El maratón

Esta noche he tenido un sueño. De verdad. No es broma ni pretendo contar una parábola. Pero el sueño ha sido tan nítido que nada más levantarme de la cama, he ido a mi psiquiatra de cabecera (todos los psiquiatras lo son, así que valga la redundancia) para que me explicase su significado.

Soñé que corría un maratón en una ciudad desconocida. Éramos miles y cada uno vestía un uniforme diferente, todos en blanco y negro. Desde el primer momento comprendí que no tenía la menor posibilidad de ganar la carrera. Además, como tampoco sabía dónde estaba la meta, necesitaba que alguien fuese por delante para indicarme el camino.

Al principio corrí mejor que en mis buenos tiempos. Me dolía un poco el tobillo izquierdo y notaba una cierta opresión en el pecho, pero yo volaba. Tampoco esto es una metáfora. Volaba de verdad con sólo agitar los brazos. Luego descendía al asfalto y seguía corriendo.

Al poco tiempo empecé a jadear. Las piernas me pesaban como si fuesen de plomo. El tobillo me dolía cada vez más y los otros corredores comenzaron a superarme. ¡Qué pesadilla! El problema mayor es que no podía detenerme. Estaba prohibido. Había que seguir corriendo, siempre corriendo...

Me quedé sólo. No había espectadores a los lados de la carretera, y no tenía ni idea del camino que debía seguir. Me perdí varias veces. Crucé algunas metas falsas, que alguien había puesto para burlarse de mí. Tenía cada vez más calor, y apenas podía respirar.

Llegué el último, cuando ya no quedaba casi nadie en la meta, pero subí a lo más alto del podio. Dijeron que yo era el corredor-escoba y me colgaron al cuello un escobón de oro.

¿Alguien lo entiende? Necesito con urgencia una interpretación.