viernes, 26 de julio de 2019

San Joaquín y Santa Ana



 Queridos abuelos de Jesús y, por tanto, míos. Hoy al despertarme he pensado en vosotros. Me he preguntado si llegasteis a conocer a vuestro Nieto o ya estabais en el cielo cuando María Santísima recibió la visita del Arcángel Gabriel.  En la Sagrada Escritura no se os nombra, y es verdad que en aquella época la esperanza de vida era menor que ahora.
Luego se me ha ocurrido que el pueblo hebreo ha sido siempre muy longevo, y los evangelistas son tan escuetos al contar la vida de Cristo que quizá pasaron por alto algunas historias importantes; por ejemplo, aquel día en que vuestra hija cuando todavía era muy niña apareció en casa con un muchacho alto, fuerte, de mirada limpia y manos fibrosas que dijo llamarse José. Tú, Ana, ya le habías echado el ojo y habías pensado que aquel chico era el yerno soñado por cualquier madre. Joaquín también había oído hablar de él y, después del primer contacto, le invitó a dar un paseo por Nazaret para charlar de sus cosas y conocerse mejor.
—Yahvé nos ha hecho otro regalo —dijo Joaquín al regresar—. José es el esposo que Dios ha preparado para María.
—Aún son tan jóvenes... —respondiste tú, Ana—. 
Hace tiempo inventé el verbo "abuelear", que algún día figurará en el diccionario. Seguro que los dos entendéis lo que significa. ¿Qué sentisteis cuando tuvisteis por primera vez en los brazos a Jesús? ¿Sabíais que abrazabais y besabais al mismo Dios hecho Niño?
 
Ya veis; he fantaseado demasiado esta mañana mientras me arreglaba para salir de viaje camino de Madrid. Luego, ya en el coche, una tormenta repentina en plena autopista me ha devuelto a la realidad.
 
¿A la realidad? No sé. Quizá haya alguien entre los pasajeros de esta mesa camilla que quiera completar el relato y contárnoslo. Pienso en Cordelia, sin ir más lejos.

5 comentarios:

Antuán dijo...

Hola ¡Buenas noches! Ánimo Cordelia. Aunque yo también venia pensando algo mientras regresaba del albergue en un merecido descanso pero después de ver esta entrada. Me acordaba de Samuel que se crió sirviendo en el templo desde chico por que su madre lo ofreció a Dios de milagro. De los padres de la Virgen no sabemos mucho; dicen que también la llevaron a servir al templo. Pero yo no me la imagino allí. Seria una niña normal, aprendiendo y ayudando a su madre Ana en las tareas de la casa, Yendo a la fuente a por agua y amasar el pan. Le llevaría la merienda a Joaquin su padre si trabajaba en el campo o pastoreaba. ¡Que se yo! Desde luego le buscarían un buen chico que cuidara de ella porque de ella no salia. Para sus adentros ya estaba decidida a permanecer virgen. ¡Toda para Dios! Eso no se le ocurría a nadie ¡era una locura! Porque todos esperaban al Salvador y alguien tenia que la madre. Y Ella no se veía digna de eso. Por eso mismo se fija Dios en Ella. Que se hace llamar su esclava tras el anuncio del Ángel. Eso que le recordamos cada día a las doce. Jose es el compañero ideal y más después de enterarse de la maravilla. Tengo que irme. Que ya son horas . Felicite a mi cuñada. pero tenia otras dos. Anas. Buenas noches. Que descanséis. Adiosle

Isabel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Cordelia dijo...

Lo intento, pero salgo de guardia...

Fernando Q. dijo...

qué suerte he tenido yo en esta vida, con los abuelos tan magníficos que tengo. Están los cuatro en el Cielo ya, pero su legado de Fe, honradez, trabajo y amor a la familia quedan en mi corazón.

Adaldrida dijo...

Pues yo creo que María sí pudo estar platónicamente enamorada de José y a la vez decidir ser de Dios. No creo que José fuera un apaño que le buscaran sus padres. Joaquín y Ana eran santos: no me los imagino decidiendo el futuro de su hija sin siquiera consultarle.

José sabía que algo grandioso se ocultaba en la chica que le había cautivado, y ella misma se lo dijo, la noche de verano en la que por fin él le habló de sus propios sentimientos.
Sabía que iba a ser difícil pero también emocionante: ¡una aventura! Vivir un amor que era verdad, no un remiendo, pero que aspiraba a tener eco de eternidad abrazado en un Amor que nunca niega, sino que multiplica.