Los tejados de Pamplona
En Pamplona ―la Pampaluna de Adaldrida― reverdecen todos mis viejos recuerdos de la Universidad. La ciudad ha crecido mucho, es verdad, pero las gentes de Pamplona siguen siendo las mismas.
Con las pupilas dilatadas por gracia de unas “pruebicas” oftalmológicas que acaban de hacerme, camino por la calle Iturrama en busca de la casa de don Fernando Acaso. No es tan fácil como parece. La calle Iturrama está llena de remansos urbanos y de inesperados afluentes donde los números se dispersan a izquierda y derecha para desconcierto del personal.
De pronto compruebo que he pasado del 70 al 28 en veinte metros, y entro en una tienda de fotografía.
―Perdone, ¿sabe usted dónde está el número 32 de la calle?
Inmediatamente aparece una sonriente cuarentona vestida de blanco con el pañuelo al cuello que abandona el mostrador, me agarra del brazo y sale conmigo a la calle:
―Ya sé a dónde va usted. Le acompaño.
Y me deja casi a la puerta.
―¿Eres de aquí? ―pregunta de pronto―.
―Casi…
Y mientras le cuento mis recuerdos de Pamplona, ella asiente como si, de verdad, le importara un poco lo que le estoy diciendo.
Por poco la invito a una caña.
5 comentarios:
También los curas tienen que ser escuchados alguna vez.
¡Qué bueno es encontrase a gente maja en la vida ordinaria! Espero que sus pupilas ya le permitan disfrutar de las vistas de la fotografía.
Algún día quiero ir a Pamplona, pero que no sea San Fermín.
¡Buenos días!
¡Qué maja la cuarentona!
Seguro que a D.Fernando le ha hecho muy feliz su visita (y también a usted, que esto es recíproco)
Pídale permiso para sacar en el globo otro cachito de cielo de ese libro que está escribiendo, lo último que puso fue alucinante.
Cuídense los dos
Es usted un encantador de serpientes. Gracias por llamar Pampaluna a Pamplona.
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