martes, 17 de febrero de 2009

Volver a Valencia


Desde hace años, casi todos los días vengo con la imaginación a mi querencia, al Mediterráneo, que es también mi añoranza y el lugar al que espero regresar definitivamente, cuando Madrid me expulse. Me he acostumbrado tanto a ese ir y venir con la fantasía a Valencia que, cuando me propusieron acercarme de verdad a esta tierra, me entró miedo de que la ilusión hubiese deformado demasiado los recuerdos.

Los que me conocen saben que es verdad lo que digo. Todavía hace una semana alguien me reprochó que la mayor parte de las historias que cuento en charlas y meditaciones tengan algo que ver con Valencia.

—Y tampoco ha estado tanto tiempo allí… Total, nueve o diez años. En Madrid ha estado veintisiete.

Le di la razón; pero también le dije que los auténticos madrileños somos siempre de otro sitio. Gozamos de doble nacionalidad o más, y yo, que soy vasco de nacimiento, sevillano de adopción, romano de vocación, asturiano de pasión y valenciano de toda la vida, ejerzo de todo eso y más, porque no estoy dispuesto a encapsularme en una sola patria.

El caso es que tomé el coche el martes al mediodía. El viaje es feo, como lo son todos los viajes desde que España se ha poblado de autopistas y autovías. Las áreas de servicio son siempre iguales; iguales las salidas y las entradas, las curvas amplísimas sin sorpresas, las rectas monótonas… Y Castilla.

A partir de Buñol, la carretera desciende en picado desde la Meseta a la costa. Chiva, Cheste, Aldaia, Alacuás, Manises… Eran sólo letreros; aún no veía nada; pero sí, de vez en cuando, una palmera, el vuelo de una anátida. Me detuve para remojar el coche en un túnel de lavado, porque para entrar en Valencia, hay que adecentarse un poco. Allí oí el primer “¡ché, tú!” de la jornada en boca de una cajera.

Llegué a la Pobla de Farnals para asomarme al mar y hacer la oración allí. Media hora después, ya anochecido, entré en La Lloma, una casa de retiros blanca que se desliza por la ladera de un cerro como un pueblecito nevado.

Aquí seguiré hasta el jueves. No tengo casi tiempo para escribir, pero esta tarde he caído en la tentación.

8 comentarios:

Jorge P dijo...

¡Valencia! me ha tocado usted la fibra sensible hoy. ¡Hasta menciona la Pobla de Farnals, donde fui bautizado! y toda mi infancia, hasta la adolescencia, la bañó ese maravilloso mar mediterráneo.

A medias tengo el corazón, entre mi querido Madrid y esa belleza que es "la meua terra valenciana". No me extraña que vaya tan feliz. Ah! y encomiéndeme a "la Geperudeta"

Anónimo dijo...

D.Enrique no ha podido evitar la tentacion de escribirnos,es usted la monda!!!!
desconocia la cantidad de nacionalidades que tiene usted,yo diria que se ha quedado con un trocito de lo mejor de nuestra España.He echado de menos NAVARRA por lo que a mi me toca.
GRACIAS

Isa dijo...

No se olvide de nosotros en Valencia y siga escribiendo, aunque sea menos...
Aproveche, que en la Lloma se come muy muy bien...
¡A ver si algún día visita Murcia!

Set Point dijo...

Ya sé que no tiene nada que ver con su entrada, mosén, pero me ha dado por colgar esto aquí como primera intervención en su blog:

El crimen imperfecto
(Homenaje a André Maurois)

El asesino está de enhorabuena;
han decretado “muerte natural”.
La inquietud ha llegado a su final:
ni detención, ni juicio, ni condena.

Pero su alma no puede estar serena.
Le roe la conciencia de su mal.
Y al encontrarse con la catedral
entra a volcar allí toda su pena.

En la grata penumbra, al fondo brilla
como un faro que orienta a su navío
la luz del confesor. Deja la silla

y llora, postrado en el suelo frío:
“¡He matado!”. Y una voz, tras la rejilla,
susurra: “¿Cuántas veces, hijo mío?”

Anónimo dijo...

:)

paloma dijo...

Lo sabía Don Enrique, lo sabía, no nos podía dejar huérfanos.
Se me está volviendo una adicción su blog.

Le mando un saludo desde México.

chon dijo...

D. Enrique, ahora ya se porque me cae tan bien. Es vasco, como yo! Las cosas claras: al pan, pan y al vino, vino.

Ni bilbotarra naiz. ¿A qué da el pego y parece que sé?

c3po dijo...

Pues es un sitio la mar de pajarero. Y se lo digo por experiencia. Espero que disfrute. Y si tiene tiempo y ganas, acérquese a la Marjal del Moro (en la playa de Puçol) para ver las anátidas. Ya contará qué tal la paella de rigor.