lunes, 24 de marzo de 2008

Rascarse y otros placeres

Otro largo refrito del siglo pasado. Es el resumen de un par de clases para alumnas de 15 o 16 años. Como el artículo es largo, lo he llenado de subtítulos para hacer menos penosa la lectura. Haceos a la idea de que son dos o tres entradas, y ya está.
El título me lo sugirió Ana Cuartero, que por ahí anda ahora, casada y con cuatro o cinco niños.
Hay que ver cómo crece la gente.


—¿Qué es el placer?

Nada como una pregunta aparentemente sencilla para sembrar el desconcierto en clase de moral. A estas horas —pasado ya el mediodía, y con calor— las alumnas de 3º de BUP tienen una irrefrenable tendencia a reptar sobre la mesa y a quedarse inmóviles como lagartos al sol, con la barbilla pegada en los apuntes, los párpados en cuarto menguante y los brazos desplomados como péndulos de un reloj que anunciara la hora de la siesta.

Bárbara, que no puede estar callada, fue la primera en intervenir:

—¿El placer?... El gusto, lo que te llena... Yo qué sé.

Patricia, mirando de reojo como suele, opina que "lo contrario del dolor"; Alicia buscaba en el diccionario, y como yo tampoco me sentía capaz de improvisar una definición, las dejaba alborotar para sacarlas del sopor.


Elenco de placeres

Una vez despiertas y con la cabeza suficientemente confusa, continuamos adelante:

—¿Se os ocurre algún ejemplo de placeres?

—Rascarse…

La respuesta de Ana, un tanto desconcertante, sirvió para abrir fuego a discreción: comer, beber, estornudar, el placer sexual, tomar el sol, llorar...

En el elenco había pocas concesiones a los placeres más refinados o "espirituales". Nadie habló de la conversación con los amigos, del gusto por la música o por la poesía...; pero no importa, ya que, en efecto, llorar cuando se tiene ganas puede ser un placer delicioso: lo dice Santo Tomás, y tiene razón. Y rascarse una buena picadura de mosquito tampoco es ninguna tontería. Son, desde luego, placeres un poco elementales, pero quizá por eso, más inequívocos y significativos.


Una definición

A falta de otra definición mejor, podríamos decir que el placer es "la recompensa que recibe el cuerpo cuando realizamos una acción buena y más o menos necesaria para el individuo o para la especie".

Es evidente que el cuerpo tiene una serie de necesidades o de exigencias que, cuando son razonables, deben ser satisfechas. Así, por ejemplo, todos coincidimos en que nos encanta introducirnos por la boca determinadas cosas: tortillas de patatas, hamburguesas, riñones al jerez... Y, sin necesidad de asistir a ningún cursillo, desde que nacemos, "tendemos" como buenos mamíferos a engancharnos del pecho materno o de cualquier sucedáneo de caucho. Alguna vez me pregunto si el atavismo del fumador no será también una manifestación de esta tendencia ancestral. En todo caso, a este fenómeno le llamamos "instinto", y gracias a él, la especie humana no se ha extinguido en su primera generación.

La satisfacción que se obtiene cuando uno obedece a su instinto será más o menos refinada según de qué se trate, y más o menos intensa según la urgencia del apetito. Pero, en todo caso, ese placer que el cuerpo recibe es como un premio que nos concede nuestra naturaleza y, en definitiva, Dios mismo.


El placer es bueno

Es evidente. Los placeres naturales son inventos divinos. El diablo, a pesar de ser tan viejo, no ha sido capaz de crear uno solo.

Por tanto, se equivocan los que acusan a la Iglesia de estar en contra del placer. La moral cristiana no es represora ni masoquista. Los maniqueísmos (esas doctrinas espiritualistas alérgicas a lo corporal) no son de origen cristiano. Y los puritanismos no tienen el menor fundamento evangélico.

¿No os imagináis a Jesús deleitándose con los demás invitados del buen vino que Él mismo aportó a las bodas de Caná? Y, en la playa, al atardecer, disfrutaría cenando pescado a la brasa con los apóstoles y alargando la tertulia junto a la hoguera; o contemplando la puesta de sol en la montaña después de una merienda campestre de miles de personas.

—Pero todos los placeres no son buenos...

La interrupción vino de Patricia.

—¿Por ejemplo?

—La droga, el alcohol, el tabaco...

Tenía razón. Por eso hablamos de placeres naturales. Porque el hombre, al ser espíritu, es capaz incluso de alterar sus instintos y de corromperlos hasta el punto de crearse necesidades autodestructoras y de poner en funcionamiento extrañas angustias artificiales (la ansiedad del fumador, el "mono" del drogata o del alcohólico) que se parecen a los apetitos naturales. Satisfacerlos también proporciona un placer, un falso placer que puede ser inhumano y, por tanto, pecaminoso.

—Entonces, ¿los placeres naturales son siempre buenos?

—Vayamos por partes.


El placer sin sentido

Ya hemos dicho que el placer es una recompensa, una especie de premio. Así lo dispuso Dios ("y vio que era bueno", dice el Génesis) al crear el mundo.

La naturaleza goza, y nosotros también, cuando satisfacemos natural y razonablemente las necesidades del cuerpo y del espíritu: comer, beber, engendrar hijos, tomar el sol o descansar son cosas estupendas cuando tienen un sentido. Y es bueno dar gracias a Dios por las mil satisfacciones que encontramos en ellas.

Sin embargo lo importante de una recompensa es que sea merecida; es decir, ganada a pulso por haber alcanzado lo que nos hace acreedores del premio. Una medalla olímpica sólo es valiosa para quien la conquista: para el ladrón es un trozo de metal. La satisfacción de subir al podio sólo la siente plenamente el que, de verdad, ha ganado la prueba sin estimulantes ni favores ilegítimos. Por eso nos resulta despreciable y ridícula la figura del que, obsesionado por llenarse los oídos de aplausos, hace trampa. Ése no es un atleta: ni siquiera será capaz de entender plenamente la alegría del verdadero triunfador. Su colección de medallas no es más que un muestrario de chatarra.

Algo semejante podemos decir del placer. Buscarlo por sí mismo, y no por su sentido profundo es, además de un desorden, una estupidez. Significa, en el fondo, no entenderlo, porque se le priva de significado. El hedonista, al poner el placer como fin y razón de su vida, ni siquiera sabe disfrutarlo: se le marchita entre las manos, porque un placer sin fin ni sentido es tan absurdo, tan tedioso y frustrante como un dolor sin objeto.

Vienen aquí, como anillo al dedo, aquellas palabras de Jesús: buscad primero el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás se os dar por añadidura, que, aplicadas a nuestro asunto, podrían traducirse así:

  • Id al fondo. Llenad de contenido vuestra vida.
  • Aprended a crecer, a amar, a caminar hacia el Cielo.
  • Sed señores de vuestros pasos, como Cristo lo fue.
  • No tratéis de esquivar el dolor, que llegará; ni persigáis sólo el placer, que vendrá por añadidura.
  • La felicidad es un tesoro, y los tesoros no se buscan: se encuentran.

El hedonista y el santo

El hedonista, el frívolo, el mundano (poned el sustantivo que más os guste) no entiende al mundo y, en consecuencia, tampoco lo ama. Lo necesita, eso sí. Va a él agresivamente, como un consumidor que "se consume" en perpetuo síndrome de abstinencia. Busca en las cosas lo que sólo Dios podría darle, y al no encontrarlo, su búsqueda es cada vez más angustiosa, más retorcida y también más frustrante y desesperanzada.

El frívolo comprende, cuando su obsesión parece ya incurable, que esa pretensión es inútil; que el simple paso del tiempo le obliga a renunciar a los placeres que siempre consideró indispensables. Descubre, además que, con los años, los viejos sabores, que paladea en el recuerdo, ya no son como entonces. Y se convierte en un cínico, en un reprimido crónico, para el que la vida no tiene sentido.

El santo, en cambio, entiende el mundo, conoce su "manual de instrucciones", porque lo ve con los ojos de Dios, Creador y Padre; comprende el porqué‚ del placer y del dolor; y va a las cosas con respeto; es decir, con señorío. Ama al mundo con pasión, y no teme gozar ni sufrir. Puede usarlo todo, porque sabe que todas las cosas son suyas, y puede prescindir de todo, porque sólo Dios le basta.

A la postre, el santo siempre es más humano, más alegre y más divertido que el frívolo. Mira a las cosas con ternura, con humor y con despego. Y se ríe de todo menos de Dios, que es lo único importante. Por eso conserva hasta el final de su vida esa chispa de ilusión que se le enciende en los ojos y el amor por las cosas más sencillas, que le impide estar de vuelta. El va siempre "de ida".

* * *

—¿Y el dolor, qué sentido tiene?

Yolanda había levantado la mano en el mismo instante en que sonaba el timbre que ponía punto final a la clase. Me salvó la campana.

Sobre la siguiente clase ya hablé aquí no hace mucho.

6 comentarios:

Kike dijo...

Feliz Pascua, tocayo don Enrique. Un abrazo desde el otro lado del charco, desde donde se le lee.

Hadasita dijo...

Feliz Pascua, D.Enrique, y feliz Pascua a todos los demás. Confieso que soy más pensarporlibreadicta de lo que pensaba, porque aun estando en Roma, me he acordado de este blog en más de una ocasión.

Él año pasado me rompí una pierna con una de esas caídas tontas con la bici. El caso es que estuve escayolada más de un mes, y me acordé mil veces de ese rascarse y otros placeres, que ya había leído en su libro. Coger una aguja de hacer punto, meterla por dentro de la escayola y rascarse, es de un placentero nivel 10, que se te cae la baba hasta el suelo de puro gusto, os lo aseguro.
Un saludito a todos.

Anónimo dijo...

Don Enrique. Me ha gustado muchísimo esta clase. He hecho un copia-pega del final -por no abusar- y lo he colgado en mi blog.

Es un final muy animante. Invita a pasar del hedonismo. Intentar ser santo tiene todas las ventajas.
Mil gracias

Benita Pérez-Pardo dijo...

Esta entrada me mola mogollón!!.


Conclusión: la jornada intensiva permite a las familias disfrutar de los placeres de la vida y ser felices.

Las jornadas de trabajo largas, especialmente de las madres con niños pequeños, esas sí que son un invento del...

Felices pascuas!! :)

Anónimo dijo...

El placer del principio del dia, ver la luz del sol colarse entre las hojas del jardin; desayunar mientras los niños daún duermen; coducir entre árboles llenitos de flores; Sentarse a mirar una manada de gansos aterrizar en el lago.....Estos son algunos de los placeres que he tenido últimamente. Y el mejor: la cena del Sábado con un matrimonio amigo, las risas, los cuentos, las miradas de complicidad. Qué bueno tener amigos!

Antonia Macaya Fonts dijo...

La primera vez que leí la frase "ama el mundo con pasión" pensé ¡...esto me gusta, porque el mundo lo ha creado Dios y lo ha creado bien. Hay palabras que deberíamos paladear despacio.