miércoles, 1 de abril de 2009

El vaquero de Mariajo



He aquí un viejo, viejísimo, refrito para empezar abril. La protagonista tiene ya tres o cuatro niños, si no me equivoco.



Cuando María José apareció una mañana a la hora del desayuno con el pantalón vaquero estratégicamente rasgado por siete u ocho zonas capitales, su padre la observó por encima del periódico y de las gafas, suspiró levemente y dijo:

—¿Te ha atacado un lobo, cariño?

Así, de esa forma tan tonta, comenzó la primera borrasca del día. De la ironía paterna se pasó a una discusión estética; de la estética, a la ética; de la ética, a la moral y a una consideración teórica sobre el sentido de los convencionalismos en una sociedad plural y democrática. Todo entre gritos, lágrimas y colacao bajo en calorías.

La controversia dio un giro providencial con la aparición de Gonzalo, que tiene doce años.

—Lo que le pasa a Mariajo es que está como una foca.

A la aludida se le escapó un revés de izquierda, y Gonzalo respondió con una patada en la espinilla. Fue un eficaz cambio de estilo. El padre castigó a los dos sin salir, y resolvió de rebote la espinosa cuestión del vaquero roto.

No me he inventado la escena. Sólo los nombres. El resto me lo contó entre sollozos la protagonista principal, y debo decir en honor a la verdad que terminamos riéndonos a carcajadas.
Por aquella época María José alimentaba un pavo borrascoso y lleno de dramatismo, que se manifestaba especialmente en un espíritu de contradicción casi obsesivo y en una rebeldía crónica contra todo lo convencional.

La palabra “convencional” le encantaba. Se la había oído a Ramoncín en la tele, y decidió adoptarla como argumento definitivo contra las imposiciones maternas:

—Eso es convencional, y no pienso hacerlo.

—Para convencional, la bofetada que te va a dar tu padre…

Aquel día del pantalón vaquero hablamos de la importancia de las convenciones, como normas prácticas, admitidas pacíficamente por todos, que, aunque no sean esenciales para la vida, se fundan en la costumbre y hacen posible la convivencia civilizada.

Mariajo puso cara de asco cuando respondió:

—Yo paso de las costumbres de los demás.

Traté de hacerle ver que, en el fondo, la mayor parte de sus manifestaciones contestatarias reflejaban una adhesión entusiasta a otras normas igualmente convencionales; que los vaqueros se venden con los rotos puestos; que cualquier peluquero está harto de teñir melenas de azul marino y de fabricar crestas; que atravesarse un aro en la nariz, además de una incomodidad evidente, ya no llama la atención ni a las bisabuelas.

—Total —concluí, con ganas de que se enfadara un poco—; que has cambiado el uniforme del colegio por otro uniforme más caro y obligatorio.

—Obligatorio, de qué. Visto como me da la gana…

—¿Sí? ¿Entonces por qué te parece mal que un chico lleve calcetines blancos en la discoteca?

—Porque es una horterada.

No recuerdo cómo terminó aquella larga conversación. Sólo sé que Maria José no se enfadó conmigo y tampoco me hizo el menor caso.

Hoy, cuatro o cinco años después, ha venido a verme. Está algo cambiada y un poco deprimida: me dice que Juan, su novio “de toda la vida”, no la ha llamado por teléfono desde que se fue a Londres.

—Llámale tú.

—¿Yo? —Mariajo me mira horrorizada—. El chico es él. A buenas horas voy a tomar yo la iniciativa.

—¿No te habrás vuelto convencional?

—Y machista —asegura con cara de guasa—.

Después, y como para saldar una vieja discusión pendiente, ha dicho:

—No…, si las normas de buena educación son estupendas. Lo que me molestaba antes era vivirlas yo con los demás; pero que tengan detalles con una es superbueno. Juan me gusta precisamente por eso: porque es como un señor de aquellos antiguos, que te manda flores y casi te besa la mano. Y eso que es muy normal, ¿me entiende? Lo malo es que, desde que se ha ido a Londres, ya no es el mismo.

—¿Y se fue hace mucho?

—Anteayer.

No me costó explicarle lo importante que pueden ser esos pequeños detalles también en el trato con Dios. Y es que, en nuestras relaciones con el Señor, hemos vivido una especie de adolescencia parecida a la de Mariajo. Parecía como si fuese urgente eliminar todo lo convencional de la liturgia y de la piedad. Por alguna extraña razón pensábamos que era más auténtico y sincero quitar genuflexiones y reverencias, ir en chándal a la Iglesia y despatarrarse en los bancos.

—A Dios qué le importa —me dijo alguien hace años—.

—Es cierto —respondí—. Lo penoso es que a ti tampoco te importe.

Antes de despedirse, María José fue a la capilla del Colegio para “recordar viejos tiempos”. Tomó agua bendita; hizo, despacio, la señal de la cruz y una genuflexión perfecta, casi solemne.

Al marcharse, se asomó a mi despacho:

—Entonces ¿llamo a Juan o espero?

Le di mi opinión. Seguro que no me hace caso.

9 comentarios:

Isa dijo...

¡Estos adolescentes! me anima ver que la gente cambia con el tiempo...
La verdad es que el chico debe llevar la iniciativa,jeje...
Es cierto que hay que cuidar mucho las cosas que tienen relación con Dios: la liturgia, los gestos externos bien hechos y con cariño (genuflexiones...). Qué improtante es cuidar las cosas pequeñas, esos detallicos a lo largo del día con el Señor, ¡así le demostramos nuestro amor!

GAZTELU dijo...

Me encanta ver como nuestros almnos vuelven a sus raices,a donde saben que se les va a escuchar y dar un buen consejo.
Esto me ha hecho recordar que hace tiempo (desde Octubre)no paso por mi "cole" a hablar con mi monja,que todavia me regaña,con la misma gracia y palabras que cuando era adolescente,tipo mariajo,pero que consejos,nunca fallan...
Soy muy cuarentona...pero los cconsejos siguen siendo igual de validos y jamas me fallan.
Gracias por la entrada me recordo que es hora de pedir "audiencia" a mi madre de MATER SALVATORIS,preparare la charla,siempre te recibe al dia siguiente,la vida de las antiguas alumnas le enriquece,dice ella,le hace estar en el mundo y aprovecha para meter caña con las actuales.
GRACIAS Y BUEN DIA

nico dijo...

El poeta ya dijo
" A veces para apreciar
los encantos de una dama
como la distancia no hay
mejor ayuno que valga."

Sin embargo "Es cierto", a mí me ha convencido y yo que ella tambien le llamaría. Además hay otro poeta que dijo:
" Busqué al amor de mi alma ...
me levanté y recorrí
la ciudad, calles y plazas..."

Historias del Metro dijo...

A mí tampoco me gusta lo "convencional", o como yo suelo decir "lo que hace todo el mundo". La verdad es que lo de los vaqueros rotos me parece una tontería, sobre todo por el frío que a uno le entra, pero las modas, y el vestir diferente, sí que me gustan, porque me parece una forma de expresión más.
Me encanta la gente que viste diferente, original, alegre...
Respecto a la conducta en misa o delante de Dios, yo siempre pienso una cosa muy simple que me contaron en el colegio y que me ayuda mucho. Cuando estoy en misa pienso que estoy invitada en una casa. Cuando estoy invitada estoy "alerta" a agradar al que me invita, intento ir guapa, estar atenta...
Y si paso delante de una Iglesia y no voy a nada súper urgente, me gusta entrar y saludar porque pienso que si paso delante de la casa de un amigo que me ve y no le saludo, mi amigo se disgustaría.
Bueno, es muy simple, pero a mí me ayudan las simplezas. Jajajaja...

Anónimo dijo...

D. Henry, sólo unas líneas que escribo de estrangis en el curro.
Me interesa mucho el concepto "convencional" pero como determindas convenciones de hoy en día no me van nada de nada, he reflexionado sobre el tema y he llegado a la conclusión de que no soy una persona de convenciones sino de convicciones.

Al igual que creo que se debe comer todos los días porque sino moriríamos también creo en muchas otras cosas que se consideraban "convencionales" pero es una cuestión de convicciones que conservo aunque las convenciones cambien- hay algunas la mar de destructivas-

Las convicciones son más profundas que las modas y por eso permanecen pero son distintas a "lo convencional" comunmente conocido.

Algo parecido pasa con "lo normal".Normal es lo que se ajusta la norma pero ¿que noram?. Pues eso, que voy a seguir currando que la crisis es muy mala!

lolo dijo...

La bronca y el castigo me suenan.
De la estética a la ética y de la ética a la moral...
Al final van unidas pero, con estos chicos, más vale ir a lo fundamental.
No están en edad de que les pidamos todo a la vez. Lo convencional no tiene tanto valor. Y más vale...sus convencionalismos son terribles a veces.
Creo que hay que educar el corazón.
¿Suena muy mal?

Anónimo dijo...

Seguro que llama a Juan. Nos hacen más caso de lo que creemos y saben a donde acudir. AC

GAZTELU dijo...

Estoy segura de que le llamara....

Anónimo dijo...

Comentario a el vaquero de Mariajo:

“Lo penoso es que a ti tampoco te importe”
Es cierto. Pero más penoso es por culpa de eso no tener paz en el alma.

Convencionalismos en el amor juvenil:

Recuerdo un caso de una joven de dieciséis años que estaba enamorada platónicamente de un chico de su mismo Instituto. Ella lo idolatraba, suspiraba por él, su estado de ánimo cambiaba cada vez que lo veía. Sin embargo el chico no sabía nada de ella, no sabía que existía ni que le amaba, nunca se había fijado en ella.
Un día en el que coincidieron en una zona de ambiente ella tuvo un desliz, cometió el terrible error de comentar ese amor delante de un grupo de amigas en el que también había un chico, y este chico tal vez por fanfarronear o porque le gustaba esa chica y tenía celos, o porque era malo, o simplemente por cosas de la edad fue a donde el chico que ella amaba y le dijo:
- eh! oye!, esa chica dice que tú eres Su Amor platónico.
el chico la miró, y ella se moría de vergüenza, por un instante deseó que se la tragara la Tierra, no estar allí. Su amor por el chico de sus sueños había quedado mancillado de por vida, ya nada sería igual, ya no podría ser como ella se había imaginado.
De nada sirvió que el chico empezase a interesarse por ella, que intentase invitarla a bailar alguna vez en la discoteca, ella ya no podía estar con él y empezó a salir con otros chicos, tuvo varios novios, y cuando dejaron el Instituto no volvieron a saber nada el uno del otro.
El chico nunca entendió esta actitud de la chica... hasta hoy.