domingo, 6 de septiembre de 2009

El hombre-anuncio


Hace algún tiempo el Ayuntamiento de Madrid prohibió los hombres-anuncio. Hubo cierta polémica en la prensa y no sé en qué quedó la cosa, pero las autoridades alegaban que semejante oficio atenta contra la dignidad humana. O sea, que es denigrante salir a la calle con un cartel en la proa y otro en la popa para hacer propaganda de un desodorante.

Sin embargo, los hombres-anuncio siguen existiendo, al menos en la radio. El más conocido se llama Ramiro y acaba de recibir un premio. Yo, en cuanto que oigo su voz, procuro cambiar de emisora.

No es que le tenga manía; al contrario, pero es que Ramiro abre la boca sólo para hacer publicidad. Su técnica es muy simple: hábilmente entrevistado por un profesional del medio, dedica un buen rato a exponer lleno de pasión las cualidades del producto publicitado. A los pocos minutos uno se convence de que quien nos habla porta en su muñeca la pulsera anti-estrés con piedras semipreciosas, que “según las ancestrales culturas orientales, representan estados de ánimo y comportamientos del ser humano; el jade amarillo produce relajación, la malaquita aumenta la autoestima; los ojos de tigre desarrollan la creatividad; el coral da armonía y paz interior a quien lo posee; el lapislázuli cura el estrés, y la madreperla te convierte en un ser afectuoso con tu cónyuge.

Esta mañana iba yo de viaje, y he tenido que tragarme su apasionada apología del Eco-fuel 21, un aparato que permite ahorrar hasta un veinte por ciento de combustible si uno lo instala en el coche. Según Ramiro, no hace falta saber nada de motores para acoplarlo, es pequeño como un encendedor, y, por supuesto, es el resultado de “la investigación tecnológica más avanzada”.

Cambié de emisora, pero fue inútil. Allí estaba de nuevo Ramiro para recomendarme un “entrenador personal electrónico a pilas”, pequeño como una cajetilla de tabaco. Se llama Nano Gym, y es “un revolucionario sistema de electroestimulación ultra-rápida, con el que conseguiré en pocas semanas el cuerpo que siempre he deseado”. Todo gracias a la tecnología Fitness-wi-fi.

Ahora, mientras escribo, me avergüenzo de haberme dejado seducir durante unos minutos por esta increíble palabrería. De verdad que pensé en comprarme el eco-fuel e incluso me tentó la pulserita de marras. El nano-gym no, porque uno ya no está para hacer exhibiciones anatómicas.

Apagué la radio y Kloster me preguntó:

—En tu opinión ¿cuál es el secreto de Ramiro?

—Supongo que su compromiso personal con aquello que anuncia. Se diría que escuchamos al creador de los productos y no a simple un empleado de la empresa.

—Es mucho más que eso —apostilló mi amigo—: Ramiro cree realmente en lo que dice. Éste es su secreto. Lo mismo le ocurría a Rodríguez de la Fuente cuando hablaba del águila real o de la cabra hispánica. No se limitaba a transmitir unos conocimientos; se entregaba por completo a los oyentes, porque su mensaje era su propia vida.

—Sin embargo utilizaba trucos cinematográficos…

—Eso es lo de menos. La verdad y la mentira no estaban en las imágenes, sino en las palabras, en el entusiasmo sincero del comunicador. Por eso le creíamos. Hablaba como un apóstol o como un profeta. Ramiro hace exactamente lo mismo.

Aquí Kloster hizo una pausa y se volvió hacia mí con su dedo acusador.

—Y ahora, amigo mío, quiero darte un consejo. En este año dedicado a los sacerdotes, los curas deberíais tratar ser hombres-anuncio y sólo anuncio, a todos los efectos. O sea, sacerdotes a jornada completa, en la fachada, en los gestos, en las palabras; no simples transmisores de un mensaje. Debéis creer en ese mensaje, identificaros con él y contagiarlo con la elocuencia de vuestra vida, no con vuestra discutible verborrea.
Como casi siempre, Kloster tenía razón.

Paramos en una gasolinera. Escribí este artículo y mientras mi amigo compraba patatas fritas, lo abandoné como se abandona a una mascota incómoda.















4 comentarios:

Juana la Loca dijo...

Amigo Félix, cuando llegues al Cielo,
amigo Felix, hazme sólo un favor,
quiero ir contigo a jugar un ratito,
con el osito de la osa Mayor...

Orisson dijo...

eguro que encuentra el camino a casa. Pues no sabe ná, Klostercito...

Un saludo

Ruperta dijo...

Me encantó su post Don Enrique! Me parece que todos los católicos deberíamos hacer tal promoción que nos convirtiera en verdaderos anuncios o mejor aun, anunciadores!

Anónimo dijo...

Ja, ja, ja! A mi Ramiro casi me convence. Llegué a pensar que era cierto que los famosos llevan todos sus pulseritas anti-stress.
"Dudo, luego escucho a Ramiro", diría Descartes si le conociera.
Tiene grandes virtudes para ser Presidente de España, pero ¡Dios nos libre!.