Todos tenemos secretos y Kloster también. Sin embargo he de reconocer que estoy decepcionado. Tantos años de amistad y ahora resulta que me ocultaba un dato trascendental.
—Tengo que confesarte una cosa —me dijo ayer—.
Su mirada era de compunción, casi de humildad.
—Tú dirás…
Miró el enlosado del suelo, tragó saliva, masculló algo, se le quebró la voz, volvió a empezar, y cuando ya empezaba a temerme lo peor, confesó:
—…que soy calvo.
—Que eres ¿qué?
Echó mano a su densa y rubia cabellera, tiró de ella hacia arriba, y, en efecto, apareció una calva lustrosa morena y deslumbrante.
Me quedé sin habla. Aquella superficie semiesférica luminosa y tostada era más que una simple carencia de pelo. La calva de Kloster tenía vida y personalidad propias, era una calva profesional, de competición, en la que se adivinaban muchas horas de cuidados, masajes, mimos y cremas hidratantes. El espectáculo encefálico que aparecía ante mis ojos había sido diseñado para ser exhibido, no para celarse bajo un pelucón de diseño.
Tardé unos segundos en recuperarme y al fin hice la estúpida pregunta que Kloster aguardaba:
—¿Y desde cuándo eres calvo?
—Nací calvo —me contestó como quien dice una obviedad—. Todos nacemos calvos, y como reza el refrán, dentro de cien años volveremos a serlo. He vivido un paréntesis peludo que hasta los veinticinco; pero, cuando comprobé que el pelo se me caía, me afeité la cabeza y empecé mi colección de pelucas. Ahora, gracias a Dios, ya no me queda ni un solo pelo en la calavera.
—Tampoco debes avergonzarse —le animé—. La alopecia es una enfermedad muy…
—¿Enfermedad? —gritó de pronto mi amigo—. ¡La calvicie es una opción vital, un signo de virilidad y de apertura de mente. Ya va siendo hora de que se reconozca nuestra dignidad y nuestros derechos! No se te ocurra decir que soy un enfermo. La Organización Mundial de la Salud nos considera perfectamente normales.
—Chico, no sé. Los laboratorios farmacéuticos han buscado todo tipo de remedios…
—Porque nos habéis avergonzado con vuestras arrogantes melenas. Durante siglos hemos sido víctimas de improperios del peor gusto. Nos llamabais calvorotas, cabezahuevos, pelones, mochos… Mira el diccionario de sinónimos y comprobarás hasta dónde ha llegado la calvofobia.
—No sé. Creo que sacas las cosas de quicio. Una cosa es una broma y otra muy distinta…
—No le des vueltas, colega. Los calvos hemos estado demasiado tiempo encerrados en el armario, avergonzados de lo que tendría que ser un motivo de orgullo.
—Hombre, tanto como orgullo…
—Orgullo, sí. Y muy pronto tendremos nuestro "bald pride day," o “día del orgullo calvo”. Los calvos nos concentraremos en las principales ciudades del mundo, y nos quitaremos las gorras sin falsos pudores.
No le sentó bien a mi amigo la risita que emití en ese momento. Me volvió a llamar calvófobo y me explicó que el mundo está lleno de sinpélidos que no se atreven a desprenderse de sus bisoñés por miedo a la discriminación de los pélidos.
Habló también de los minuspélidos, que, según él, son los peores. Se refería a aquellos que, para esconder la alopecia, hacen extraños dibujos con los pocos cabellos que conservan. Me puso ejemplos terribles de personajes públicos que disimulan su condición, y me aseguró que serán desenmascarados por una revista para calvos que está a punto de ver la luz.
Casi me convenció de que en todas las administraciones públicas habría que practicar la discriminación positiva del calvo y de la calva incluyendo un 30 por ciento de sinpélidos…
Y siguió hablando y hablando… La calva de Kloster refulgía en la noche como una amenaza.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
viernes, 18 de julio de 2008
El secreto de Kloster
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8 comentarios:
El perro del final es la mejor rúbrica al artículo.
Ja, ja, ja... ¡Viva el Día del Orgullo Calvo!
D. Enrique, creo que Kloster tendría que dejarnos disfrutar de su calva, no tiene nada de que avergonzarse.
Un saludo.
Jajajaja bien visto, don Enrique...
Como se verá en la foto de al lado, esta es una entrada (en todos sus significados) que me afecta muy directamente.
Yo apoyo a Kloster, pero, don Enrique, dígale de mi parte que los calvos siempre hemos sido un punto de referencia en la sociedad, y todos lo sabemos: en una bulla (como se dice por aquí por Andalucía a una masa de gente) todos hemos oido alguna vez "está allí, ¿ves al calvo? Pues al lao"...
Por cierto, ¿sabe si me daría Kloster su permiso para usar algunas de sus definiciones y respuestas en un monólogo? El que hago ahora tiene un bloque dedicado a los calvos ( a ver si algún día puedo pasarle un trozo en vídeo), pero tal vez, con el permiso de Kloster, pueda ampliarlo un poco más...
Y qué me dice de la expresión hacer un calvo?
A los simpélidos les convendría sesiones gratuitas de estética. Si están mucho mejor calvos y además es más cómodo!. Claro, que tendrán que protegerse del frío.
Genial. Ni siquiera invierte una milésima de tiempo en nombrarles, simplemente perfecto.
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