domingo, 14 de julio de 2019

Jolastoki desaparece



En el Norte decimos "restorán", castellanizando la palabra francesa restaurant. En Castilla prefieren "restaurante", masticando cada una de las letras, y la Academia y yo les damos la razón ya que el vocablo procede del verbo "restaurar" y no es de raigambre gala sino ibérica.  En todo caso, en Getxo (antes Guecho) nunca nos hemos planteado problemas lingüísticos; con decir Jolastoki  nos entendíamos todos.
Hay restaurantes efímeros que huelen a fiambre desde el primer día y quiebran diez minutos antes de nacer, y restaurantes fósiles que duran y duran sin saber por qué, por pura costumbre de durar. Hay restaurantes de paso para clientes con prisa que olvidarán diez kilómetros más adelante dónde estuvieron, y restaurantes-siesta, placenteros y silenciosos, casi siempre pegados a un hotel.
Jolastoki no es nada de eso. Ni siquiera es chino, aunque el nombre pueda confundir a alguien. Tampoco es de fusión ni de confusión. Jolastoki es señorial, acogedor, amigo de sus amigos, tradicional e innovador, confortable, familiar. Vive desde 1921 en un gran chalet de Neguri con aire de gran caserío y ha ido madurando desde entonces como un buen vino.
Aquí encontraréis algo de su historia.
Ahora me dicen que cierra, que se vende el edificio y quizá se convierta en vivienda para los compradores. ¿Qué ha ocurrido? ¡Tenían que habernos pedido permiso! Sus muros guardan los mejores recuerdos de miles de familias; de la mía, por supuesto, que se ha ido multiplicando hasta formar casi una tribu.
En Jolastoki nos hemos reunido al menos una vez al año. Allí celebramos los 101 de Marita, que fue siempre la matriarca, con mando en plaza, de todo el clan. Y tuvimos bautizos, bodas, aniversarios. Allí me proponía yo acudir dentro de un mes y medio para brindar en mis 50 primeros años de sacerdote. De paso respiraría el aroma de las maderas que guardan recuerdos de tantos lustros.
¿Qué ha pasado? No quiero saberlo. Sólo sé que mi memoria necesita acariciar otra vez cada objeto de esa casa para que no lo confunda todo y me pierda en la bruma del pasado.
No quiero ponerme cursi y decir que derramo "una lágrima" por Jolastoki. En mi caso sería una metáfora imposible ya que mis lagrimales no funcionan desde hace muchos años. Me gustaría, eso sí, conservar como reliquia el aroma embotellado del jardín y también el de las croquetas, que siempre fueron insuperables.




2 comentarios:

Antuán dijo...

Hola. Buenas tardes. Pues es una pena desde luego un restoran con solera. Con muy buena pinta. Y un botellero sin igual. Seguro que hacen unos combinados chulísimos o hacían. Super familiar tiene toda la pinta. Me recuerda al bar de Martín de mi pueblo cuando acompañaba a mi padre cuando venía de la mina. Íbamos primero a visitar a Jesús y luego se tomaba una caña y a mi me daba las traviesas (lo que otros llaman rabas). Habia un ambientazo. Porque Martín junior tocaba el acordeón. Los viejetes jugaban al tute en el patio o al domino. Ya cerró también. Pero vamos hay más bares que casas y con su terraza menos el rumba que ahora se llama Gema lo compró la farmaceutica y tiene la terraza me dice mi hermano enfrente donde el monumento al hortelano. Que hay sombra. Vamos que se agradece. Aunque mi hermano prefiere tener una caja de cervezas o vino con casera y la caña y estar al fresco en casa. Va bene cosi. Adiosle.

Papathoma dijo...

La verdad es que da mucha pena...pero quédese con los momentos vividos allí, que formarán su archivo de recuerdos bonitos.
Y para el pedazo aniversario que se avecina, toca renovarse.