martes, 3 de julio de 2007

Ver un halcón



Sigo en Riaza, un pueblo precioso al Norte de la provincia de Segovia. He venido este año algunas veces, y si por mí fuera, me quedaría hasta Navidad. Desde que existe Internet, en Riaza es posible descansar trabajando (o trabajar descansando), sin sobresaltos telefónicos ni televisores interpuestos. Aquí uno rinde el doble, y siempre hay tiempo para un paseo al atardecer, para gozar de unas puestas de sol inolvidables o para saludar a las aves.

Hoy, después de predicar un Retiro y de preparar tres o cuatro clases, aún he podido ir a Hontanares, la ermita de la Virgen, y he subido un poco más arriba, al mirador desde el que se divisa un panorama de tres provincias.

Pero dejémoslo estar. El sábado volveré a Madrid.

Hasta entonces, ¿qué puedo poner en el blog? Quizá parte de un artículo descongelado que escribí precisamente en Riaza hace qué se yo cuántos años. Contaba una singular experiencia:



Un día subí al Puerto de La Quesera. Dejé el coche a la sombra de un roble y, sentado en una roca, me dispuse a ver los colores y a escuchar los sonidos del monte a la espera del crepúsculo, ya próximo.

De pronto oí el grito inconfundible de una rapaz. Un halcón, pensé, y no me equivocaba: la pareja hizo acto de presencia tan cerca que decidí convertirme en roca para no molestarla. Ni siquiera osé desenfundar los prismáticos.

Los halcones peregrinos quisieron agradecerme la visita con un soberano baile en el cielo. Primero se lanzaron en picado como balas de plata simulando que cazaban. Luego subieron en vertical igual que una fuente luminosa, y, al llegar a lo más alto, se enseñaron las garras mutuamente sobre el cielo rojizo. Después, qué se yo: planearon en círculos, gritaron al sol que ya caía, se enzarzaron en juegos de amor… Fue fantástico.

Entre tanto unos abejarucos –los pájaros con más colorido de Europa– habían empezado a cazar los últimos insectos de la tarde en medio de su inconfundible algarabía. Pero yo no tenía tiempo para ellos. A esas alturas de la función, casi me había convertido en granito.

La fiesta terminó bruscamente. Un ruido ensordecedor puso en fuga a las aves. Un todoterreno y un descapotable con la radio a tope llegaron a mi altura, frenaron y expelieron a seis o siete chavales, chicos y chicas, gritando. La visita duró segundos.

–¡Vámonos tíos; aquí no hay nada que ver!, dijo uno de ellos.

Y desaparecieron en medio de una nube de polvo. Yo creo que ni siquiera se percataron de mi presencia. Tan perfecta era mi metamorfosis.

* * *

Dicen que la naturaleza está de moda, y me temo que es verdad: los montes están llenos de botes, botellas, plásticos y toda suerte de restos inequívocamente humanos.

Sin embargo no es esto lo más lamentable. El problema es que la mayor parte de los visitantes tienen la vista desentrenada. Se conoce que de tanto ver asfalto y hormigón, se les ha atrofiado la conjuntiva y ya no saben admirar lo que tienen delante.

Para algunos el campo es exclusivamente una pista de trial, de mountain bike o de cross: se encasquetan los auriculares, y a correr, que es muy sano. Para otros, es un somnífero natural, que les permite dormir a pierna suelta, lejos de los ruidos de la ciudad. Hay quien busca en el campo un clima distinto o un remedio contra la ansiedad o la depresión, o un sistema de ponerse moreno/a con ese tinte alpino y montaraz que es de tan buen tono. Algunos van por setas.

Todo esto me parece la mar de bien. Como me parece estupendo (relativamente) que se emplee la música de Mozart para que las gallinas pongan huevos o para que los cirujanos se relajen en el quirófano y no les tiemble el bisturí. Sin embargo conviene recordar de vez en cuando que lo importante de la música de Mozart es su belleza y que ha sido pensada para ser oída en primer plano y no como música de fondo en busca de un efecto “útil”. Lo mismo cabe decir de la naturaleza: Dios la ha hecho hermosísima para que la contemplemos. Lo demás…, que venga por añadidura.

–Pues a mi Chopin me relaja cantidad –asegura mi prima Mari Tere–.

Y usted ¿para qué ve pájaros?, me preguntan con frecuencia mis alumnas.

Para nada, por supuesto.

Aprender a contemplar la belleza –toda la belleza– debería ser una asignatura obligatoria. Claro que no sería fácil encontrar maestros idóneos. Tampoco estaría mal que alguien enseñara a oír el silencio como primera lección de música.

Quizá penséis que esto no es importante. Lo es. Quien sepa descubrir la belleza de las cosas y gozar con ella está empezando a ver al Creador.

“Los cielos cuentan la gloria de Dios –dice la Escritura– y el firmamento anuncia la obra de sus manos”.

Esto no significa que la contemplación de la belleza sea sólo un medio útil para deducir la existencia de otra belleza infinita. No. La belleza acerca a Dios fácilmente: con solo verla…, y no está en las montañas ni en los museos de arte, sino, sobre todo, en las miradas, en las sonrisas, en el trabajo, en el dolor, en lo ordinario.

–Entonces, si es tan sencillo, ¿por qué tantos no lo descubren?

–Será porque no saben mirar. O porque no han oído el silencio. Más fácil es ver un halcón, y sin embargo…

8 comentarios:

María dijo...

Si no me equivoco de Riaza también ha salido algun libro ¿no?... descanse!

Benita Pérez-Pardo dijo...

Ya que está en Riaza aproveche y descongele. Es lo que se hace en todas las casas cuando las madres se van de vacaciones....

Tania Vázquez dijo...

Don Enrique, me encantó su frase: "Aprender a contemplar la belleza debería ser una asignatura obligatoria" yo que me dedico a la educación la pondré en práctica de hoy en adelante!! Saludos desde México querido!!

Anónimo dijo...

Im-presionante.

Anónimo dijo...

D. Enrique. Cómo me alegro de que haya sacado este tema. Contemplar es nuestra asignatura pendiente. Ya no sabemos asombrarnos porque no sabemos mirar; sólo vemos. Vamos demasiado deprisa. Y es una pena porque hay detrás una generación que espera a que les enseñemos.
La curiosidad nace de ver, de observar y es el caldo de cultivo del asombro. Para asombrarnos ante lo que nos rodea hay que abrir los ojos sin cristales que empañen su belleza. Pero nuestro sistema académico está concebido como una página que se va llenando de conceptos que se instalan en el hemisferio izquierdo. En rellenar esta hoja hasta el final y demostrar que la hemos escrito correctamente ocupamos gran parte de nuestra vida.
Habría que cambiar demasiadas cosas y ralentizar el reloj. Después de muchos años de vivir corriendo, me he dado cuenta de lo peligrosa que es la prisa. Perdón por el rollo. Pero éste es de los temas que más me apasionan.
Gracias por su artículo. Usted descongele, que va muy bien.
Sunsi

Anónimo dijo...

Buenos días!

A algunos, los árboles no les dejan ver el bosque. En este caso, el salpicadero no dejaba ver los halcones.

¿Qué hacen los halcones en invierno? Lo pregunto porque estaba yo pensando que para no espantarlos, uno se podría poner un disfraz de conejo. Pero en verano haría mucho calor así que la mejor época para mi "plan" sería el invierno. Pero a lo mejor los halcones en invierno no se dejan ver...

Por cierto, avance informativo: Jaime progresa más que adecuadamente. A tres semanas (estimadas) del parto, ya pesa entre 3 y 3,1 kilos. Su madre aguanta como una jabata.

Anónimo dijo...

Lo que escribe me recuerda lo que dijo el Papa el mes pasado. Lo tengo aquí en el boletín de Zenit que me mandan todos los días. El p
Papa habló de San Justino del siglo III, un laico "Doctor de la Iglesia", y citó estas palabras suyas: "Todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos".

Anónimo dijo...
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