sábado, 13 de agosto de 2011

La tormenta


 Se prepara la tormenta. Al fondo, la mujer muerta
La tarde pesaba como una losa. El cielo, completamente encapotado, conservaba el calor de la atmósfera como un abrigo de nubes blancas y grises. Las golondrinas cayeron en bandadas sobre su cable favorito y comenzaron a picotearse la cola y a esparcir sobre el plumón el aceite que obtenían de su glándula uropigial. Los grandes insectos voladores se concentraron frente a la ventana y, en un descuido, penetraron en tropel en el cuarto de estar en busca de un refugio seguro. Pronto comprobaron que había sido la última y la peor decisión de sus vidas.
Cayeron dos gotas y el cielo pareció despejarse; pero las golondrinas meteorólogas seguían poniéndose el impermeable. Para ellas, la tormenta era inevitable.
A las 10 de la noche sonó el primer trueno. Era un timbal lejano que anunciaba el inicio de la gran sinfonía.
Desconecté el ordenador de la red eléctrica, pero no cerré la ventana. Al contrario; yo habría salido al jardín a empaparme con el agua fresca que jarreaba desde el Cielo entre relámpagos y rayos bellísimos.
¿Por qué os asustan tanto las tormentas? No tenéis miedo a la carretera, que se cobra un centenar de muertos en cada operación salida, ni a volar a diez mil pies de altura en una gigantesca mole de acero. No os importa bañarnos en el océano rodeados de medusas. Pero ante la tormenta, ¡qué temblores de colegiala! ¿Será sólo porque, ante ella, comprendéis que estamos en las manos de Dios?
―¿Y si me parte un rayo?
―Es más probable que comas una seta venenosa, que te dejes el cráneo en la carretera o que te atropelle un carro de combate en un paso de peatones. Así que no exageres, querido Kloster. Es cierto que Tobías se quedó ciego por culpa de una golondrina con buena puntería, pero no por eso dejaré de mirar a los pájaros. 
Esta mañana, con la atmósfera limpia y el cielo en calma, he vuelto a salir al jardín y he cantado el himno de los tres jóvenes que recomienda la Iglesia para después de la Eucaristía: 
Benedícite, lux et ténebræ, Dómino; benedícite, fúlgura et nubes, Dómino./ Benedícat terra Dóminum, laudet et superexáltet eum in sæcula. Luz y tinieblas, bendecid al Señor. Rayos y nubes, bendecidlo. La tierra entera lo bendiga, lo alabe y lo ensalce por los siglos… 


Este abejaruco también se pone el impermeable




6 comentarios:

Cordelia dijo...

Amén

Vila dijo...

¿Ha cantado realmente el himno? o tan solo fue una bella manera de escribir...

También es bello el relato, al igual que la tormenta de ayer, que imponía su fuerza.

Heteroayuda dijo...

Bien hecho. Los insectos voladores deben ocupar su lugar ecológico: cuanto más lejos de la piel humana, mejor.

LAH dijo...

mE PASA COMO A TI! ES EN ESTOS MOMENTOS CUANDO LA NATURALEZA HABLA CUANDO VEO MAS CERCA LA POTENCIA DEL CREADOR, UN ABRAZO

Enrique Monasterio dijo...

No, Vila. Sólo lo he recitado. Me gusta leerlo por la mañana temprano, cuando salen los pájaros a desayunar. Tal vez el himno tenga música, pero yo no la conozco.

Gonzalo GY dijo...

A mí también me enamoran las tormentas y también pienso muchas veces que es el ejemplo de lo pequeñitos que somos en las manos de Dios.