Supongo que es estupendo que no pase nada, pero el frenazo ha sido demasiado brusco y cuesta acostumbrarse.
Hace un par de años una ola de frío polar en el centro y nordeste de los Estados Unidos convirtió en un bloque hielo las mismísimas cataratas del Niágara. Aquella madrugada la temperatura descendió a 35 grados bajo cero y el “trueno del agua” (eso significa “Niágara” en lengua iroquesa) quedó en silencio: un silencio tan clamoroso y repentino que despertó sobresaltados a los lugareños. Ya no pudieron pegar ojo el resto de la noche.
Eso mismo me ocurre a mí. Acostumbrado al horario implacable de Madrid, al odioso tráfico de la ciudad, a los parquímetros y, en general, al estrépito de la vida ordinaria, tanta paz me sobresalta y hasta me inquieta un poco.
En las películas del Oeste, un minuto antes de que atacaran los indios, el bueno solía decir: “este silencio no me gusta nada”. Yo me lo repito en voz baja, pero es inútil: aquí no ataca nadie. Ni siquiera los pájaros dan señales de vida: el frío los tiene adormecidos.
Los pescadores de altura, cuando regresan después de pasar muchas semanas embarcados, ya no saben tenerse en pie: en tierra firme se marean. Lo suyo es el balanceo continuo, la vida agitada de la mar y de la pesca.
Aquí me tenéis, mareado en tierra firme, tratando de descubrir nuevos sonidos en este silencio magnífico; aprendiendo a mirar, a contemplar, a descansar con un belén a mi lado y un Sagrario a pocos metros.
Lo malo será el regreso.
3 comentarios:
D.Enrique, mientras tenga buena conexión a internet, ordenador y un poco de tiempo, puede quedarse el tiempo que quiera...
Manuda bromita lo de Canarias. Eso sí que se nos hizo laaaaaaaaaaaargo.
Un saludo
¡Pues felices fiestas! Además las vacaciones siempre vienen bien, recuperar las fuerzas, descansar y luego ¡qué vuelva el trajín de siempre!
¡Qué suerte tiene! Madrid está imposible en estas fiestas. Aquí le echamos de menos. Bueno, que pase una Feliz Navidad y descanse a fondo para que venga con las pilas cargadas.
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