miércoles, 16 de septiembre de 2009

Carta a don Jesús

Desde hace casi veinte años escribo todos los meses un artículo en "Mundo Cristiano", la revista que fundó y dirigió durante décadas don Jesús Urteaga. Como sabéis don Jesús falleció el pasado 30 de agosto, cuando estaba a punto de salir a la calle el número de septiembre de la revista.

Para octubre, MC pr
epara algo especial y me han sugerido que me una al homenaje a don Jesús. Yo, sin dudarlo un instante, he redactado una carta demasiado larga para que vuele hasta el Cielo al encuentro de mi cura.

A don Jesús le gustaba leernos aquel poema de San Juan de la Cruz que comienza así: tras de un amoroso lance,/ y no de esperanza falto,/ volé tan alto, tan alto,/ que le di a la caza alcance.

El poeta habla del alma que alcanza a Dios y lo atrapa como el halcón a su presa. Aquí, en Molinoviejo, tengo a la vista un viejo repostero que habla de esa
"caza" definitiva.

También yo quisiera estar allí con estas letras.
Querido don Jesús....

ya sé que no es costumbre tratar de usted a los que están en el Cielo; pero me resulta imposible expropiarle el “don” a estas alturas. Tenga en cuenta que usted fue el primer cura de mi cole y yo sólo tenía 11 años cuando le conocí en Gaztelueta.

¿Se acuerda? Era un profesor la mar de serio en clase y un bromista lleno de imaginación y talento cuando jugaba con nosotros fuera del aula. Ahora lo veo dirigiendo un sorprendente concurso de preguntas descabelladas y respuestas sin sentido que usted premiaba con caramelos. Al terminar sacó del bolsillo una máquina fotográfica diminuta y la subastó. El que más caramelos devolviese se la quedaba. Total, que recuperó el paquete entero y los caramelos sirvieron para otra sesión.

Sin embargo, el recuerdo más vivo me lleva a la pequeña capilla del colegio, cuando nos predicaba en pie, junto al Sagrario. ¿Dónde aprendió a hablar así a los niños y al Señor al mismo tiempo? Yo he tratado de imitarle muchas veces, pero, la verdad, no hay color.

Un día nos trajo un regalo: mientras hablaba, fue desempaquetando un borrico de loza con su cabezota sumergida en un libro de latín. Nos dijo que nos lo enviaba un sacerdote muy bueno, que vivía en Roma, que se llamaba Josemaría Escrivá y que quería mucho a los alumnos de Gaztelueta. Y, mientras nos reíamos contemplando el burro, nos habló del estudio, de ser como aquel animal de largas orejas o como el que mueve la noria y hace posible la lozanía del jardín.

Por entonces yo le profesaba una admiración sin límites. Pensaba que era una especie de mago con poderes, capaz incluso de leerme el pensamiento. Luego he comprendido que adivinar lo que piensa un chiquillo no es tan difícil. Basta con tomárselo en serio, escucharle y quererlo con corazón de padre, de madre y de abuelo. Usted nos quería así, don Jesús, y nos enseñó que ser sinceros era mucho más que no decir mentiras: se trataba de “soltar el sapo”, de ser transparentes delante de Dios.

Hace dos o tres años traté de decirle estas cosas, pero no me dejó. Alegaba que no tenía memoria y que yo era un cuentista. Ahora no tiene más remedio que darme la razón. Así que siga leyendo y no se le ocurra cortarme, que voy lanzado.

Desde que se nos fue al Cielo el último domingo de agosto, han aparecido muchos artículos en la prensa. Todos recuerdan que fue usted “el cura de la tele”, que recibió premios por su gran talento como comunicador. Hablan de su personalidad arrolladora, de su capacidad de liderazgo, de sus dotes de predicador, de su pluma incisiva, de sus libros editados en medio mundo… Sin embargo mi espacio es limitado y debo ir a lo esencial. Y lo esencial es, por supuesto, su enorme corazón de sacerdote.

* * *
Tenía yo 12 años cuando me rompí la cabeza. No fui a la UVI porque entonces no existían esas modernidades. En estos casos, lo previsto era ingresar directamente en la tumba. Yo, en la Clínica del doctor San Sebastián, me moría a chorros cuando llegó usted.

Se sentó junto a mi cama, me dio la extremaunción y la absolución. Luego me fue repitiendo jaculatorias al oído que, a pesar de estar en coma, pude oír con toda claridad. No sé cuánto tiempo estuvo así; quizá toda la tarde. Por la noche, yo aún seguía en este mundo; pero mis padres estaban destrozados. Entonces agarró del brazo a mi padre y le dijo:

—Manolo, vamos a charlar.

Entraron en una salita; introdujo la mano en el insondable bolsillo de su sotana, y sacó…, una botella de coñac. Mi padre recuperó el ánimo gracias a un par de copas y a sus palabras. Hasta pudo dormir unas horas. Usted también durmió, don Jesús, pero en el suelo de otra habitación. Trató de que nadie se enterara, pero mi padre lo descubrió a media noche.

Cuando me hablan del espíritu sacerdotal siempre recuerdo esta historia. Ser cura es eso: vivir en el Cielo sin despegarse un milímetro de la tierra; ser muy de Dios y tener un corazón tan grande, humano, sobrenatural, acogedor y generoso como el propio Corazón de Jesucristo.

Pasaron los años. Yo me ordené sacerdote y, naturalmente, le pedí que predicara en mi Primera Misa Solemne. Luego me admitió en su “Mundo Cristiano” y me ha dejado pensar por libre durante los últimos 18 años. Y seguí leyendo sus libros y su vida. Porque, querido don Jesús, la vida de un sacerdote santo es siempre mucho más elocuente que todos los escritos y programas de televisión.

Una virtud más. Sólo una: su total disponibilidad para cualquier tarea que le encargaran. Madrid es una ciudad grande y compleja en la que lo ordinario es que surjan problemas inesperados que hay que resolver con urgencia. Muchas veces es preciso contar con un sacerdote todoterreno que sirva lo mismo para un roto que para un descosido. Es cierto que todos procuramos arrimar el hombro, pero, al final, el que siempre podía, el que no tenía horario, el que encontraba un hueco era usted.

Voy a terminar recordando nuestra última estancia en Molinoviejo, la casa de retiros de Segovia donde escribió en menos de un mes “El Valor divino de lo humano”.

Estaba usted ya muy limitado. Apenas podía caminar. Se habían borrado casi todos los nombres de su memoria, aunque no de su corazón. Nos pidió que le escribiéramos el horario en un folio con letra bien grande y clara, de ordenador. Lo llevó siempre encima y, cada vez que me veía, preguntaba:

—¿Qué hago ahora? ¿Qué toca?

Tenía razón, don Jesús; la santidad se resume en hacer en cada momento lo que toca. Ahora “le toca” gozar de Dios para siempre y acordarse de nosotros para que seamos dignos de estar un día a su lado.





En Gaztelueta con José Luis González-Simancas

26 comentarios:

ROSA dijo...

¡Que gran artículo!, se nota esta escrito desde el corazón. Enhorabuena, Dn. Jesús se sentira orgulloso.

Carlos García dijo...

Yo conocí a D. Jesús viéndole en la TV. Ahora me asombro de que -sin que nadie nos animara- nos tenía pegados al televisor ¡la tarde de los sábados! Luego descubrí quién era -de verdad- D. Jesús. Me lo enseñó un cura recién ordenado que acababa de aparecer por Valencia y que en dos meses me organizó la vida. Y hasta ahora. Pronto hará 40 años. Gracias!

Anónimo dijo...

Gracias por compartirlo con nosotros.
Inma

chon dijo...

Ya se que no viene a cuento, pero ¿puede poner un nombre a su antigua alumna por la que nos pide que recemos?

Clara dijo...

Escribir desde el "corazón" -tal como lo define el Catecismo-, sobre el "corazón" de otra persona, mueve, remueve, conmueve.

Dejo la preciosa descripción de corazón que hace el Catecismo y que no tiene nada que ver con sentimentalismo. Es otra cosa, es más, mucho más. Es, de verdad.

Gracias D. Enrique.

c2563.
El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo "me adentro"). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.

Isa dijo...

Maravillosa carta don Enrique. Ha hecho que me emocionara al leerla.
Ha sido su corazón el que la ha escrito, que rebosa cariño y gratitud infinita hacia él.
Gracias.

Gerardo dijo...

Gracias por la carta Don Enrique. Me he emocionado.

Me encomiendo a Don Jesús y le pido para usted y para mi que sepamos querer con un corazón tan grande y generoso como el suyo, un corazón donde cabíamos y cabemos todos!.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Jo, menuda llorera, Don Enrique...... No puedo ni hablar.

Elena I

Enrique Monasterio dijo...

Chon, esa antigua alumna, de momento, prefiere no poner su nombre. Ya la convenceré cuando se ponga bien del todo.

Anónimo dijo...

Ahora D. Jesús le cuida desde el cielo

Marcela Duque dijo...

D. Enrique: Yo también he tenido algunas personas que han sido para mí lo que D. Jesús para usted, pero soy especialista en hacerme líos mentales y siempre me enrollo pensando si debería o no debería decirles algo.
Por un lado me encantaría decirlo, por otro hay una especie de pudor -no sé de qué otra forma llamarlo- que me impide hacerlo. De hacerlo lo haría escribiendo, porque hablando soy muy torpe, pero la pluma es peligrosa porque a veces dice demasiado. No sé, en todo caso esto de abrir el corazón es un poco peligroso, ¿no?

Enrique Monasterio dijo...

Marcela: escribes "esto de abrir el corazón es un poco peligroso, ¿no?"
Cuando cumplas unos años más, te darás cuenta de que lo verdaderamente peligroso es tener el siempre corazón cerrado.

Por supuesto tienes razón en parte. Y yo también.

Anónimo dijo...

¡Que bonito!Ha hecho que se me salten las lágrimas...
Me gustaría poder mostrar tan bien lo que siento por algunas personas y lo que han sido y son para mi.

ann dijo...

Que bonita carta!

Yo tb tuve un sacerdote que me ayudo mucho, ¿lo conocera?, era Don Jose Luis Massot, y cuando partio al cielo me dolio mucho, despues, pude comprobar que teniendolo en el cielo, seguia ayudandome, pero como lo extrañe!

En fin, la vida sigue, y nuestra meta es llegar al cielo, pidamos a todos nuestros amigos que estan ya en el cielo que nos ayuden a los que seguimos aqui en la tierra, a volar alto y que un dia lleguemos tb al cielo.

La Jose dijo...

gracias Don Enrique !! es una leccion de fidelidad!

Almudena dijo...

Esa carta puede ser muchas cosas, pero nunca demasiado larga. Gracias por compartirla.

Gonzalo dijo...

Maravillosa carta.

Lucía dijo...

Me he emocionado con la carta y con los comentarios.Y lo de abrir el corazón me da qué pensar porque a mí me da mucho miedo abrirlo...

Mariano dijo...

Gracias

Anónimo dijo...

Pues ahora desde el cielo va a curar más de una cabeza rota...seguro.

Anónimo dijo...

:)
lagrimones de emoción.
Ahora a corresponder todos!
(más lagrimones)

paloma dijo...

Preciosa carta Don Enrique!!

Ann, conocí a don José Luis Masot a la tierna edad de 11 años, desde entonces fue algo así como otro papá para mi.

Nos casó a mi marido y a mi hace ya casi 37 años. Siempre estuvo presente en las grandes ocasiones, le quise mucho, lo sigo queriendo.

El día que me enteré de su fallecimiento, unos dias después, lloré todo el día, no había poder humano que me hiciera parar.
Cuando vi mi calendario (de esos que arrancas las hojas cada día y que en la parte de atrás viene una receta de cocina, un pensamiento, o algún consejo útil), bien, pues arranqué la hoja echa un mar de llanto y al voltearla leí:

"Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. Pide esa misma alegría sobrenatural para todos".

Enseguida me dí cuenta que era Don José Luis que me consolaba, que no tenía por qué estar llorando. Y así supe que desde el Cielo me ayudaría más. Y así ha sido...

cristina v dijo...

Preciosa y entrañable carta.
Don Jesús, se habrá sentido muy orgulloso de su antiguo alumno.

Kike dijo...

Ya conté varias veces por aquí la entrañable relación de amistad que me unió a don Jesús. Y tuve la suerte de que hace unos años él pudiera saber de esa amistad que yo sentía tener con él. Hasta un libro me regaló desde España, firmado por sus propias manos y su pluma.

Ayer, sin dudarlo un instante, cuando por fin tuve en mis manos mi sueldo del mes, fui corriendo a la única librería de mi ciudad que vende un libro suyo; era "Dios y los hijos". La encontré cerrada, pero esperé y esperé a que abrieran y me lo compré. Lo había visto en la vitrina hace dos meses, pero no podía comprarlo por los gastos que me demandó un viajecito a Argentina para exponer ante un congreso (y en el que conocí a otra gente maravillosa de la Obra).

Cuando salí de la tienda con el libro bajo el brazo, estaba doblemente feliz y agradecido: le di gracias a Dios por guardarme el libro dos meses sin que nadie lo comprara; le di gracias a don Jesús por haberlo escrito. Y de inmediato llamé a mi prometida y le dije con un temblor en la voz: "Nos acabo de comprar un libro buenazo a ambos, de don Jesús ---ella conoce bien toda mi historia con él--- para irlo leyendo antes de la boda, para estar preparados para nuestros doce hijos". Me largó un cachetadón por aquello de los doce hijos (en broma, en serio), pero luego un besote.

En serio, gracias, don Jesús. Y gracias, don Enrique, por haberle reenviado mi correo del otro día.

Alf dijo...

D. Enrique: cuándo publicará la carta larga?
Conocí a d. Jesús desde pequeño por sus libros. Luego en un viaje a España le saludé en Hortensias 1, en Madrid.

Enrique Monasterio dijo...

Alf, quizá me he explicado mal. No hay una carta más larga que ésta. En la introducción afirmo que es demasiado larga, porque sobrepasa el número de líneas que me piden en la revista.