domingo, 20 de julio de 2008

Torrejón de Ardoz


He ido a visitar a un enfermo que vive en Torrejón de Ardoz, a 20 kilómetros de Madrid. Torrejón hasta hace algunos años era una especie de apéndice de Alcalá de Henares, donde vivían los americanos de la base aérea. Hoy es una ciudad de más de cien mil habitantes con el porcentaje de inmigrantes más alto de la región.

El enfermo vive en el barrio de la estación, en un piso modestísimo de la calle Soria.

—Aquí el único español soy yo —me había advertido por teléfono—.

Y no exageraba en absoluto.

—¿De dónde han salido?

—De todas partes: de Marruecos, Senegal, Camerún, de Ecuador, Bolivia, Rumanía, Ucrania... ¡Qué se yo! Un día me propuse contar el número de nacionalidades que hay en esta acera. Me fue imposible. Algunos ni siquiera saben decir de dónde son.

—¿Y hay racismo?

Mi amigo se ríe.

—Aquí la frase más repetida es... "yo no soy racista, pero..." Sí que lo hay; creo que es inevitable.

De nuevo en la calle, me doy un paseo por el barrio. Veo a docenas de hombres de menos de cuarenta años sentados por las aceras o paseando con las manos en los bolsillo. El paro presenta aquí su rostro más inquietante.

—¿Tiene cincuenta céntimos, father...?

No es un mendigo como los que yo conozco, sino un africano negro gigantesco. Me enseña los treinta céntimos que tiene en la mano derecha.

—Sólo tengo esto...

Trato de entablar conversación, pero sin éxito. Entramos en un bar donde se despacha comida turca y le invito a un bocadillo. La cerveza me sabe a gloria. El termómetro ha alcanzado ya los 40º de temperatura.



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