José Ramón Ayllón, filósofo. escritor y amigo, publica hoy este artículo en “La Gaceta”. Yo sólo añadiré una palabra: olé.
Con aburrida insistencia, en esta España protésica y atípica, nuestros escritores consagrados repiten sus argumentos jurásicos sobre el franquismo, el Papa, la homosexualidad o Galileo. Y nos parece una obsesión asociada, en muchos casos, a un escaso conocimiento del ser humano y de su historia, como ponen de manifiesto, en sus novelas, unos personajes de ficción que tienden a ser planos, tristes, triviales.
Está claro que nuestros escritores consagrados saben escribir. Incluso dominan la forma y reciben premios prestigiosos. Pero su fondo tiene a menudo la decepcionante profundidad de un charco después de un aguacero. Se diría que están muy lejos de sospechar la hondura del misterio humano que se vislumbra, sobre todo, cuando la libertad descubre el horizonte inquietante de una responsabilidad más allá de la muerte. Sin esa libertad, sin ese misterio y sin esa responsabilidad, no habría Hamlet ni Raskolnikov, ni Antígona o don Quijote, por supuesto. Pero tampoco tendríamos la cordialidad maravillosa de Dickens, Saroyan, Natalia Ginzburg, Marisa Madieri o Dorothy Sayers. Es lo que echamos de menos, precisamente, en nuestros escritores españoles.
Así, a nuestra Elvira Lindo, chica de la progresía posfranquista, le provocaba sarpullido cualquier cosa que oliera a trascendencia. En consecuencia, ella y su gente se instalaron en una cultura comprometida con la intrascendencia, hasta que no lo soportaron y empezaron a evadirse. Pero toda evasión, si no es por elevación, tiene su precio. En la entrevista que concede a la revista literaria Mercurio, Elvira Lindo, esposa de Muñoz Molina y mamá de Manolito Gafotas, reconoce que, por aquellos idealizados años ochenta, “la droga arrasó con muchos de mis amigos, y en cuanto a la cultura había un camelo tremendo”. ¡Y tanto! El mismo camelo –ya es coincidencia– que uno encuentra, sin ir más lejos, en su última novela, donde la apuesta por la intrascendencia sigue siendo explícita, encarnada en unos personajes planos, llenos de vacío y –como diría Gustavo Bueno– con alma de esclavos.
Esa misma impresión nos dejan, salvando las distancias del Nobel, muchos personajes de Vargas Llosa, autor que reconoce compartir con Emma Bovary “nuestro incurable materialismo, nuestra predilección por los placeres del cuerpo sobre los del alma, nuestro respeto por los sentidos y el instinto, nuestra preferencia por esta vida terrenal a cualquier otra”. Este panorama lo ilustra muy bien Sergio Vila-Sanjuán en Pasando página, estudio rebosante de información y anécdotas, con las señas de identidad de los mejores editores, autores y libros españoles de la España democrática: Lara, Barral, Herralde, Cela, Millás, García Márquez, Saramago… Autores y editores son englobados por SVS –con pocas excepciones– en la gauche divine, izquierda que respira el viejo idealismo de mayo del 68. En sus best sellers, el periodista aprecia cuatro ingredientes comunes: el gusto por la cultura, el cosmopolitismo, la ambigüedad sexual y la amoralidad.
Lo que Vila-Sanjuán no cuenta –porque tampoco es la misión del libro– son las consecuencias de todo ese planteamiento alternativo. Las resumió Pérez-Reverte, hace una década, en El Semanal: “Me aterra que semejantes personajes, irreales, embusteros en su pretendida naturalidad, tan planos como el público que los reclama e imita, se consagren como referencias y ejemplos”. Se refería a una serie televisiva, pero entre aquella serie y nuestros novelistas consagrados hay una profunda afinidad. Uno se pregunta de dónde procede la escasa estatura de nuestras letras actuales. Con la muerte de Franco había que salir del nacional catolicismo, pero no era necesario venderse al radical inmoralismo, a una libertad y estilo de vida cuyos efectos –directos o colaterales– ahora todos deploran: contracultura televisiva, degradación educativa galopante, aborto y divorcio a la carta, droga fácil, juventud embotellada e indignada, corrupción endémica de la clase política, incremento exponencial de las enfermedades de transmisión sexual… Cualquier lector no ideologizado podrá concluir –a la vista de lo que han sembrado y cosechado, y también de la gran oportunidad perdida–, que la gauche divine no es precisamente inocente: hay en ella, al menos, una profunda irresponsabilidad histórica.
Platón grabó a fuego, en el imaginario de Occidente, nuestra condición cavernícola. Pero la lectura esencial de esa historia apunta fuera del mito y se resume en tres palabras: hay otro mundo. Verdad enorme, ampliamente atestiguada por la Biblia y aceptada como evidente, durante muchos siglos, por todos los europeos. Pero eso es otro cantar, porque hace tiempo que en la vieja Europa estamos –como observa Jiménez Lozano– “encantados de descender del mono y de los surrealismos y totalitarismos del siglo XX, que nos han acostumbrado a admitir que la noche es el día, y a tomar la basura por la más grande de las creaciones humanas”.
10 comentarios:
Extraordinario. Con su permiso y el de su autor, lo fusilo y lo divulgo.
Y olé, olé, Holanda, olé.
Genial. Nada que añadir.
Leí Palabras en la arena, hace tiempo y me gusto si es el mismo Ayllón del que hablamos.Se puede? añadiría algo de Séneca: Por exquisito y saludable que sea, ningún conocimiento me complacerá mientras sea el único que lo sepa. Que la sabiduría se diera a condición de tenertla encerrada y no de comunicarla, yo la rechazaría: sin alguien con quien compartirla, no resulta agradable la posesión de bien alguno."
¿que tal? Bien no. Adiosle
José Ramón es brillante e Historiador. Es casi como filósofo del mismo modo que un cura es igual si es canonista que si es moralista. Antoine es más brillante aún.
Magnífico.
La "gauche divine", al igual que la fuente de la que bebe, no es precisamente inocente, porque promete el paraíso aquí, en este mundo, a sabiendas de dos cosas: de que aquí, en este mundo, es imposible, y de que el paraíso existe en el otro. De modo que el engaño es doble.
Fhersal
Bonito.¿A dónde se fue la Literatura?
¿Quién nos devolverá la belleza?
"al menos una grave irresponsabilidad histórica". Para memorizar.
Y lo bien que hubiera estado que este crítico, siendo fiel a sus diatribas bien expuestas, no hubiera hecho uso de esa simpleza a la hora de hablar de la moral, poniéndose en el mismo nivel de aquellos que critica, pero desde la acera contraria. Así no, es usted igual.
Iván
No he entendido tu crítica, Ivan. ¿Dónde está la simpleza?
Lo siénto, anónimo: no publicaré tu "crítica"- Ayllón, el efecto, habla con dureza, pero con respeto. Y no en nombre de una ideología, sino sólo desde una concepción trascendente del hombre, que está en la base de la cultura europea. Desde esta perspectiva, se lamenta por la banalidad de la literatura actual.
Tú, en cambio, insultas: hablas de cinismo, hipocresía, etc. Eso sí que es una monumental simpleza. Y, por cierto, anónima.
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