viernes, 31 de octubre de 2014

La mirada de Dios

A San Juan de la Cruz


Querido Juan de la Cruz, en el siglo Juan de Tepes, patrono de los poetas que escriben en castellano. Tu buena amiga Teresa de Jesús te llamaba "medio fraile" por tu pequeña estatura, pero bien sabía ella que fuiste un gigante en todo lo demás: en santidad, en espíritu contemplativo, en afán reformador, en fortaleza para enfrentarte a la persecución e incluso a la cárcel, y también en astucia para escaparte de la prisión injusta.
Empecé a leer tus poemas a los quince o dieciséis años por recomendación de Quino Andrada, que era mi profe de Literatura. Él me prestó un libro tuyo de "poesías completas" con un largo prólogo que resumía tu vida, y ya entonces me pareció admirable que un pequeño fraile corretón fuese al mismo tiempo el más universal de los místicos españoles y también el primer poeta de Castilla. Yo, que hasta entonces apenas había aprendido a apreciar la métrica y la rima de los versos de Espronceda, descubrí gracias a tu "Cantico espiritual" que unas pocas palabras verdaderas pueden golpear en el alma con la fuerza de un huracán.
Pero no te escribo, querido Juan, para hablar de literatura. Sólo quiero continuar contigo el diálogo que inicié hace un mes con Dulcinea del Toboso, ya sabes, Aldonza Lorenzo, la dama soñada por el bueno de don Quijote.

Explicaba yo a Dulcinea que el secreto de su belleza estaba en la mirada de su andante caballero. Un hombre enamorado puede hermosear a su amada y convertir a una rústica cuidadora de puercos en la más linda de las princesas.
Mientras escribía esas palabras pensaba en tu "Cantico espiritual". ¿Recuerdas? El alma suspira por ver el rostro del Amado; pregunta por Él a las criaturas y éstas le responden:
Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura,/ e, yéndolos mirando,/ con sola su figura/ vestidos los dejó de su hermosura.
Si un hidalgo enamorado y loco fue capaz de embellecer a su amada con sólo mirarla, qué no hará Dios, nuestro Señor, Amor infinito, al contemplar la obra de sus manos. El Creador de todas las cosas no busca la belleza fuera de sí mismo. Al contrario; la derrama en las criaturas con solo mirarlas. Siempre he pensado que la belleza no puede ser casual. No hay un cuadro sin pintor ni una sinfonía sin un músico que la componga. Un millón de letras caídas al azar nunca compondrían los cinco primeros versos de tu Cántico.
Es posible que este argumento no convenza a los que niegan la existencia de un Dios-Artista supremo, pero a mí me sirve. Al contemplar las puestas de sol de Castilla o el colorido de las aves en primavera recuerdo otro gran poema, el Salmo 19, que comienza así: el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.
Pero la mirada de Dios es aún más prodigiosa cuando descansa en aquellos que Él creó a su imagen y semejanza. Si el hombre se deja mirar por su Señor y desnuda el alma, descubre que el Amor quema todo lo sucio y repulsivo que encuentra a su paso y le prepara para una "segunda" mirada.
Así lo dice tu Cántico: no quieras despreciarme,/ que si color moreno en mí hallaste,/ ya bien puedes mirarme,/ después que me miraste,/ que gracia y hermosura en mí dejaste.
La primera mirada endiosa el alma después de haberla lavado con los Sacramentos del Bautismo y la Penitencia. A ese endiosamiento lo llamamos "Gracia". Y es tanta la belleza del alma que ni siquiera Dios puede resistir su atractivo. Por eso vuelve a mirarla y a remirarla como un caballero andante enamorado.
¿Puedes creer, querido Juan, que todavía hay miles de cristianos que ni siquiera saben lo que significa "vivir en Gracia"? Quizá la culpa sea nuestra, por no haber sabido explicárselo.
"¡Si conocieras el don de Dios…!", dijo Jesús a la samaritana junto al pozo de Sicar. Tú, que eres poeta, échanos una mano; a ver si conseguimos que más hombres y mujeres dejen de tener miedo a esa mirada embellecedora de Dios.


13 comentarios:

Cordelia dijo...

Gracias. No puedo decir otra cosa.

Papathoma dijo...

Así sea.

Enrique dijo...

Esa belleza la vi a los 16 años, mirando al microscopio una piel de cebolla. Fue un punto de conversión en mi vida. Hoy, a los 68, me sigue pasmando aquella imagen.

Anónimo dijo...

Madre mia!! Belleza, Gracia, perdon....Que grande es Dios y que poco lo aprovechamos. Gracias D.Enrique.

Balbuciendo dijo...

Inefable entrada qeu sólo puedo agradecer.

Julia dijo...

¡Qué maravilla de reflexión!,
muchas gracias. Esa mirada de Dios que nos envuelve y alienta...

Merche dijo...

¡Cómo me gusta ese salmo 19! La primera vez que fui consciente de él fue en una ordenación de diáconos. No sé si fue por lo bien que lo cantó el salmista o por qué, pero se me quedó grabado y de vez en cuando me descubro repitiéndolo y no sé cual de las dos estrofas que se suelen leer me gusta más, si la que usted nos ha escrito o la que dice:
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Me hace sentir muy pequeñita ante la inmensidad de toda la naturaleza hablando sin hablar, de la majestad y grandeza infinitas de Dios.

caminando dijo...

Sin palabras

Vila dijo...

Reconozco con vergüenza que nunca he leído nada de nuestros místicos españoles, pero el leer esta carta me anima a ello. A pesar de que mi mollera es algo dura para los versos, por muy bellos que sean.

Gracias!!

Churrinche Oriental dijo...

Hay un famoso madrigal, si mucho no me equivoco, que se llama "ojos claros serenos", que San José de Anchieta versó "a lo divino":

Ojos claros serenos,/que a vuestro apóstol Pedro han ofendido,/mirad y reparad lo que he perdido.

Si atado fuertemente,/queréis sufrir por mí,/ser azotado,/no me miréis airado,/porque no parezcáis menos clemente,/pues lloro amargamente;/¡volved ojos serenos!/y pues morís por mí,/miradme al menos.

Adaldrida dijo...

Pedazo de post.

Enrique Monasterio dijo...

Gracias, Adaldrida; te echaba de menos

Fernando Q. dijo...

precioso