jueves, 30 de octubre de 2008

El regreso de Rocío (I)




No sólo me autorizas a contar tu historia: me pides que lo haga, cambiando, por supuesto, nombres y lugares. La verdad es que me sorprende que te haga ilusión ver, por escrito, lo que has vivido y sufrido desde 1988 hasta hoy. Con lo que ahora sé de ti podría escribir una novela; pero no se trata de eso.

Dices que no me invente un final feliz. No voy a hacerlo: eres tú quien debe dar el salto hacia adelante y agarrar la mano que Dios te está tendiendo.


En fin, comencemos poco a poco. Iré recordando si tú me ayudas.

Hace veinte años tenías quince, y eras una niña rebelde, vaga, inquieta, rica y adicta a casi todo lo que estaba a tu alcance. Nada de drogas todavía, al menos eso creo, pero ya te gustaba jugar con el alcohol y también con la comida. Yo nunca había oído hablar de la "bulimia" hasta que te conocí y fui a visitarte al hospital.

Por lo demás eras una chiquilla con cara aún más niña y unos ojos tristes enormes, que se te agrandaban cuando dejabas de comer.

Tu madre (ya sé que no te importa que hable de ella) vino un día a verme. Estaba elegantísima y muy guapa, como siempre. Llevaba puestas las gafas de sol, las gafas de llorar, pensé yo entonces.

—Por favor, que no se parezca en nada a mí —me pidió entre sollozos ante mi sorpresa—.

Y a quién te ibas a parecer.

Por entonces tu familia ya estaba deshecha. Tu madre vivía con un amigo más joven, no tan rico como ella, y tu padre andaba por América. Tu relación con el amigo de tu madre será mejor olvidarla. En el fondo era previsible que ocurriera lo que, en efecto, ocurrió.

Al salir del hospital, regresaste a casa hecha una furia. No sé cuánto dinero le quitaste a tu madre: lo suficiente para irte a Holanda con un chico, cuyo nombre ya no recuerdo: un tipo de 18 años que te comió el coco en un tiempo récord.

Me llamaste por teléfono desde París. Fue todo un detalle.

—No voy a volver nunca —dijiste—. Rece por mí si quiere, pero yo ya no puedo creer en nada.

No volví a oír tu voz hasta el mes pasado. Me llamaste por teléfono al móvil y dijiste.

—¡A que no sabe quién soy...!

—¿Rocío...?

Habían pasado 20 años. A veces yo mismo me sorprendo de mi capacidad de recordar las voces. Soy un pésimo fisonomista, pero, gracias al confesonario, casi nunca olvido un timbre de voz ni la cadencia de unos pasos.

Mañana seguiremos...



13 comentarios:

Altea dijo...

Ya se ve que en el fondo Rocío no había perdido la esperanza tanto como ella decía. Si no, no le habría llamado con la segura intención de que rezara por ella.

Luis y Mª Jesús dijo...

creo haberle leido una pequeña nota sobre lo que ahora parece va a contar con más detalle.
aquí estaré mañana a primera hora

Orisson dijo...

Altea, sé que es meterme donde nadie me llama, pero me temo que la esperanza sí se puede perder. Del todo. Y recuperarla de nuevo. Casos hay a paladas.

Don Enrique, ¿estoy en un error o no?

Un saludo

Historias del Metro dijo...

Habrá sido usted su particular "Santa Mónica"?
Qué historia tan bonita, tan real.

Anónimo dijo...

Jo!!! con el "mañana seguimos"!!!!!!, hoy con Ud. estoy enfadada...!!!!!!!!!! Qué narices para hacernos esto!!! ja,ja

Enrique Monasterio dijo...

La verdad es que no pretendo contar "historias bonitas", y tampoco trato de mantener el suspense. El problema es que tengo poco tiempo para el blog. Escribo unas líneas, me comprometo con los lectores y me voy a la cama.
Hasta mañana

Anónimo dijo...

... y Ud. desde el mes pasado ha sido capaz de no contarnos la historia de Rocío?!!!! Re joooo!!!!!!!!!
Hace muuucho tiempo en el cole hizo un comentario, a las madres, que entonces me pareció fuerte - aunque lo hizo con mano izquierda y guante blanco-sobre esa actitud maternal.... me sirvió mucho.
¡¡ Gracias !!

Anónimo dijo...

Pero Dn Enrique... si todavía no es hora!!!!

Anónimo dijo...

Los pelos de punta!!!! Que acabe bien, que acabe bien........
yomisma

Lucía dijo...

¡Qué historia tan triste! ¡cuanto da que pensar!

Bernardo dijo...

Don Enrique, siempre encuentra usted las mejores imágenes para ilustrar las historias que cuenta. Qué puntería.

Nuevepornueve dijo...

Por si se lo quiere decir a Rocío: quiero que sepa que estoy con ella. Ojalá agarre esa Mano que la espera. Rocío: saltaaaaaaaaaaaaa! Escribe tú ese "final" que no será más que el más bonito de los principios!
BESO PARA ROCIO, DE CORAZÓN.

Nacho dijo...

Las historias de nuestras vidas raramente son entendibles. Raramente comprendemos qué es lo que hizo que escogiéramos determinado camino. Siempre son sorprendentes. Todos los caminos están para que alguien los recorra. e intentar comprender qué nos empuja a determinados caminos puede volvernos locos