, Luis, no necesito retorcer mi pensamiento para "ser" Judas. Lewis debía identificarse con el diablo. Yo sólo necesito mirarme en el espejo y descubrir que, si no somos traidores, es porque Dios nos sostiene, pero que tampoco es tan distinto de nosotros ese pobre hombre que entregó a Jesús.
En efecto... A mí también me suena a Ibañez Langlois. Es un honor.
qué bueno... y es un punto de vista que yo no había "visto"...
Publicar un comentario