El síndrome

Ya terminó la fiesta. Fin de verano. Es inútil que os hagáis los remolones. Sé que habéis vuelto y estáis ahí.

Rocío, con su bolsita de pinturas y su memoria rebosante de aromas y sonidos, abandonó Maestu, que es un pueblo de Álava donde las montañas son azules y huele a leña y a hogar hasta en agosto.

Enrique G-M, que cerró su blog hace casi mes y medio, desperezará un poema cualquier día, o un artículo peleón en la prensa.

Benita volverá a escribir con el entusiasmo del comienzo. Y María, que ha disfrutado un agosto "bien acompañada", se decidirá por fin a entrar en septiembre.

Lo siento, sin pretenderlo me he metido en un lío: ahora tendría que poner cien o doscientos nombres más, porque no es plan empezar el curso quedando mal con tanta gente.

Nombraré a uno más: ¿os acordáis de c3po, aquel robot galáctico que entraba con tanta frecuencia en el blog y hacía comentarios muy atinados? Volverá un día de éstos y habrá que recibirlo con música: los mecánicos han tenido que sustituirle alguna pieza importante de su maquinaria y continúa en el dique seco. Rezaremos por él, para que abandone el taller cuanto antes.

Hago el propósito de ir escribiendo sobre los nuevos blogs que han aparecido en mi barrio y en sus alrededores. Hoy no, que yo también tengo el síndrome; eso que antes llamaban pereza.

No sé si llamar a un sicólogo o a Kloster.