domingo, 25 de noviembre de 2007

La cena




La cena se prolongó hasta la madrugada. Eran compañeros de promoción, pero no se habían visto desde hacía cuarenta años. Incluso tardaron en identificarse los unos a los otros. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche, los recuerdos cobraron vida, se renovaron viejas amistades y con la llegada de los licores, se les fue soltando la lengua.

—¿Por qué no contamos cada uno lo que hemos hecho en estos años pasados?, propuso Jeremy, el senador.

—Eso nos llevaría toda la noche, contestó Charles, el famoso catedrático de Economía.

Quedaron en que cada uno emplearía sólo 5 minutos en resumir su vida, y así lo hicieron con más o menos prosopopeya y sinceridad, entre risas, silbidos y alguna lágrima.

Como sólo eran diez, acabaron pronto. En menos de una hora condensaron triunfos y derrotas: matrimonios, divorcios, amores, enfermedades, muertes, nacimientos… El coñac era bueno e hizo más fácil la experiencia. Al final, por poco se les olvida dar paso a Juanito, el pequeño e insignificante Juanito, el único que conservaba la misma cara de la escuela, el más tímido, el que no jugaba al fútbol y leía a Bécquer todas las primaveras.

—Bueno, yo… —carraspeó Juanito para hacerse oír— creo que he hecho algunas cosas más que vosotros en estos años. He visitado docenas de países; he ganado y perdido grandes fortunas; he estado en la cárcel; he tenido cientos de amores; he enseñado en varias universidades europeas y americanas; he estado en tres guerras…, incluso he muerto fusilado en África.

Un silencio perplejo llenó el salón. Sus compañeros miraban a Juanito y se preguntaban si había vuelto loco o si la culpa era del licor de pera que estaba tomando.

Jeremy soltó una carcajada.

—Es una broma, supongo…

—¿Una broma? No, Jeremy, yo nunca he sabido gastar bromas. Lo que ocurre es que los de mi oficio no tenemos una historia propia que contar. Nuestra vida pasa a otras vidas. Yo nunca he triunfado en nada. No me interesaba. Quizá no sabía cómo hacerlo; pero he vivido con pasión los triunfos y las derrotas de cada uno de mis hijos y de mis hijas. Ya son cientos, ¿lo entiendes? He sufrido tanto y he gozado tanto, que no quiero una vida para mí solo. Mi biografía es irrelevante.

Hasta aquel momento ninguno de los comensales se había percatado de que Juanito, el insignificante Juanito, vestía un traje oscuro con alzacuello.

9 comentarios:

Juanan dijo...

Qué grande la cena.

Altea dijo...

¿Llevaba puesto un abrigo con bufanda?

Enrique Monasterio dijo...

O una bufanda sin abrigo

Anónimo dijo...

No creo que la biogafía de Juanito fuera irrelevante ,sino todo lo contrario,y por supuesto era un triunfador.Gracias a Dios hay muchos Juanitos por el mumdo.Cristina.v

Anónimo dijo...

Me he quedado muda. Y eso es muy muy difícil!!.
Aquí, dando envidia al personal.

Estadísticamente, ya que soy de familia supernumerosa, uno de los nietos de mi madre, tiene altas posibilidades de ser sacerdote. Eso incluye a mis hijos ;)

Para quedarme sin palabras, no está mal, no?

Historias del Metro dijo...

Ha escrito entradas muy bonitas, pero para mí ésta es la más bonita hasta ahora. Recuerdo a Juan Pablo II diciendo en Cuatro Vientos que si alguno sentíamos la llamada de Cristo en nuestro interior, no la acalláramos... que "merece la pena dar la vida por Cristo"... Pues sí, y ese ciento por uno viene en todas las vidas que un sacerdote vive con tanta o más intensidad que si fuera la suya propia. (Pero me sigue dando penita la soledad de algunos, no lo puedo evitar...)

Don Mario dijo...

¡Ay, don Enrique! ¡Que a los curas nos pone demasiado bien! No sé si enfadarme, por sentirme descubierto en mi "intimidad corporativa", o aclarar que... ¡venga! que no siempre es así, que querer - y mucho - a la gente, no es vivir en su lugar... etc.
Quizá es que don Juanito es muy poeta...

Enrique Monasterio dijo...

Con el paso de los años, querido Mario, el cura se va implicando poco a poco en las vidas de los otros. Comprende que su biografía es irrelevante, como es irrelevante el color o el aspecto del pincel que pintó la Gioconda. Lo que vale es la obra de arte, el cuadro, que nace como un milagro gracias a la mano del genio que está detrás. El pincel sólo debe dejarse manejar por la mano de Leonardo.
Entonces sí, si es dócil, hará maravillas. Y se sentirá orgulloso de haber pintado tanta belleza.
Un cura viejo se gloría siempre en el fruto que Dios consigue en los demás, en los cientos de vidas que han pasado por sus manos. Esas vidas son su verdadera vida. Así lo veo yo, y seguro que estás de acuerdo..., aunque seas aún muy joven.
¿Te suena aquello de "ocultarme y desaparecer es lo mío: que sólo Jesús se luzca?"

Don Mario dijo...

Me suena y me gusta. ¡Qué gran suerte tenemos los curas!