Lo guay
Escribí esta historia hace ya algunos años. ¿Te acuerdas, Mamen?
Cuando Mamen me dijo que “la misa es un rollo”, me sentí viejo. Nunca había visto con tan dramática claridad mi irreversible condición de adulto en decadencia, distinto y distante de aquella pequeña e impertinente interlocutora.
Acabo de llamarle pequeña. Pero tiene 14 años y no me tutea porque me resisto (*).
Para Mamen, el Planeta se divide en dos hemisferios bien diferenciados: el hemisferio “divertido”, también llamado “guay”, y el aburrido, denominado rollo patatero, peñazo o plasta. Cualquier otro criterio de valoración no tiene, según parece, la menor importancia.
Dentro del hemisferio guay (en plural “guaises”), Mamen incluye cientos de entes sin la menor relación entre sí: personas, animales, objetos, acontecimientos o actividades. Un pañuelo de colores, por ejemplo, puede ser divertido, igual que su prima Marta, su gato Mousse, la clase de informática, las hamburguesas, gritar hasta quedarse ronca o la Manga del Mar Menor. Por el contrario, la clase de lengua, los dinosaurios, la música de Mozart, el alpinismo, estudiar, la política y la comida china son rollos patateros.
No busquéis una conexión lógica entre elementos tan heterogéneos. Opina el doctor Cabaleiro, mi más ilustre contradictor, que el adjetivo guay, tan próximo al ladrido originario, significa cosas muy distintas según a qué se aplique. Por tanto sólo sería cuestión de pobreza de vocabulario.
Yo, sin embargo, estoy convencido de que hay más.
A mi juicio, estamos asistiendo a la nacimiento de una nueva raza, tribu o subespecie humana. Después del hombre de Neardenthal, del hombre de Cromagnon, del homo sapiens y del homo faber, el siglo XX ha alumbrado al homo spectator (el hombre espectador), cuyo retrato es mérito del famoso antropólogo Heinz Kloster.
El homo spectator no suele tener más de dieciséis o dieciocho años, y supone como Calderón de la Barca que este mundo, al que acaba de llegar, es un gran teatro. Pero piensa que su lugar no está en el escenario, sino en el patio de butacas; que lo suyo no es representar un papel activo en la comedia de la vida, sino quedarse al margen para aplaudir o patear según los casos. Para este espécimen naciente son los demás mortales —sobre todo los adultos— quienes tienen la misión de entretenerlo, de divertirlo, para que el mundo resulte guay y no peñazo.
Es inútil que tratemos de advertirle que también él, o ella, debe subir al escenario, y que más allá de lo divertido y lo aburrido, hay otros modos de catalogar la realidad. A mí, por ejemplo, me gustaría saber explicar a la buena de Mamen que la Misa que voy celebrar dentro de una hora no tiene que ser entretenida, ni monótona, porque no es un espectáculo, sino el acontecimiento más trascendental que hoy ocurrirá sobre la superficie de la Tierra; que, por tanto, no se trata de pasárselo bien, sino de penetrar en su sentido, de vivirla como si fuera la única, la primera o la última de nuestra vida.
Pero esta mentalidad es contagiosa, y algunos padres y pedagogos parecen pensar que, en el fondo, el homo spectator tiene razón, que hay procurarle entretenimientos continuos para que no se enfade, para que aprenda algo y nos perdone la vida cuando crezca.
Uno piensa que es estupendo hacer divertidas las matemáticas, con tal de que lo que se explique siga siendo matemáticas; y que sean divertidos los colores, las fiestas, los amigos y las series de televisión. Pero, francamente, no comprendo cómo pueden serlo las oposiciones a notarías, las inyecciones intravenosas, los bocadillos de anchoas o las Óperas de Wagner.
Hace tiempo asistí a una reunión de padres de familia para hablar de “la movida”. Los asistentes parecían coincidir en que, en los años 90, el metabolismo juvenil necesita liberar no sé qué instintos salvajes todos los fines de semana, para resarcirse del hastío de los días laborables.
Partiendo de esta convicción, aquellos padres de familia, buscaban “alternativas” al alcohol, el sexo o la droga, y me preguntaron mi opinión. Les dije que el problema no está en la movida sino en el cerebro de los semovientes. No hay alternativas para la estupidez.
Tratemos de que los chicos y las chicas sean de otra manera; eduquémosles para que aprendan a vivir sin anestesia, sin huir de la realidad; para que no se nos obsesionen con el “pasarlo bien” a toda costa, y se comprometan con lo más serio y alegre de la vida: el trabajo, el amor, la solidaridad, la justicia… En resumen, que dejen el patio de butacas y suban a escena con nosotros, para descubrir que la auténtica alegría sólo se encuentra cuando se busca la felicidad de los demás y no la propia.
Terminado el artículo, se lo enseño a Mamen.
—¿Te gusta?
—Es guay.
Me lo temía.
(*) Seguro que a Mamen no le importa que haya recordado su adolescencia, tan cercana. Por cierto, Elena, ¿sábes qué ha sido de ella?
12 comentarios:
Me temo que conozco a más de un "homo spectator" ya talludito.
todos pasamos -o quedamos- por esa fase...bernardo, snif
Super-guay!
El problema de los padres hoy día es que, quien más quien menos, todos pecamos un poco de homo spectator, y así nos va el pelo. Descarrilar es un ejercicio que requiere mucha energía, sobre todo cuando la corriente es tan fuerte.
Debería "reponer" este artículo cada cierto tiempo a modo de memento, D. Enrique.
Guay del paragüay!!!!
¡¡¡Cuánta razón tiene, Dn Enrique... pero si los principales responsables de ayudar a nuestros hijos a "evolucionar" y dejar el estado"spectator" somos...
.precisamente nosostros!!!!, que como dice Bernardo: "talluditos", además algo "tulliditos"-digo yo- y muchas veces,"estancaditos"-como dice Luis- en la misma fase no nos enteramos de qué va la vida y así pretendemos educar. ..o nos enteramos y a golpe de dictadura,pretendemos resultados a corto plazo...
Nadie da lo que no tiene... se educa con el ejemplo de la propia vida y gracias a Dios no es la de peso específico la nuestra.., que también.
Jajajajaja qué buen golpe, don Enrique.
Hace unos meses leí un libro sobre la Rosa Blanca, el grupo de estudiantes de Múnich que repartieron panfletos subversivos contra Hítler. Me llamó muchísimo la atención la vida cultural tan activa que tenían...
Justamente hoy publiqué, sacado de un "power point" que me pasaron, la receta de "CÓMO CONVERTIR A SU HIJO/A EN DELINCUENTE".... para que los padres nos pasemos de la butaca, al escenario y nos dejemos de considerar si al educar a nuestros hijos les vamos a parecer "guay" o "patateros"...
Yo a los seis años sabía leer perfectamente porque en parvularios, en clase, nos enseñaban cosas, y era en el recreo donde jugábamos. El problema de hoy en día es que se ha perdido el "una cosa para cada tiempo y un tiempo para cada cosa".
Me aterra la frase de que "a los niños hay que enseñarles jugando". Creo que lo mejor sería, primero enseñarles, y luego dejarles que jueguen.
En cuanto a la ópera de Wagner, don Enrique, creo que es en "Misterioso asesinato en Manhattan" donde Woody Allen dice "cada vez que veo una ópera de Wagner me entran unas ganas irrefrenables de invadir Alemania"...
Gracias al bombardeo de ideas que nos regala diariamente, he podido salir airosa del último acto de rebelión de una de mis hijas a la hora de ir a Misa. Su "es un rollo patatero" fue rebatido con decisión y soltura; a continuación la segunda (7 años) procesó y se apropió de los argumentos y convenció a la mayor (9) con mucho más estilo que yo. La autora del comentario no quedó muy convencida, pero al menos esta vez se portó bien... Por cierto, el angelito tiene tres años!!!
Juanma: es "de invadir Polonia", lógicamente.
Cierto. Gracias, Jesús, por la corrección. Un lapsus imperdonable...
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