sábado, 24 de noviembre de 2007

La niña y el anciano



El semáforo esta rojo. Detengo el coche y miro por la ventanilla. Hay un anciano que va en silla de ruedas con una manta escocesa sobre las piernas, una bufanda roja anudada al cuello y un guante azul, sólo uno, en la mano derecha. En la mano izquierda lleva algo dorado, quizá un anillo demasiado grande.

El anciano tiene la piel muy blanca, traslúcida, y los ojos acuosos. Está muy delgado. No habla. Tampoco mira a los lados para interesarse por lo que ocurre alrededor. Se deja llevar sin más como un mu­ñeco averiado.

Una muchacha empuja suavemente el carrito. No es española: quizá sea de Ecuador, de Perú o de Colom­bia, quién sabe. Es muy joven, casi una adolescente como las que acabo de dejar en el colegio. Luce un cabello largo, negro y brillante, igual que sus ojos. Va cantando una canción que no puedo oír. Debe de ser algo dulce, una melodía de su tierra, como una nana para dormir a un abuelo.

Han llegado junto a un banco de madera que hay en el parterre. Ella se sienta y mira de frente al anciano, que ahora está a la altura de sus ojos. Le habla. No es necesario oír su voz. Son palabras amables, cariñosas…

Mi semáforo ya está verde, pero no tengo ningún automóvil detrás. Me desplazo a la izquierda y detengo el coche. Quiero seguir viendo de cerca esa mi­rada limpia y un poco triste, de una niña americana que mima a un anciano con tanto respeto y cariño.

La chica coge un pañuelo blanco, lo impregna de agua de colonia y humedece el rostro del viejo. El sonríe: parece un milagro. La niña se pone muy contenta, ríe también y le aplaude.

Haré un esfuerzo por no sacar demasiadas conclusiones. Ya sabéis, la vieja Europa que va declinando de día en día. La América que nos devuelve la visita para descubrirnos y salvarnos de la decrepitud… ¿Dónde habrá aprendido a ser tan dulce, tan gentil, tan amable? Aquí somos de otra pasta: bruscos, huraños, ásperos.

No me digáis que también hay delincuentes entre los que llegan. No me estropeéis la fotografía, por favor.



10 comentarios:

Ludmila Hribar dijo...

Cuanto me alegra que haya descubierto el alma de aquellos que van en busca de trabajo y sueñan con una vida mejor en una Europa endurecida. Que gran suerte para el anciano que la suave voz de la muchacha lo invite a soñar aunque sea por un instante.

Juanan dijo...

Vaya, qué chica más maja. En mi parroquia hay una familia de colombianos, y son majísimos y se comprometen mucho con la Iglesia. Buebo, las chicas y la madre. La menor de todas, que tiene 9 ó 10 años, es de una dulzura enternecedora.

Pobres americanos, qué mal lo deben estar pasando con esos jefes populistas y con tanta violencia en sus países...

Anónimo dijo...

Hace años, cuando estaba embarazada, iba a diario (a hora punta) en el Metro de Madrid generalmente "lleno total". Y no se me olvida que, sistemáticamente, las ÚNICAS personas que me ofrecieron su asiento eran sudamericas.
Me acuerdo a menudo.

María dijo...

La verdad es que tienen un corazon muy grande...

Altea dijo...

Sobre lo último que ha escrito iba a decir "Pero es verdad".
Pero vale, no lo diré.

Anónimo dijo...

Preciosa historia, y la forma en que usted la cuenta la hace aún más hermosa. Pero hay algo en lo que no estoy de acuerdo. Sí, tal vez aquí la gente sea más huraña, más hosca, más brusca como usted dice, pero también más auténtica. Cierto que ellos son más corteses y educados, pero temo que es una dulzura fingida en muchos casos. Mi larga experiencia es lo que me dice.
Le cuento una anécdota, a modo de ejemplo, y de verdad que no es mi intención ofender a alguien.
Una chica de un país centroamericano se ocupaba de cuidar a mi sobrina. Un día la niña, que no se suele quejar de nada, empezó a pegar a sus muñecas bofetones, cosa que nos extrañó, porque ella jamás había recibido ninguno. Le preguntamos a la chica que la cuidaba, y no lo negó, dijo que sí, que le daba bofetones a la niña, pero que eso no era maltratar, que es lo normal para educar a los niños.
Una experiencia similar se dio con la segunda cuidadora de la pequeña.
Creo que nuestras culturas son distintas por mucho que nos empeñemos en creer que es la misma. Al menos yo considero violencia lo que muchos de ellos ven como algo totalmente normal.
A diario trato con inmigrantes en mi trabajo, y debo reconocer que el trato con ellos es mucho más sencillo que con los españoles; piden las cosas con más corrección, siempre tienen una sonrisa en los labios (lo cual se agradece cuando te pasas tantas horas atendiendo gente), y siempre un "gracias", cuando le has prestado el servicio.
Sin embardo, por el mucho tiempo que me paso observándolos y hablando con ellos, creo que muchos siguen viendo la violencia como algo normal, no algo detestable. Vaya, lo mismo que sucedía aquí no hace muchos años respecto a la forma de educar a los niños.
Sé que no soy políticamente correcta, pero tampoco creo que la idealización que usted hace se ajuste a la realidad.
Un saludo

Enrique Monasterio dijo...

Bueno, bueno... Pero no es preciso ser huraño para ser auténtico, ni toda gentileza es fingida, ni todo fingimiento es hipocresía. Reivindiquemos el valor de la sonrisa, de la amabilidad. Y reconozcamos que no somos el país más gentil de la tierra. Es verdad, en todas partes cuecen habas. O cómo diría Virgilio: "Ubique fabae cocuntur".
Yo sólo digo que una imagen (la que describo) vale más que mil palabras.

Marta Salazar dijo...

... muchas veces, por estas tierras alemanas se ven escenas parecidas, pero la chica no es americana, sino eslava (Polonia, Rusia, Ucrania, el Báltico, Eslovaquia, etc.), o de la India o del Norte de África o de Asia Central.

Qué haríamos sin los inmigrantes?

Acá hay un libro que se llama "Qué hacer con papá" (es una historia verídica) lo escribió un "anónimo", porque él cuenta que la única solución para su padre fue conseguir una sra. polaca que lo cuidara, pero como eso no está permitido y es altamente ilegal... el autor no da su nombre.

El libro es, en Alemania, un best seller... (Wohin mit Vater, se llama).

Saludos y gracias x su post!

Marta Salazar dijo...

hay link!

Las primeras fotos en Wikimedia sobre el viaje de Benedicto a los EEUU

saludos!

Anónimo dijo...

Què broma no quiero aguar la fiesta pero...

si somso tan chèveres en Amèrica por què al mismo tiempo somos un desastre serà que la irracinalidad està ligada con el sentimiento... no sè no sè, la pregunta que siempre nos hacemos los iberoamericanos (y perdone el taco): por què estamos tan jodidos si somos un sol?.

Un abrazo, disculpa Marta es que ando un poco fastidiado de mi tierra desde hace tiempo ya