Escribí esto hace quince años, pero parece que fue ayer. Lo bueno que tienen estos refritos es que envejecen poco. Yo casi lo había olvidado. Por eso, al releerlo esta mañana me he reído como lo que soy: como un idiota.
Tanto en los asuntos humanos como en los espirituales, hacer examen de conciencia es una saludable costumbre.
En los negocios, incluso quienes “maquillan” su contabilidad oficial, guardan otro libro con las cuentas claras; porque engañarse a uno mismo en cosas de dinero suele ser suicida.
En el orden espiritual, cuando uno se descubre en números rojos, es decir, con mugre por todos los rincones, caben tres posibilidades:
a) Ponerse colorado y disponerse, con humildad y realismo, a acarrear basura y a desinfectar el alma con la Penitencia. Ésta es, sin duda, la actitud más razonable.
b) Mirar para otro lado, taparse las narices y aguantar mientras se pueda. (En general, se aguanta poco y no compensa).
c) Engañarse a uno mismo. Otros lo han conseguido, ¿tú, por qué no? Con un poco de práctica se llega a razonar como un perfecto esquizofrénico.
Hay dos sistemas: el primero consiste en echar la culpa al prójimo de todos nuestros errores. Vuelve a leer, si tienes alguna duda, el bonito cuento de Caperucita Roja que aparece en el capítulo anterior. El segundo es aún más elegante: cambiar los nombres de las cosas, recurrir a ese vocabulario pastoso, aceitoso y confuso que maquilla los defectos hasta convertirlos en otra cosa, incluso en virtudes.
Pongamos algunos ejemplos: No llames pereza a la pereza. Llámala cansancio, agotamiento, depresión, serenidad; a la soberbia se la puede llamar autovaloración, que suena muy aparente, o incluso dignidad, derecho a la propia imagen.. Para la envidia, los políticos han inventado una expresión deliciosa: agravio comparativo.
Por lo visto, si mi vecino tiene algo apetecible, de lo que yo carezco, esa tristeza que corroe el higadillo no es más que un afán de justicia basado en el agravio comparativo que procede de tan manifiesta desigualdad. ¿Comprendido?
Por el mismo precio, al egoísmo podemos llamarlo espíritu ahorrativo; a la desobediencia, personalidad; a la lujuria, amor; a la ira, temperamento; a la gula, mientras uno es joven, hambre; con la madurez, mejor llamarla apetito, y con la vejez, gastronomía.
A la cobardía se la puede calificar como prudencia o insumisión; a la mediocridad, humildad; a la calumnia, libertad de expresión; al cotilleo, crítica constructiva; a la tibieza, espíritu tolerante (con uno mismo, por supuesto); a la superficialidad, simpatía; a la frivolidad, ingenio; al insulto, sentido del humor; a la horterez, sinceridad; a la traición, fidelidad al presente (os aseguro que la he oído llamar así); a la intolerancia, firmeza de criterio; al rencor, afán de justicia; al embuste, mentirijilla, mentira piadosa, exageración...; al aborto, interrupción voluntaria del embarazo; a la estafa, hábil negocio; al suspenso, fracaso escolar; al asesinato, eutanasia; a la eutanasia, dignidad…
Aplicando con sabiduría este vocabulario, Jorgito López, después de recibir media docena de cates en la primera evaluación de 1° de BUP, pudo alegar en casa que “agotado por el estrés postvacacional, se consideraba una víctima del fracaso escolar, con lo que su autovaloración había disminuido ante el agravio comparativo resultante de los tres sobresalientes obtenidos por su prima Matildita.
Todo lo cual le producía serios deseos de aplicar la eutanasia activa al cerdo del profesor de Matemáticas, dicho sea sin ánimo de ofender, en el ejercicio de la libertad de expresión”.
—¿Y se acaba uno creyendo todas las tonterías que dice?
Así es. Determinadas palabras tienen un efecto narcótico e idiotizador: son esos términos que llamamos eufemismos, porque suenan bien y sustituyen con ventaja a otros más expresivos y rotundos.
Son comodines del idioma que adormecen tanto a quien los oye como a quien los emplea; pueden introducirse en cualquier contexto, pero han demostrado su utilidad en el terreno de la política, porque no sirven para comunicar ideas, sino vagas y etéreas impresiones.
Lo malo es que crean hábito, y si uno se deja atrapar, al final será incapaz de hablar como un sujeto normal.
Por eso proliferan tanto. Al paso que vamos terminaremos llamando a la calvicie minuspelidez o discapacidad capilar adquirida; al canibalismo, gastronomía alternativa; al homicidio, interrupción voluntaria de la vida ajena no deseada; a la poligamia, amor plural; a la tortura, precalentamiento; y al racismo, buen gusto.