martes, 11 de diciembre de 2007

La lata



A veces, cuando tengo un rato libre a media mañana, me acerco al Corte Inglés de la calle Serrano, que está a dos manzanas de mi lugar de trabajo. Nada más entrar hay una gran librería donde uno puede olisquear los libros recién llegados sin molestar a nadie. Ayer volví a visitarla a pesar de que la cercanía de la Navidad ha multiplicado el número de visitantes y resulta menos grato el paseo. Estuve diez o quince minutos y salí sin comprar nada, como casi siempre.

Entonces vi a la nueva mendiga. Yo creo que acababa de llegar, porque hasta ese momento no me había percatado de su presencia. Sentada sobre una manta sucia, a pocos metros de la puerta, golpeaba una lata con un objeto metálico para atraer la atención de los viandantes. Me detuve en seco para contemplar la escena antes de que me viera.

No tendría más de cincuenta años, pero parecía una anciana. El pelo, medio teñido de rubio con raíces de tonos indefinidos, dejaba amplias calvas irregulares por toda la cabeza. El color de su rostro me pareció enfermizo, pero sus ojos no. La mendiga miraba con viveza a cada persona que pasaba a su lado mientras hacía sonar la lata como una campana rota. Casi nadie le devolvía la mirada, solo los niños.

Recuerdo me vino a la cabeza la expresión “dar la lata”. Sí, eso es lo que hacía aquella mujer.

Me fui acercando mientras buscaba un euro en el bolsillo, pero me había dejado el dinero en la cartera, y la cartera estaba en el coche. Traté de huir, pero ya era tarde. La mendiga golpeó la lata y me miró.

—Dame algo.

—Me he olvidado el dinero.

—Entonces dame un rosario.

—¿Para qué lo quieres?

—Para que me dé suerte. Estoy muy mala.

—¿Qué tienes

Lucemia.

Aún hablamos un rato más. Le di el Rosario y le expliqué cómo podía utilizarlo. Hoy hemos quedado en el mismo sitio a la misma hora, pero quizá no venga.

5 comentarios:

Juanan dijo...

¡Vaya! Hemos escrito casi de lo mismo. Es curioso cómo algo tan extravagante como que una persona se siente para pedir no llama la atención de las personas, sino que la invisibiliza. Son mobilliario urbano. Esta mujer tiene que luchar contra su invisibilidad armando jaleo con una lata.

alejops dijo...

¿Cómo le da tiempo a observar tantas cosas en tan poco tiempo? Me gustaría tener esa capacidad para poder describir lo que veo.

Enrique Monasterio dijo...

Alejops. Alguna vez me preguntan cómo me las arreglo para ver tantos pájaros y tan distintos. La respuesta es muy simple: porque están ahí, aunque se escondan; sé cómo cantan, y los busco.

Benita Pérez-Pardo dijo...

Con un rosario siempre es más fácil que vuelva. ¿No?

Rodrigo dijo...

Que hermoso que hayas visto que ella existía. Cuando se camina consciente por la vida se mira la vida, no solo edificios, tiendas, ropa, comida...se mira la vida en la naturaleza, las personas, los detalles. Que hermoso regalo hiciste. Si no se vuelven a ver sin duda ella recordará siempre ese presente que la unirá más a nuestra Madre la Virgen (y a Dios!) y tú siempre podrás estar rezando por ella, unidas en la oración. Un abrazo en oración.