lunes, 14 de julio de 2008

Un teléfono sin nombre



He anotado un número en la agenda electrónica para que no se me olvide. Empieza por 6 y consta de nueve cifras. O sea que se trata de un teléfono móvil.

Yo sé que tengo que llamar a ese número, pero no recuerdo a quién pertenece ni por qué debo telefonearle. Supongo que es urgente, por eso lo anoté, pero a lo mejor carece de importancia. Si la tuviera me acordaría. ¿O no? Uno no olvida los asuntos de cierta entidad. Claro que, como me dice Kloster, estoy en una edad muy mala y me paso el día olvidando cosas que recuerdo cuando ya es tarde.

Creo que llamaré de todos modos. Cuando descuelguen (ya nadie "descuelga" el teléfono, pero se sigue diciendo así), preguntaré:

—¿Con quién hablo?…

No, mejor no. Comenzar la conversación pidiendo al otro que se identifique es una grosería. Sería más correcto decir: “soy Enrique Monasterio y no sé a dónde estoy llamando ni por qué lo hago”.

En ese caso lo más probable es que mi interlocutor/a me diga: "soy tu hermano, pedazo de imbécil; o soy tu primo o tu sobrina Susana o tu asesor fiscal, o Heinz Kloster..."

Claro que también puede ocurrir que al otro lado del teléfono haya un desconocido malhumorado que me mande a freír monas o me aconseje un escáner cerebral de urgencia para calibrar la operatividad de mis neuronas.

No sé. Si no fuera por esta especie de alergia al teléfono que padezco desde hace años, ya habría marcado el numerito y asunto resuelto.

Ahora se me ocurre una idea: telefoneo y digo que soy otro. Puedo decir, por ejemplo:

—Aquí “Alcohólicos Anónimos”, ¿con quién estoy hablando?

No, así no, que parece cachondeo. Mejor un nombre corriente:

—Soy Eutimio Pajarillas y tengo apuntado su número en mi agenda…

Lo sé: pensáis que estoy haciendo una montaña de un grano de arena. No me entendéis, pero es que las nueve cifras de marras son lo primero que aparece cuando enciendo la agenda, y están aquí por algo. Quizá lo recuerde más adelante, cuando el problema no tenga solución… Por cierto, ¿qué problema? Si al menos supiera cuál es el problema…

Esto me recuerda una especie de sentencia que leí en algún sitio, o que quizá inventó Kloster. Decía: "no me interesan las respuestas; las conozco todas. Lo que importa es saber qué pregunta corresponde a cada respuesta". O sea, que el teléfono es una respuesta sin pregunta, una solución si problema, un epitafio sin muerto. ¿De qué sirve aprenderse el número de teléfono de todos tus amigos si no sabes a quién pertenece cada uno?

Imagino que el que escribió que lo importante es la pregunta, pensaba en esos espontáneos consejeros de piñón fijo que guardan en el magín un conjunto de recetas morales y las van soltando indiscriminadamente, como un médico loco que recetara medicamentos al buen tuntún, sin molestarse en saber qué males debe remediar.

Claro que eso nos puede ocurrir a cualquiera. Los curas, sin ir más lejos, oímos diariamente a docenas de personas que llegan con sus pequeñas o grandes angustias, con conflictos reales dignos de ser escuchados, entendidos y estudiados con calma. Habitualmente uno procura hacerlo e incluso acude al Espíritu Santo para que le conceda el “Don de Consejo”, que, al decir de los teólogos es luz sobrenatural que capacita al que lo recibe para orientar a los demás en detalles prácticos de la vida de acuerdo con la voluntad de Dios.

Si en lugar de actuar de esta forma nos limitáramos a dar recetas precocinadas, seríamos unos malos curas, unos insensatos, una especie de charlatanes sin ciencia ni conciencia.

A lo que iba: ¿qué estaba diciendo? Eso, que hay que ocuparse de cada persona, entender sus conflictos, escucharla como si no hubiera nadie más en el mundo… Y algo tenía que ver este asunto con el número de teléfono de María que he apuntado en la…

¿De María? ¡Claro! Es el teléfono de la madre de Pablo, el recién nacido que debo bautizar un día de estos. Ya sabía yo que era importante.


—María…, ¿eres tú? Perdona que no te haya llamado antes. Es que tenía que escribir un artículo…. Sí, ya sabes, esas bobadas que hago todos los meses…

7 comentarios:

José Gil Llorca dijo...

Me parece muy bueno e ingenioso. Un saludo.

c3po dijo...

Oséase que, al final, le llamó la madre de Pablo para decirle que el teléfono era suyo (de Vd) ¿No?

Es que los lunes no voy muy fino, ¿sabe Vd? Debe ser cosa del paisano ese de Kloster, que me persigue muy de cerca. Se que tiene un apellido raro, pero no me acuerdo... Ah! Sí! Alzheimer!

Anónimo dijo...

Podías escribir la letra de una canción con esta entrada ("el dichoso numerito") y la presentas a Eurovisón el año que viene. Tal como está el patio, seguro que enseguida se te ocurre el estribillo.

Anónimo dijo...

Claramente hay una diferencia entre los que "tienen el Don" y los que no lo tenemos... Si yo me encuentro un numerito apuntado, o una llamada perdida, me digo: "si es algo importante ya volverá a llamar"..., y a continuación pienso (para rematar) seguro que es de algún pesado que no quería nada.

Enrique Monasterio dijo...

¿Por qué pones "anónimo" si sé quién eres, oh Rafa? ¿Cuándo me llevarás a Villafáfila?

DeLaCruz dijo...

Que relato más divertido y por lo menos supo de quien era el teléfono.

:-)

ADN PRODUCCIONES dijo...

EL VIDEO DEL CRISTO HUMANO, EN EXCLUSIVA, EN... http://vidasobrenatural.blogspot.com/
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