jueves, 27 de diciembre de 2007


Dentro de un cuarto de hora saldré a dar un paseo con los prismáticos y seguro que alguien me pregunta, una vez más, “para qué” miro los pájaros.

—¿Es que esperas ver algo nuevo?

No, la verdad. Conozco bastante bien la avifauna de esta tierra y la de España entera. Sólo hay tres o cuatro especies que aún no he visto, pero ninguna de ellas se encuentra en Asturias, salvo el urogallo, y no es buena época para ir a buscarlo.

—Entonces, ¿qué esperas?

—Que las aves me enseñen a desear su vuelo.

Un viejo profesor de la Universidad Lateranense, nos explicaba, comentando a Santo Tomás, que los deseos “naturales” —los que derivan de la propia naturaleza humana como una exigencia— deben ser alcanzables en esta vida o en la otra. Si no fuera así, Dios habría creado un ser eternamente frustrado. En cambio hay otros deseos —decía— que superan los requerimientos de nuestra naturaleza; por ejemplo, el deseo “teórico” de volar. No poder volar, concluía, no nos impide alcanzar la plenitud humana o espiritual.

Han pasado más de 40 años y sigo pensando, como entonces, que el vuelo es algo más que una metáfora. Cuando contemplo el vuelo de los charranes, que dan la vuelta al mundo, de polo a polo, todos los años, o la caza fulminante del halcón peregrino, que corta el aire como una bala, o el planeo majestuoso del águila, sé que la felicidad será un vuelo real y definitivo, al que no puedo renunciar.

No tengo tiempo de escribir más; pero el blog es mi cuaderno de apuntes apresurados y aun quiero anotar algo.

Vivimos en una época sin ambiciones. Benedicto XVI habla de la crisis de esperanza que es consecuencia del paganismo. Es evidente: la mentalidad hedonista nos invita a todas hora a renunciar a ese vuelo, quiere cortarnos las alas.

—Déjate de sueños —nos dice—. La vida no tiene más recompensa que el placer inmediato. Carpe diem!, aprovéchate de lo que encuentres hoy en la nevera, no sea que mañana no tengas dientes.

Sí, el hedonismo supone una renuncia expresa y formal a la felicidad que Dios nos ha prometido. El hedonista es un pobre hombre resignado, un conformista sin más ilusión que la de morir borracho de anestesia para no enterarse.

¿Cómo eran aquellos versos de San Juan de la Cruz? Los citaré de memoria:

Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.


2 comentarios:

Jesús Sanz Rioja dijo...

Sí, es posible que todo lo de la tierra sea una metáfora: el agua, el pan, las aves... Algunos lo veis más claro, con esos ojos de poeta que os envidiamos.

Anónimo dijo...

Pufff! Cómo suena esto de ser "eternamente frustrao". Querer ser lo que no se es y repudiar lo que se es. Un infierno voluntario.
Los he conocido así. Desean una libertad absoluta, absolutamente fuera de la realidad, y no aceptan la libertad de ser hombres. Cruzo los dedos y pido a Dios ¡que no me pase a mi!, ¡que no me pase!