sábado, 10 de noviembre de 2007

Los colores de Molinoviejo (II)

El pabellón



Después de un paseo breve por el jardín, regreso a “la casa antigua”, a la vieja entrada que crucé por primera vez en 1960. La piel de Molinoviejo, al caer la tarde, se enciende en rojos y ocres, como este sol de otoño, que ya empieza a desangrarse lentamente al otro lado del muro.

Comienza la tradicional bronca vespertina entre las urracas y las ardillas, que buscan acomodo para pasar la noche en lo alto de los pinos. El viento de la sierra me enciende también a mí las orejas, pero me detengo un momento: “aquí, exactamente aquí, tuve mi primera tertulia con San Josemaría en el mes de septiembre de 1960”.

Acababa de terminar el segundo curso de Derecho, y estaba pasando unos días de convivencia con otros veintitantos estudiantes de España y Portugal que habíamos pedido la admisión en el Opus Dei poco antes. Aprovechábamos las vacaciones de verano para recibir una formación doctrinal específica y para conocer mejor la espiritualidad de la Obra.

Lo cierto es que nos lo pasábamos en grande haciendo deporte, bañándonos en la piscina y conociendo la región, cuando recibimos la insólita noticia de que venía a pasar con nosotros unas horas el Padre, el Fundador del Opus Dei.


Llegó a las cinco en punto de la tarde.


(Ahora debería llenar dos docenas de pantallas de ordenador para relatar las horas que pasamos junto a un santo. Pero yo sólo quería contaros una anécdota).

Había terminado la tertulia. Los veintitantos chavales nos esforzábamos por reconstruir en un papel lo que nos había contado. Mientras tanto, San Josemaría, acompañado por don Álvaro del Portillo y por don Manuel Sancristoval, paseaba por el campo de fútbol de la finca.

Alguien se acercó a nosotros y se dirigió a mí:

—El Padre quiere verte.

—¿A mí?

—Sí, anda, vete corriendo, que te espera.

Corriendo no fui, porque en aquella época yo era bastante tímido y me temblaban hasta las orejas; pero, en pocos segundos estuve a su lado.

San Josemaría me dio un abrazo, y me contó con todo detalle cómo se enteró de un famoso accidente que sufrió mi mollera en el autobús del colegio Gaztelueta por sacar medio cuerpo por la ventanilla. Me dijo que rezó por mí desde el primer momento. Y añadió:

—Pedí al Señor dos favores: que te curaras pronto y del todo y que, con el tiempo, recibieras la vocación al Opus Dei.

Por último me ofreció un regalo por ser la vocación más antigua de Gaztelueta: una pequeña cruz de palo, de madera negra sacada del viejo artesonado de la ermita de Molinoviejo, igual a las que entregaba a las primeras vocaciones de cada país. Me hizo notar que mi colegio es la primera obra corporativa de enseñanza que tuvo el Opus Dei en el mundo, y que Dios me pediría cuenta por haber estudiado allí. Yo estaba tan emocionado y tan avergonzado que no sabía cómo responder.

—Escríbeme a Roma y te mandaré la cruz. ¿Te acordarás?

—¡Claro!

Me temo que no fui capaz de decir ni una palabra más.

8 comentarios:

Marta Salazar dijo...

precioso relato!

esperamos las "dos docenas de pantallas"!

y algo más...

Rosie and the Lilies dijo...

GUAU

alejops dijo...

¡Qué privilegio haber conocido tan de cerca a San Josemaría!

Anónimo dijo...

Enhorabuena, y gracias por contarlo. Por favor, no se corte, y láncese con las dos docenas de pantallas.

Anónimo dijo...

Que buenos regalos!!
Por cierto alguna de las dos docenas de pantallas podría dedicarla a contar alguna anécdota de D. Alvaro. ¿que le parece? Seguro que más de uno de sus lectores no le ha conocido.

Lucía dijo...

¡Qué privilegiado!

Anónimo dijo...

Eso si que es ir recomenado. Vaya morro.

Aquí uno, que también es de Gaztelueta, no pasa por alto la indirecta. ¿Vaya responsabilidad que nos pone encima! No, si cuentas no van a dejar de pedirnos. Por esto y por lo otro, y además... por ser de Gaztelueta!.
Así, que vaya este comentario para que usted nos eche una ayudita y en alguna misa nos encomiende a los de Gaztelueta que nos hacemos los longuis.

Un abrazote (que se dice ahora)

Enrique Monasterio dijo...

¿y quién eres tú, anónimo Gazteluétido?