jueves, 20 de diciembre de 2007

El belén que puso Dios, 5


Las lágrimas de Dios


Maldito será el suelo por tu causa (...): Espinas y abrojos te producirá (Génesis, 3, 17-18).

No pongáis triste al Espíritu Santo (Ef 4, 30).

Una lágrima en mayo
parece un gran desorden.
(Pedro Salinas)


Fue un viento helado que parecía llegar de otro mundo: de algún lugar muy alejado de Yahvé. Hasta los ángeles sentimos el escalofrío: fue un sobresalto; como si, por un instante, el pánico hubiese logrado forzar las puertas del Cielo y se colara por una rendija, y ya nadie estuviese a salvo. Nos pareció que la luz desaparecía sin remedio. Algunos dijeron haber oído un grito estridente; otros, por el contrario, aseguraban que el silencio era como un manto de niebla que cubría la Creación; era una noche sin salida, como una ausencia definitiva; pero ¿de quién? Alguien mencionó palabras que hasta entonces no se habían escuchado jamás: angustia, tristeza, muerte. Palabras recién inventadas que no podían tener cabida en la Gloria. Y, sin embargo, era indudable que algo semejante acababa de rozarnos, y se alejaba.

Miguel, el general de la milicia del Cielo, fue el primero en hablar:

—Es igual que aquel día , ¿recordáis?: como si Lucifer cayera de nuevo al abismo. Es, otra vez, el pecado.

En la tierra el cambio había comenzado:

Se acorazaron las flores con espinas. Las cigüeñas levantaron el vuelo, y empezaron las primeras migraciones de las aves, que desde entonces siguen huyendo del Paraíso en busca de la tierra prometida. Se agostaron los manantiales. Temblaron las montañas. Las culebras cargaron sus depósitos de veneno, y los alacranes afilaron sus aguijones.

El hombre ya no era rey de la Creación, sino una especie de virus monstruoso y agresivo dentro de un cuerpo sano, que, por ser obra de Yahvé, se rebelaba contra su tirano corrompido.

—¡Vete de mí! ¿A qué has venido? ¿A maltratarme?

Y nacieron las tormentas, los terremotos, los huracanes...

—Maldito será el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá...

Y el hombre escapó del Edén...Ya conocéis la historia.

En el Cielo, el escalofrío del pecado sólo duró un instante. Pronto volvió esa felicidad indestructible que ni siquiera los ángeles son capaces de describir.

—¿Y Yahvé?

Si dijera que Dios lloraba, es posible que alguno de vuestros teólogos se escandalizase.

—¡Dios no llora! —diría— ¡Dios es infinitamente feliz en el Cielo. Nada puede alterarlo porque es inmutable!

No me atrevo a llevarle la contraria. Los ángeles no estamos acostumbrados a las disputas académicas. Pero ¿conocéis el significado de vuestras propias palabras cuando habláis de Dios?

Si decís que algo es inmutable, ¿en qué pensáis?: ¿en la muerte?; ¿tal vez en una roca siempre idéntica a sí misma en lo alto del monte? Pues bien, Dios no es una roca: su inmutabilidad no es carencia de vida, sino plenitud.

Y, al decir felicidad, ¿sabéis de qué estáis hablando?

De amor, sí. Desde luego esa es la palabra más cercana, aunque sólo aquí arriba alcanzaréis a entenderla del todo. Pero comprendéis que amor es, sobre todo, vida, alegría, sufrimiento... ¿Quién puede imaginar un amor de hielo, inmutable, como una roca fría? Dios no es así: y su felicidad consiste también en no renunciar al dolor por los que ama.

Por eso lloraba Yahvé en lo alto del Cielo, mientras se rebelaba la tierra contra Adán.

Pero tenéis razón: ¡es tan difícil sufrir en la Gloria! No se conformaba el Señor con que apenas le rozara el viento frío del pecado del hombre: quería sentirlo en su carne. Y mientras ponía su belén, pensó en desahogar su pena. Y miró a la cuna. Y soñó con un fuego dulce que se abría paso por las mejillas del Niño, con un racimo de perlas ardientes que la estrella encendía en reflejos de plata, y se volvían amargas en los labios.

Yahvé las llamó lágrimas y las puso, generosamente, en los ojos de Jesús.


1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad es que nunca lo había pensado. Los animales no pueden llorar con lágrimas. Al menos los que yo conozco...

Sólo los seres con capacidad de amar (libres para no amar) pueden llorar!!... Y es curioso, porque los adultos- que yo sepa- tampoco lloramos por el dolor físico... sino por lo que nos "emociona" el alma...