miércoles, 23 de septiembre de 2009

Tortícolis

Ayer me levanté con tortícolis. Cuando se lo dije a Kloster, se puso muy contento porque, según él se trata de un síndrome lleno de posibilidades literarias y morales.

—No te preocupes, colega —me dijo—. Lo tuyo no es una enfermedad sino una metáfora. Tú ahora no eres capaz de mirar a tu derecha sin gritar; o sea, lo mismo que nuestro amado Presidente. Tampoco consigues levantar la barbilla y ver las estrellas. Ni siquiera te resulta fácil observar a los pájaros. Eso mismo les ocurre a muchos: no pueden mirar al Cielo porque les da vértigo comprobar lo grande que es Dios y lo pequeños que somos aquí abajo. Hay otros que tienen la cabeza atornillada como tú y no son capaces de girarla para ver el horizonte entero. Son mentes monocarril incapaces de pensar por libre.

A duras penas conseguí callar a Kloster, no sin antes prometerle que, cuando supere el problema escribiré algo sobre la tortícolis espiritual y el torcecuello, ese pájaro prodigioso que gira la cabeza ciento ochenta grados en una décima de segundo.

Torcecuello



4 comentarios:

Sebastian Persant dijo...

Estimado Enrique, te comprendo, ya que el lunes amanecí igual, pero estaré pendiente de la reflexión que hagas adelante...., como quisiera tener la capacidad del Torcecuello y ahora no puedo ni girar 45 grados sin tener que girar todo el cuerpo como si fuese un robot torpe, las cuerdas internas de mi cuerpo, están tensas, quizá inflamadas o no se y los medicamentos aun no han terminado de hacer su labor y poco a poco trato de forzarlos, más no sin dolor.
Un abrazo!

Mar dijo...

Menos mal que lo suyo tiene cura. Los otros que no pueden mirar a su alrededor estando sanos lo tienen peor. A mi me duego el lado derecho de la espalda, espero que también tenga cura.
A mejorarse. Un abrazo.

Rosa dijo...

Sé que no viene al caso, que no se trata de esto, pero con tanto hablar de torcer el cuello ha hecho usted que me acuerde de la niña de "El Exorcista". ¡Ay, qué grima!

Que se mejore, don Enrique.

Isa dijo...

¡A cuidarse don Enrique!
Preciosa reflexión la suya; me ha dado que pensar...