He vivido un mes dentro de una bota, pero ya se acabó. La veo ahora a mis pies, a medio metro de mi pierna izquierda, y me pregunto cómo he sido capaz de aguantarla tanto tiempo. Se llama Walker, como el güisqui, es negra como el resto de mi uniforme, y arropa la pierna con tanta ternura y eficacia ortopédica que uno acaba por tomarle cariño.
Caminar con la bota era como llevar un oso panda abrazado al tobillo. Supongo que en invierno puede resultar incluso agradable.
Todas las mañanas he dedicado un mínimo de dos minutos y medio (es mi record personal) en colocarla como es debido. Luego, en el coche, me bastaba medio minuto para sustituirla por un zapato convencional que encontraba junto al embrague. Al llegar a mi destino, era preciso dedicar otros tres minutos por lo menos para dejar el zapato y encasquetarme de nuevo la armadura abriendo un poco la puerta del automóvil para hacer menos incómoda la maniobra. De este modo he proporcionado a los peatones un espectáculo gratuito y edificante.
No me quejo. Al contrario. La bota me ha servido para iniciar conversaciones quizá no muy profundas, pero siempre amistosas. En el ascensor del parking, por ejemplo, incluso me he divertido un poco:
—¿Conduce con... eso? —me preguntó alarmada la propietaria de un mini—.
—No, señora —le contesté— ; primero me desatornillo la pierna y me coloco otra de titanio que llevo en el maletero.
Como la buena mujer se lo tomó en serio, me apresuré a aclararle que era una broma y aun tuvimos tiempo de reírnos un poco antes de llegar al tercer sótano.
Pero, sin duda, hoy debería explicar que la bota encierra también, no una, sino muchas enseñanzas, que sería largo detallar aquí. Pienso, por ejemplo, en lo sencillo que resulta remediar algunos males: basta con inmovilizar una articulación y el astrágalo se cura solo.
¿Ocurrirá lo mismo con otras dolencias y enfermedades? Es sabido que la laringitis se resuelve con una buena dosis de silencio y la gastroenteritis con ayuno riguroso. Tal vez una buena mordaza ortopédica sea un buen remedio para sanar la compulsiva agresividad verbal de algunos políticos, periodistas y tertulianos que amenizan las madrugadas de la radio con sus salivazos.
Ahora están de vacaciones. Ojalá me hagan caso y se anestesien las cuerdas vocales por una temporada.
Si lo hacen les regalo la bota.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
lunes, 21 de julio de 2008
La bota
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5 comentarios:
Me alegro que tenga la pierna ya bien.
Por cierto con esa bota iba usted a la ultima, están de moda las sandalias romanas.
Parece la bota de Robocop.
En un capítulo de los Simpsons, Homer se quedó con la boca inmovilizada sin poder hablar. Se llegó a convertir en una persona agradable porque sabía escuchar. Pero al final la volvieron a fastidiar y la serie siguió teniendo sentido.
Si... estoy de acuerdo con usted, pero sin ser político ni articulista o intelectual, me tengo que decir, unos días más que otros... ehh que calladito estás más guapo!!!!. A ud. no le pasa lo mismo... además de esa "cierta edad" tiene "peso específico", así que por favor no deje de decir....
Salivazos es con uve.
Oh, cielos, è vero!
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