Era un tipo flaco y desgarbado. Se movía en el escenario con la gracia de un espantapájaros. Sus gafas de hipermétrope le daban un aire de empleado de correos o de numismático distraído. Tenía una voz cascada de viejo fumador que se oyó por primera vez en San Remo con poco éxito al comienzo de los 60.
Pero pasaron los años, y Nicola di Bari triunfó. Las chicas lo amaban como se ama a un perrito desvalido y enfermo. Y yo me aprendí de memoria todas sus canciones.
Ésta que pongo hoy me llevó al triunfo. Aún recuerdo la ovación entusiasta que me tributó la multitud de mis fans en el Colegio Retamar el 20 de julio de 1981. Era mi cumpleaños, por supuesto, pero creo que mejoré la versión de Nicola.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
miércoles, 23 de julio de 2008
Las canciones de Kloster (I)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
No me extraña que se aprendiera las conciones de memoria. Como que, entonces, las letras tenían un sentido y no se limitaban a rimar apio con escolapio, como hacen los ripios del Sabina, por ejemplo.
En fin, qué tiempos aquéllos, oiga!
Bella!, Traduzione per favore!
Cuidadín con meterse con Sabina... será lo que sea, pero tiene letras preciosas... No siempre hace rimas, y a mí a veces me gusta pensar que es un poeta de las cosas cotidianas...
Y... caray qué feo era el Nicola! Sería como el Fari en versión italiana y romántica?
Publicar un comentario