sábado, 22 de mayo de 2010

La final



Aún no ha comenzado el partido, pero no creo que el espectáculo del Bernabeu supere al que se vive ahora mismo en los alrededores. Mi casa está junto al Estadio y he comenzado a vivirlo a las siete y cuarto de la mañana.

Salgo del parking a esa hora y enfilo con el coche la calle Padre Damián, que bordea el campo de fútbol. Apenas hay gente, pero la policía ya ha tomado posiciones y me impide el paso. En ese momento aparece un grupo de niños y niñas vestidos de Primera Comunión, que, guiados por un par de adultos, tratan de entrar en uno de los colegios de la zona. No sé a qué hora se habrán levantado esos chiquillos, pero deberían haberlo hecho antes: tampoco les dejan pasar.

Abandono el coche en el barrio de Salamanca y regreso a casa en autobús a las 12 del mediodía. Madrid parece tomada por italianos. Los alemanes, de momento, apenas se hacen notar. Un chaval con la camiseta neroazzurra me pregunta si la Iglesia fa il tifo por el Inter.

Io sono della Lazio —le contesto—.

Vuelvo a salir de casa a la una, y compruebo que el nivel etílico ha subido unos cuantos grados. Corren ríos de cerveza especialmente entre los alemanes.

Le pregunto a un guardia si podré volver a mi casa en automóvil a las ocho de la tarde. Me dice que, por mi propia seguridad, utilice otros medios.

—¿El helicóptero, por ejemplo?

El guardia se encoge de hombros y sale corriendo para evitar que se le cuelen un par de ancianos.

8 de la tarde. El autobús, abarrotado de “aficionados”, huele a un coctel de sudor y alcohol. Nada más subir presencio una bronca de consideración: al parecer han pillado a una pareja de carteristas en plena faena. Uno de ellos ha sustraído la cartera a un alemán gigantesco y se la ha entregado a su cómplice, una chica sudamericana de diecisiete o dieciocho años. El alemán se lanza sobre el caco dispuesto a estrangularlo, pero el resto de los pasajeros, casi todos italianos, consiguen evitarlo. El conductor detiene el autobús, cierra las puertas y avisa a uno de los muchos policías que hay en la calle. Aplausos para el agente.

Me apeo del autobús dos paradas antes de lo habitual y me mezclo con la multitud. El griterío es tremendo En la terraza del Bar “24” está Gento con gorra azul y su inseparable perrito. También hay dos docenas de interistas, pero ninguno parece reconocer al que fue su verdugo hace ya tantos años.

Empieza el partido. Ya me sé el resultado final: el fútbol mezquino pero eficaz de los italianos acabará por imponerse a la potencia germánica.


3 comentarios:

Isa dijo...

Sabia profecía. 2-0 al final.
Por cierto, menudas emociones en un sólo día...Si me da gana de ir a Madrid y todo...

Bernardo dijo...

Una tía mía también vive cerca del estadio. Tiene una perrita adoptada; a saber lo que tuvo que aguantar cuando la sacó a pasear.

Clara dijo...

Me toca estar en ese autobús cuando cierran las puertas para que no se escapen los cacos y la que aúlla soy yo, ¡qué claustrofobia!. Buen detalle el de los italianos sujetando al indignado alemán.