miércoles, 9 de julio de 2008

Recuerdos demasiado personales de Gaztelueta (II)



—¿Os gusta la casa?

Dijo la casa. Estoy seguro. A la vuelta de cincuenta años uno recuerda detalles tan tontos como éste.

Entramos en el colegio y me puse más colorado que un tomate, si no lo estaba ya. Resulta que todo estaba limpio y deslumbrante. No había bombillas fundidas ni mesas medio rotas ni bajorrelieves en los pupitres. Para colmo, en las puertas había unos espejos inmisericordes que reflejaban mi triste figura con toda nitidez: las botas llenas de barro, los cordones sueltos, las medias caídas…

Don Vicente nos lo enseñó todo: atravesamos el vestíbulo y llegamos a la sala de juegos, un gran salón, precioso y reluciente, sin más muebles que unos bancos corridos junto a la pared. Estaba decorado con pinturas al fresco de tonos suaves, que representaban a una serie de personajes jugando al golf, montando a caballo, haciendo vela y cosas así.

—Esto lo ha pintado don Alfonso, que os dará clase de dibujo… A lo mejor no os gusta.

Una y otra vez aquel insólito profesor nos pedía opinión sobre las cuestiones más variadas, como si lo que pensásemos nosotros tuviese alguna importancia para la marcha del Colegio.

De allí pasamos al oratorio. No necesito esforzarme para recordar cada detalle: desde aquel día de 1951 ha variado poco. El altar era más modesto y también los bancos, pero ya estaba la espléndida pintura que hace de retablo, con la adoración de los Magos, y aquella inscripción latina que Vicente nos tradujo y comentó para que la entendiéramos bien: Vidimus stellam eius in Oriente et venimus adorare Dominum…, “hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorar al Señor”.

—Es lo que dijeron los Magos a Herodes cuando llegaron a Jerusalén. Supongo que lo habréis leído en el Evangelio, ¿no?

Yo, que no recordaba en absoluto la escena en cuestión, respondí con un expresivo gruñido.

A continuación volvimos sobre nuestros pasos y llegamos de nuevo al vestíbulo de la entrada. A la derecha estaba, y sigue estando, el bar, una sala de estar decorada con muebles de estilo inglés que recordaban a un pub británico. A la izquierda subía una escalera señorial. Sobre la pared, un repostero con el escudo de Gaztelueta.

Vicente nos invitó a leer el lema que lo rodeaba:

Sea nuestro sí, sí; sea nuestro no, no.

—¿Sabes lo que significa? Que en Gaztelueta decimos siempre la verdad, que no nos engañamos nunca, y por tanto nos fiamos los unos de los otros...

Bueno, no respondo de que éstas fueron exactamente sus palabras. Sólo sé que me pareció muy bien todo lo que nos dijo, pero no entendí el que relación tenía aquello con el sea nuestro sisi, sea nuestro nono, que yo leí todo seguido, sin puntos, comas ni acentos.

—El escudo —continuó Vicente— es el del uniforme. A lo mejor no os gusta llevar uniforme…

Y dale... Aquel señor tan raro se empeñaba una y otra vez en apelar a nuestras preferencias personales.


Cuando cuento estas historias ahora a chavales de 15 o 20 años, siempre temo que no entiendan nada. ¿Qué tiene de particular que un profesor nos dé la mano, que la sede del colegio esté limpia y sea agradable o que don Vicente tratara de entablar una conversación civilizada con dos futuros alumnos? Gracias a Dios en esta tierra hay bastantes colegios limpios y atrayentes, y muchos profesores tratan a sus alumnos como a personas.

Sin embargo, en 1951 me temo que las cosas eran de otra forma: un colegio era un local bastante gris donde todo estaba prohibido salvo lo obligatorio; donde los niños iban en filas y cantaban himnos patrióticos al empezar las clases, los profesores empleaban la regla para zurrar a los díscolos, a nadie se le llamaba por el nombre, sino por el apellido y, por supuesto, de usted. Por eso los que ya habíamos tenido alguna experiencia previa, íbamos de sorpresa en sorpresa.

La primera sorpresa fue comprobar que lo de la sinceridad iba en serio. Quiero decir que no se trataba sólo de una exigencia más o menos obligatoria para los alumnos, sino de un clima en el que vivíamos todos: también —y fundamentalmente— los profesores.

Eso se reflejaba en algunas normas no escritas. Pongamos dos ejemplos con sus correspondientes anécdotas...

continuará...




7 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo quiero volver a ser niño... e ir a Gaztelueta...

Jesús Sanz Rioja dijo...

Me temo que lo que ha dicho de los colegios hacia 1951 no es sino la burda caricatura que han popularizado los sopeñas, almodóvares y demás gleba. Gaztelueta sería la monda en verso, pero en los colegios de los 50 se formaba a la gente, cosa que no se hace en los de los 2000. Se lo digo yo que recibo a los que salen de allí.

Enrique Monasterio dijo...

Jesús: no me compares con Almodóvar, por favor. No he visto ninguna película suya. Yo procuro contar lo que he vivido sin estridencias de ningún tipo. Las caricaturas de otros me traen sin cuidado.

j.a.varela dijo...

Desde el Río de la Plata, en estos días brumoso e invernal, recuerdo que en Monte VI, un colegio similar incluso en su casona, teníamos el álbum de Gaztelueta como material para la formación de directivos. Y allí se veía un Don Enrique sin Don y muy joven.

Gracias.

Juan

Anónimo dijo...

Este relato sobre sus recuerdos de Gaztelueta me encanta. ¡Qué bien evoca todo! (y no es coba).

Cierto que el chalet es precioso.

Siga, por favor, que vale la pena.

Me ha extrañado tan pocos comentarios. Se nota que han comenzado las vacaciones.

ADN PRODUCCIONES dijo...

EN UNA SOCIEDAD QUE QUIEREN DESCRISTIANIZAR , MILLONES DE JOVENES NOS REUNIREMOS JUNTO A PEDRO EN SYDNEY (VIA SATELITE , PARA LOS QUE NO PODAMOS IR) PARA GRITAR ¡PODEMOS! SER JOVENES MODERNOS DEL SIGLO XXI Y CATOLICOS, COMO DIRIA SAN JUAN PABLO II EN MADRID 2003.

COMER CON B16 EN...http://vidasobrenatural.blogspot.com/

Historias del Metro dijo...

Me está gustando mucho este relato... de alguna manera me engancha. Mientras lo leo, me recuerda a los libros de Enyd Blyton (no sé si está bien escrito), de "Torres de Malory" que leía cuando era pequeña...
Mi colegio, "La Asunción", en Gijón, también es precioso. Es enorme, antiguo, y aunque no todo fue perfecto (en 13 años es imposible que todo sea así), lo recuerdo con especial cariño...