viernes, 16 de noviembre de 2007

El divorcio indisoluble

Esta mañana he leído algunas estadísticas aterradoras sobre el divorcio en España y sobre la incidencia del llamado “divorcio express” en el aumento de las separaciones matrimoniales. Dentro de nada habrá cada año más divorcios que matrimonios. Es un dato.

El caso es que hace quince años, cuando hubo el primer amago legislativo de simplificar los trámites para favorecer la ruptura del vínculo matrimonial, escribí este artículo en Mundo Cristiano.

Me equivoqué sólo en una cosa: no debí habérmelo tomado a broma.



—Pues ahora resulta que ha dicho el ministro de nosequé que van a hacer otra ley de divorcio, para que salga más rápido y barato.

—Eso está muy bien, Conchi. Ya ves: estos chicos piensan en todo. Con lo cara que se ha puesto la vida, por lo menos que haya rebajas en el divorcio, ¿no te parece?

—Claro. Así habrá menos inflación.

—Y menos papeleo. Que no sabes la cantidad de trámites que hay que hacer. Con tanto expediente y tanta póliza, a una le quitan hasta la ilusión de divorciarse. ¡Con decirte que casi cuesta más un divorcio que una boda!

—Bueno, Tere, a mí eso me parece lógico. Digo yo que, si para casarte necesitas un montón de papeles: cursillos matrimoniales, líos del juzgado, amonestaciones, vestido de novia, el banquete, los padrinos, testigos…, y a nadie le parece mal, para el descasamiento habrá que ir también poco a poco…

—¿Por qué? ¡Mira que eres antigua, Conchi! Todo el mundo sabe que romper algo siempre es más fácil que construirlo. ¿Que te hartas de tu marido?, ¿que habéis tenido bronca por ver quién maneja el mando a distancia? Pues con la nueva ley te lo resuelven en una hora: llamas por teléfono a esa ministra que se ocupa de las cosas de los maridos y del sexo… (¿cómo se llama? Bueno, es igual.) Le dices: mira, ministra, guapa, hay esto. Entonces te mandan al abogado, echas una firma, y ya te puedes casar otra vez con quien te dé la gana.

—Hija, no sé… Un poco rápido, me parece.

—¡Claro que es rápido!: estamos en un país libre.

—Sí, pero ya sabes que yo me llevo muy bien con mi Rodolfo, y a pesar de lo bruto que es, le quiero una barbaridad…

—Bueno, pues entonces no te divorcies, y en paz.

—Es que a mí me daría miedo tener una ley así… Imagínate que un día nos peleamos. Tampoco es tan raro: nosotros, por lo regular, salimos a una o dos broncas al trimestre. El verano pasado, sin ir más lejos, estuvimos quince días sin hablarnos. Y total porque se me olvidó decirle que había invitado a mi madre a pasar el fin de semana en casa. Bueno, pues el muy antipático ni me dirigía la palabra. Te juro, Tere, que si hubiera podido, habría llamado al teledivorcio, y ahora a lo mejor estaba liada con Paco el de la tienda: ¿Te imaginas? ¡Qué horror!

—Hija, si lo ves de esa forma…

—¿Y cómo quieres que lo vea? Para mí que ese ministro de nosequé lo que quiere es que haya un divorcio por cada bronca conyugal. Y así, poco a poco, acabamos en el divorcio obligatorio. Porque ya me dirás cuántos matrimonios conoces tú que no se peleen en plan bien…, digamos, cada diez años…

—Bueno, pero supongo que si te separas a lo bestia, porque te da un ataque, y luego te arrepientes, podrás desdivorciarte, o como se diga…

—Que te crees tú eso, guapa. Este país nuestro es tan avanzado, que lo único indisoluble de verdad es el divorcio. Y con el modelo turbo que quieren patentar ahora, ni te cuento la que se va a organizar. Imagínate que te peleas con Pepe o te encaprichas del idiota de Lolo el frutero. Bueno, pues en tres días tienes en casa dos abogados, el tuyo y el de tu marido, que se ponen a pelear entre sí en una jerga que no hay quien la entienda. El tuyo te da la razón en todo (con lo agradable que es eso), y te hace comprender que Pepe es aún más repugnante de lo que tú habías imaginado. Luego te divorcia, te casa con Lolo, te cobra una buena pasta…, y a ver quien arregla ese lío.

—Bueno, son los riesgos de la libertad…

—Pues a mí me parece que eso tiene que ver poco con la libertad. Si uno se construye un chalet, pongamos por caso, le gusta que sea sólido. Y no se siente más libre si sabe que puede derribarlo sólo con dar un puntapié en la pared. Al contrario. Yo, en una casa así, me sentiría muy inquieta. Pensaría: “mira Conchi, más vale que te busques un pisito por ahí fuera, por si acaso un día, sin querer, se te escapa una patada a ti o al animal de Rodolfo”. Y con el matrimonio pasa algo parecido: si, en nombre de la libertad, las leyes me obligan a construirlo cada vez más frágil, tendré que tener algún amigo en reserva…, por si acaso me falla el legítimo.

—Mira que eres bruta, Conchi.

—No, hija, no: para bruto, el ministro. Yo lo que quiero es tener un matrimonio, y no un jarrón de porcelana que se me rompa al pasarle el plumero.

3 comentarios:

Tania Vázquez dijo...

Una vez una persona hizo una analogía del matrimonio con la leche con chocolate y a mi me encantó: "Cuando la leche y el chocolate (hombre y mujer) se unen por más experimentos químicos que hagamos siempre, SIEMPRE van a quedar grasas de la leche en el chocolate y en el chocolate de la leche".
Hay q rezar para que la gente que decida casarse lo haga y sepa que en el matrimonio hay cosas buenas y malas también, pero para mi Dios "se la volo" por que me dio el mejor marido del mundo TE AMO CRIS!!! y eso jamás lo voy a poder pagar con nada

Juanan dijo...

Esto es lo que pasa cuando nos creemos que el amor no es más que un sentimiento que te hace estar muy agustito con una persona.

¿Y nadie piensa nunca en los niños?

Benita Pérez-Pardo dijo...

Da miedo... Impresionante, es la realidad que vivimos ahora...