El parque Isabel la Católica de Gijón tiene un aviario muy popular. Yo me resisto a ir, porque no me gustan los pájaros encarcelados, pero me recuerda Kloster que visitar a los presos siempre ha sido una obra de misericordia; así que salimos de incógnito para echar una ojeada.
En el parque hay aves recluidas con siete cerrojos: sobre todo, pajarillos tropicales y africanos. En primera fila un loro verde contempla a los visitantes con rostro huraño, y repite una y otra vez: “qué pasa, tío”. Frente al loro, me siento un poco incómodo. Lo mismo me pasa con el GPS: cuando alguien o algo me habla me parece que debo contestar, y si no lo hago creo que me comportado como un grosero.
Detrás de las jaulas, hay un nutrido gallinero con una buena colección de gallináceas de todas las especies y continentes. A los más pequeños les llama mucho la atención un gallo grande, lustroso, con un espolón colosal y una cresta arrogante. Yo me detengo frente a un emú solitario y triste que parece añorar su vieja patria australiana mientras picotea los cacahuetes que le da un niño.
—¡Mira, papá, un avestruz!
El papá, sentado en un banco, suelta un siiií desmayado y aburrido, en lugar de explicar a su retoño que, si fuera de verdad un avestruz, le habría comido ya la nariz de un bocado.
Más allá están las anátidas.
—¿Y esto qué es? —me pregunta una mujer—.
—Una focha.
—¿Zocha? ¡Qué va!: es un pato de esos que bucean...
—Como usted diga.
Los patos auténticos parecen acostumbrados a las visitas. Hay un mandarín muy presumido que se contonea a mi paso como pidiendo que le saque una fotografía. Enciendo la cámara que llevo en el bolsillo y en ese momento oigo a mi espalda el grito de la misma señora, que por lo visto me persigue.
—¡Mira, guapa. Ya verás que pato más raro…!
El mandarín huye despavorido y yo con él.
Salgo del parque y trato de localizar el coche. En ese momento una nube negra como una focha descarga el primer chubasco de la mañana. En lo alto vuelan, libres, centenares de gaviotas.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
martes, 5 de enero de 2010
Visitar a los presos
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6 comentarios:
A mí tampoco me gustan nada los pájaros encarcelados, siento angustia cuando veo alguno.
Le deseo una feliz entrada en el nuevo año. Un saludo.
Me he quedado con el consejo de Kloster de la primera parte; ya sé que es una broma, pero me ha recordado los difíciles tiempos de una familia amiga cuyo marido y padre pasó un tiempo en prisión. Todo el proceso fue desafortunadamente injusto, pero gracias a Dios, el tremendo sufrimiento les llevó a estar mucho más unidos, mientras sus amigos hacíamos lo posible por arroparlos. Hoy, sus pájaros privados-de-libertad-sin-culpa me han recordado el concepto tan equivocado que tenemos a veces de la cárcel: yo desde entonces encomiendo a los que están ahí sin ser un peligro para la sociedad. Las penas privativas de libertad me parecen un pobre sistema en muchos casos. Mi amigo lo llevó con una entereza increíble y fue un ejemplo de buen humor para todos. Me encantaría poder presentárselo, ahora que vuela de nuevo libre por su tierra.
Don Enrique, me sorprende toooodo lo que sabe de aves...¡pero qué dominio! me deja boquiabierta.
Muy bien hecho, una obra de misericordia siempre está bien. Le debo imitar...
Ah! Que son otros pájaros? Siempre pensé que eran avestruces sucias.... Qué interesante.
A mi tampoco me gusta ver las aves presas, pero es preferible verlas conservadas a q un indigente humano las case para comerlas.
Mi Queridisimo Enrique recien llegue de vacaciones, y voy apenas subiendo al globo!! Seguro q este año aprendere mucho aqui arriba, Feliz Año para ud y para todos sus seguidores!
Bendiciones! y un fuerte abrazo.
Burbujita de Mani.
hasta pájaros australianos? madre mía! qué pensarán del tiempo asturiano!
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