Los colores de Molinoviejo

Las ciudades cambian cada 20 años; el campo, cada semana. Por eso me gusta volver a Riaza, a Molinoviejo o a La Acebeda; porque nunca encuentro el mismo paisaje.

Hubo una película, cuyo título no recuerdo, en la que alguien sacaba todos los días una fotografía del mismo rincón de la ciudad a la misma hora y desde un ángulo idéntico. He olvidado lo que pretendía aquel fotógrafo; probablemente nada: observar los pequeños cambios que se producen en cualquier paisaje cada jornada. En Molinoviejo, el experimento tendría más sentido.

Vengo a este rincón de Segovia ocho o diez veces al año y siempre me quedo unos cuantos días. En el jardín se mudan los colores, la luz, los aromas. A veces veo pájaros por todas partes; pero al final del verano desaparecen.

Está decidido; la próxima vez traeré la cámara fotográfica y enfocaré desde la ventana los dos grandes lauros que hay junto a la casa antigua, donde repostan las oropéndolas en verano. Y repetiré la foto en invierno, en primavera, al comienzo del verano, en agosto… Y demostraré que nadie viene dos veces a Molinoviejo. Aquí la vida está siempre comenzando, recomenzando.

Igual que en la ermita. Esta vez he venido con 40 sacerdotes de la Obra. El objetivo es ése: renovarse, volver a empezar, remozar los deseos y los propósitos. Y descubrir que la Virgen también estrena una sonrisa cada mañana.