miércoles, 22 de mayo de 2019

Retratos de María (VI)


La golondrina

Hace un par de años escribí en esta página un mensaje dirigido al Beato Fray Angelico, autor de la maravilla que hoy incluyo en mi lista de retratos de María. Expliqué entonces que para la beatificación de este fraile genial el postulador de la causa no presentó escritos piadosos, homilías o tratados teológicos, entre otras cosas porque Fray Angelico nunca publicó nada. Bastaron sus cuadros, mucho más expresivos que cualquier testimonio literario.
Mi mensaje de entonces terminaba así:
He leído que pintabas de rodillas. Sea o no cierto, cuando contemplo cualquiera de las imágenes de Santa María que nacieron de tus pinceles, entiendo que no pretendiste trasladar al lienzo el rostro de la Señora tal como lo veían sus contemporáneos. Tu arte retrataba tu propia mirada, que no era sino un reflejo de la mirada de Dios. El Señor veía a aquella chiquilla humilde de Nazaret como tú la viste: vestida de reina, llena de gracia y de belleza.
Tengo en la pared, frente a mi escritorio, un pequeño esmalte que reproduce con bastante fidelidad una de tus Anunciaciones, la que se conserva en el Museo del Prado. Como estoy varias horas al día en este despacho, lo he mirado y remirado docenas de veces, y ya no me cuesta nada cerrar los ojos para reproducir en mi imaginación cada detalle del cuadro: el rayo de luz dorada que atraviesa la escena, las grandes alas del Ángel, que también son de oro, el manto de María, el techo abovedado y hasta la golondrina que lo observa todo desde lo alto de un capitel.
Dar un rostro a la Reina del Cielo es una empresa arriesgada. Muchos lo han intentado y Ella no tiene inconveniente en posar para sus hijos y dejar en cada cuadro una chispa de su belleza. "Me enamoran todos los retratos de mi Madre", escribió San Josemaría.
A ti sin embargo te concedió una gracia especial. Y no hay duda de que supiste corresponder generosamente.
Vuelvo a mirar el cuadro. El manto de la Virgen es azul porque es el color del cielo y también porque, para lograr ese pigmento, utilizaste lapislázuli, caro y difícil de conseguir para un pobre fraile como tú. Pero querías que la Virgen tuviera lo mejor. También pintaste de azul el interior de la casa y cuajaste de estrellas el techo abovedado. Es el tiempo que se detiene; Nazaret aquel día fue un pedazo de cielo.
El cuadro parece estático pero está lleno de vida y dinamismo, no sólo porque el mismo Dios lo atraviesa en forma de un rayo de luz, sino por el rico cruce de diálogos que se adivinan entre el Padre, el Espíritu Santo y la Virgen; entre el Ángel y María, entre la Madre y el Hijo al que ya abraza con su gesto.
No me olvido de la escena que hay a la izquierda. Adán y Eva escapan avergonzados del Paraíso. Ellos están fuera de la bóveda celeste, de los tonos cálidos y dorados que enmarcan la Anunciación. Con María comienza la verdadera historia que dejará atrás el pecado original.
Por cierto, amigo, qué estancia más bonita has preparado para la Señora. Con una perspectiva incipiente, has levantado un pequeño palacio con la arquitectura al uso en tu época. Ciertamente que no era así la pobre casita de Nazaret, pero tu pincel ha pintado lo que sólo Dios veía: pasado, presente y futuro se funden en una escena.
Y la golondrina… ¿la pintaste para mí? Este mes de mayo yo quiero estar como ella, mirando el rostro de María.  

1 comentario:

Llumla dijo...

Me ha hecho reír el último párrafo. No sé porque, pero me ha hecho gracia lo de la golondrina así, de repente. Está bien eso de buscar un sitio en el cuadro para no perder detalle. Realmente el suyo es perfecto: encima del capitel. Voy a ver si encuentro uno chulo.