Regreso
a mi habitación después de desayunar y me encuentro con un gorrión común, un passer domesticus, vulgar, feíto y un
tanto insolente. Está en el umbral de la puerta que da a la terraza. No se
asusta por mi presencia, al contrario; lo observa todo y me mira con descaro
como preguntándome:
―¿Se
puede saber quién eres tú?
―Lo
siento, amigo, ésta es ahora mi habitación.
Comienzo
a ordenar los bártulos que hay sobre la mesa, pero el gorrión no parece
dispuesto a marcharse. Me pregunto si echará de menos a Óscar, el anterior
inquilino del dormitorio. Era sacerdote como yo y también ornitómano. Yo mismo le contagié la chaladura pajarera hace más de
veinte años y, al parecer no la abandonó nunca.
Óscar
falleció hace pocos meses. Llevaba enfermo mucho tiempo, pero su muerte llegó
por otra dolencia, de forma inesperada. Hoy le he encomendado durante la Misa
que he celebrado en “El Vado”, el oratorio en el que Óscar decía Misa todos los
días a las chicas de la administración, que le tenían especial cariño.
―¿Y tú que miras?
El
gorrión sigue en el umbral de la terraza sin decidirse a entrar ni a salir. Si
al menos hiciese un numerito podría contarlo en el globo; pero nada.
Leí
en algún sitio que, cuando Colón descubrió América, no había gorriones en el
nuevo Continente. Los primeros llegaron con las carabelas y allí se quedaron.
Ahora son comunes también allí y han colonizado bastantes ciudades.
También
sé que, en los últimos años, el número de gorriones disminuye de forma
alarmante: en el Reino Unido, hasta un 70 por ciento. Pero esto preocupa poco
de momento: el gorrión sólo vive donde hay hombres; es nuestro pájaro de
compañía, nuestra pequeña mascota a la que nadie hace caso. Aún recuerdo cuando
los matábamos por docenas y nos los comíamos fritos.
―¿Sabes
que eres un pájaro bastante golfo?
El
gorrión lo sabe. Come de todo y a todas horas; se mete por los rincones más
insólitos. Yo lo he visto en el zoo picoteando restos de alimento entre los
leones. En la Plaza Mayor toma el aperitivo con los turistas. Lástima que no
cante nada.
El
gorrión se va sin despedirse.
―Si
vuelves mañana te pondré nombre. Tal vez te llame “Oscar” como recuerdo.
7 comentarios:
No sé si ya le había llegado, pero por si acaso, le envío este enlace
http://www.youtube.com/watch?v=rYc_d5OGslM
Esta historia la protagonizo un gorrion que se introducia cada mañana en el tradicional Cafe de Oriente, en la plaza de mismo nombre, y permanecia alli hasta el anochecer. El pajaro era capaz de determinar, segun el numero de personas que entraran o salieran del local, en que momento podria acceder al Cafe atravesando el umbral de las dos puertas de que dispone. Si entraba un solo cliente, una puerta se cerraba antes de abrirse la otra y el gorrion se podia quedar encerrado en los casi dos metros de separacion entre ambas, por lo que solo entraba o salia cuando las dos puertas permanecian abiertas a la par unos instantes.
La verdad es que es osado el pajarito, realmente no es golfo sino vanidoso, pues se cree un gato que puede colarse en una casa y mirar impunemente al dueño transformándolo en intruso a sus ojos.
Nuestros gorriones particulares no creo que desaparezcan, a no ser por indigestión. Los llevo viendo desde pequeña, bien orondos después de zamparse parte del arroz de nuestro perro o ahora que no hay perro, zampándose las peras más maduras y vistosas del único peral del jardín de mi madre.
Dejan el tronco bien peladito: ¿cómo enfadarse con ellos, si no desaprovechan nada?
Acabarán dando origen a una nueva subespecie de gorriones gorditos, pero a estas horas no se me ocurre cómo podría ser su nombre científico. ¿Alguna idea?
Gordones?
Es terrible ser gorrión y comer ABSOLUTAMENTE de todo. Así, sin escrúpulos ni distingos. Y, sobre todo, sin saber lo que se está llevando al pico. Qué asco, ¿no?
Jajjaja, Yomisma, pensaba algo en Latín pero lo de Gordones mola...
Me encantan los gorriones, me parecen los pájaros más monos...
Qué divertido el vídeo de miriam!!!
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